Opinión
La salud mental de los cardenales en los días clave del cónclave
La decisión que han tomado los príncipes de la Iglesia no solo debe ser correcta en lo moral, también debe tener en cuenta el bien general
En las últimas semanas, la Iglesia católica se encuentra inmersa en un reto que se vivió por última vez hace doce años, cuando fue elegido el Papa Francisco como máximo líder de esta institución milenaria. Reflexionando alrededor de lo que supone la elección de un nuevo pontífice aparece la cuestión sobre lo que representa a nivel psicológico formar parte del selecto grupo encargado de escoger al nuevo Vicario de Cristo en la tierra.
En este análisis hay varios elementos a considerar teniendo en cuenta que es un asunto que requiere una comprensión profunda. En primer lugar, la elección de un nuevo Papa está enmarcada en un momento histórico que integra el pasado, el presente y el futuro de la Iglesia católica. En segundo lugar, si bien hay una conciencia moral compartida entre los cardenales, que se ha forjado según la tradición eclesiástica, no podemos olvidar que también son seres humanos con valores personales, trayectorias teológicas y pastorales, y experiencias distintas que impregnan su forma de ver el mundo y, por ende, de tomar decisiones. Por último, la presión mediática, pero sobre todo social y personal que surge como respuesta a afrontar una tarea trascendental y con impacto histórico, puede generar unos retos a nivel de salud mental que no se limitan al momento del voto personal que se deposita en la urna en la Capilla Sixtina, sino que están presentes en cada instante previo al resultado final.
Si se piensa en la edad promedio de los cardenales que van a participar en el cónclave que empieza esta semana, esta oscila alrededor de los 70 años. Desde la teoría del desarrollo psicosocial de Erik Erikson, las personas de 65 años en adelante se encuentran en la última etapa del ciclo vital. En este periodo surge la necesidad de hacer un balance de vida, evaluar si ésta ha estado cargada del sentido y la satisfacción de haber cumplido un propósito. Cuando no se experimenta esta satisfacción aparece la desesperación producto de la frustración de no haber vivido una vida auténtica regida por los valores personales. Si enmarcamos esta etapa dentro del contexto de la elección de un nuevo Papa es factible pensar que la posición individual de cada cardenal estará teñida de su propia historia personal con distintos niveles de satisfacción vital. Participar en un momento trascendental como la elección del nuevo líder de la Iglesia católica y formar parte de los electores podría representar para muchos cardenales la oportunidad de encontrar sentido y dejar una huella de legado en su trayectoria al servicio de la Iglesia. Esto, sin embargo, podría obstaculizar la total objetividad de sus elecciones puesto que el deseo de trascendencia personal puede imponerse sobre la sensatez en la toma de decisiones en un momento tan simbólico.
En esta misma línea, es importante considerar la presión social que surge dentro del proceso propio de un cónclave. Si bien el voto de cada cardenal es secreto no es posible controlar las interacciones previas ni lo que se comparte en espacios comunes como las congregaciones generales, pasillos, almuerzos o cenas cardenalicias.
El experimento de la conformidad de Solomon Asch nos ofrece una perspectiva en la que podemos enmarcar lo que sucede en el cónclave. Los seres humanos tenemos la tendencia natural a alinearnos con lo que la mayoría considera como lo correcto o lo mejor.
Y aún cuando nuestro criterio nos dicta un camino diferente es posible que nos inclinemos más a lo que se alinea con la mayoría porque si fallamos en nuestra decisión no seremos los únicos equivocados o al menos nuestra decisión se hallará respaldada.
Es así como, desde una perspectiva psicológica, se podría considerar favorable que se mantengan las interacciones entre los cardenales, pues frente a la trascendencia de esta elección, es importante que el voto de un cardenal no se base únicamente en su propio juicio, sino que esté marcado por la búsqueda del bien que se puede ver en perspectiva cuando se comparte con el otro, porque sin ese otro, no somos. Recordemos que aquí, además de la decisión trascendental que está en juego, también surge el temor personal de cada cardenal frente a la posibilidad de elegir erróneamente, riesgo que se multiplica a mayor cantidad de candidatos disponibles. Frente a estas situaciones, lo que se debe procurar, en aras de salvaguardar la salud mental, es que la decisión que tomen esta semana los príncipes de la Iglesia no solo sea correcta dentro de lo que representa su moral o corriente teológica personal, sino que además esté alineada con los fundamentos básicos y esenciales de la Iglesia. De este modo, aún en medio de un posible «error» al elegir, se mantendrá la satisfacción de haber elegido desde la sensatez y el criterio objetivo.