Francia

Prostitutas en nómina ya

La Razón
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Vaya por Dios. Todo el mundo se rasga las vestiduras porque don Albert Rivera acaba de proponer que se legalice la prostitución. Portavoces de PP y PSOE al unísono claman al cielo ante lo que consideran una vil explotación de la mujer. Lo cual no deja de ser un atavismo machista inconfesable ya que hay también prostitución masculina. Por no hablar de que el argumento pseudo-progresista de que la prostitución degrada a la mujer no se sostiene cuando esas mismas progresistas defienden el aborto libre porque entienden que una mujer puede hacer con su cuerpo lo que quiera. Salvo que sean prostitutas, se sobreentiende. En realidad, el fondo del problema radica en que estamos en campaña electoral y por eso socialistas y populares, que ven con pavor cómo se les aleja el cómodo horizonte del bipartidismo, no dudan en recurrir al más nimio argumento demagógico con tal de tratar de arañar algunos votos. Sin embargo, lo cierto es que la prostitución es el oficio más viejo del mundo y que si hay prostitutas y prostitutos es porque hay demanda. De mujeres y hombres profundamente insatisfechos con su vida sexual, que encuentran alivio en estos profesionales del sexo, cuyo oficio como bien destacaba Georges Brassens era el de proporcionar alegría a sus clientes. Por eso en la lengua de Molière las prostitutas reciben el poético nombre de «filles de joie», literalmente chicas que proporcionan alegría. Con la prostitución estamos ante una prestación sexual libre de carácter venal y tarifada –de hecho la Unión Europea ha decidido tener en cuenta los ingresos procedentes de la prostitución para acercarse a la «economía real», lo que demuestra que la prostitución es una profesión más que contribuye a sostener el empleo y la economía–. Sin embargo, la libertad de quienes ejercen la prostitución sólo se garantiza con su legalización. Lo contrario es meter a los trabajadores del sexo en un gueto social en el que la «gente honrada» y «biempensante» puede reírse de ellos, maltratarlos, despreciarlos y vejarlos. Prohibir la prostitución es condenar a los hombres y mujeres que se dedican a ella a ejercer su profesión en condiciones precarias, generalmente bajo la explotación de un chulo que los amenaza. Y todo ello sin seguros sociales, sin derecho a pensión, sin garantías sanitarias para quienes ejercen el oficio y para sus clientes. Y por lo que se refiere al argumento de la supuesta inmoralidad del sexo venal, éste desde luego no se sostiene en un tiempo en el que los esquemas de la sociedad han cambiado. Cuando el matrimonio no es ya necesariamente una relación legalizada entre un hombre y una mujer, en el que las uniones libres son cada vez más la regla y en el que cada vez hay más gente soltera y cada vez menos hijos. En estas condiciones parece anacrónico considerar la prostitución como un delito, cosa que ha ocurrido en Francia, gracias a la aprobación de una ley socialista, lo que supone el mundo al revés, ya que en los libros de historia la derecha estaba en contra de la prostitución y las izquierdas defendían la libertad sexual. «O tempora o mores».