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Nuevo Papa

Y la primera fumata negra se hizo de rogar

Arranca el cónclave para elegir al nuevo Papa con una votación fallida que se demoró dos horas sobre el horario previsto inicialmente

Fumata negra. Y tardía. Mucho más de lo imaginable. Con dos horas de retraso sobre el horario previsto. El humo que nacía la estufa instalada en el Vaticano anunció hoy a las nueve en punto de la noche que los 133 cardenales presentes en la Capilla Sixtina no se han puesto de acuerdo para encontrar en la primera votación. Y todo, bajo la atenta mirada de más de 45.000 personas que se arremolinaban en la Plaza de San Pedro y los alrededores.

¿El motivo del retraso? Probablemente algún error en un primer recuento que habría obligado a repetir el sondeo. Como era previsible, la primera votación del cónclave que está llamado a elegir al Papa que toma el relevo de Francisco se resolvió sin superar los 89 votos necesarios para lograr esa mayoría de dos tercios que posibilitaría escuchar el ‘Habemus Papam’ desde la logia de las bendiciones de la basílica de San Pedro. Habrá que esperar al menos hasta mañana para saber si los 133 cardenales electores logran dar con el hombre llamado a llevar el timón de la Iglesia y, por tanto, ser el faro que guíe a los más de 1.400 millones católicos.

Así concluía la primera jornada de encierro de los elegidos por Francisco, Benedicto XVI y Juan Pablo II. Sin filtración alguna que pueda confirmar si el favorito en las quinielas desde hace meses, el cardenal italiano Pietro Parolin, habría logrado ese medio centenar de votos que le auguraban los medios italianos en este sondeo inicial y cuáles serían los nombres que le habrán acompañado en esos primeros sufragios.

A buen seguro que la noche del miércoles en la Capilla Sixtina restó horas de sueño a más de uno. Y no solo a quienes comienzan a verse como candidatos reales, sino a los indecisos y a quienes se erigen como grandes electores, capaces de orientar los votos de unos y otros para ejercer minorías favorables, de presión o, incluso de bloqueo, para que la balanza se incline hacia un nombre u otro. A buen seguro que el comedor, los pasillos y las salas de la planta baja de la residencia de Santa Marta, que hasta hace un par de semanas eran el hogar de Francisco, se convirtieron al anochecer en foros improvisados para intercambiar pareceres sobre los nombres más repetidos en las papeletas.

El último contacto

Una noche previsiblemente en blanco para alguno de ellos después de una jornada intensa, que arrancó a las diez de la mañana con la misa ‘pro eligendo Sumo Pontifice’ celebrada en la basílica de San Pedro. Fue el último contacto de los purpurados con el exterior. Comenzaba entonces su encierro a cal y canto en el Vaticano, blindado por un despliegue de seguridad sin precedentes, para evitar cualquier filtración tanto del interior como del exterior.

La Santa Sede sí permitió que se difundiera la señal de otro de los momentos clave del día: el inicio oficial del cónclave bajo la atenta mirada de las de trescientas figuras de los frescos pintados por Migue Ángel en la Capilla Sixtina.Fue a las seis menos cuarto de la tarde cuando las puertas de la Sixtina se cerraron, después de que el maestro de ceremonias, Diego Ravelli, pronunciara la célebre frase «Extra Omnes» («Todos fuera»). A partir de ahí desfilaron el coro, los ceremonieros y el personal vaticano que asiste a esta singular cumbre. Solo se quedaron con los cardenales el ceremoniero y el cardenal no elector Raniero Cantalamessa, ex predicador de la Casa Pontificia, que les dirigió una meditación.

Previamente, los purpurados se habían congregado en la capilla Paulina para una oración que dirigió el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede con el papa Francisco y el pastor que está a la cabeza en todas las quinielas mediáticas para tomar su relevo al frente de la Iglesia. El diplomático italiano fue el responsable de dirigirse en latín a los purpurados para recordarles cuál es su encomienda: designar al pontífice número 267.

Invocar a los santos

Después, los electores procesionaron hasta la Sixtina, atravesando la Sala Regia, tras la cruz y dos cirios que abrían una procesión de apenas treinta metros mientras se entonaban las letanías con las que se invocaba la intercesión de los santos más relevantes de historia para que les iluminaran en la difícil tarea que tenían por delante. Ya en la Sixtina, juntos entonaron el «Veni, Creator», un himno de invocación del Espíritu Santo, al que se considera el verdadero artífice para inspirar en cada uno de los cardenales su relevante decisión.

De nuevo, con Parolin al frente, uno a uno juraron observar la Constitución Apostólica ‘Universi Dominici Gregis’, por la que se rige el proceso electoral. A la par, prometieron guardar el secreto sobre todo lo que ocurrirá durante todos estos días, bajo pena de excomunión automática si revelan cualquier detalle. Según la fórmula del juramento, en caso de ser elegido, se comprometieron a desempeñar fielmente el ‘munus Petrinum’ de Pastor de la Iglesia Universal. Cada elector pronunció su nombre y, poniendo la mano sobre los Evangelios, entonó: «Prometo, me obligo y juro».