
Luto en el Vaticano
El texto inédito del Papa Francisco: «La muerte no es el final de todo, sino el comienzo de algo, un nuevo comienzo»
Firma el prólogo del libro del cardenal Scola, en el que reflexiona sobre los últimos días de la vida humana. "No hay que tener miedo a la vejez, porque la vida es la vida y endulzar la realidad es traicionar la verdad de las cosas»

El Papa Francisco firma el prólogo inédito al libro del cardenal Angelo Scola, adelantado por el diario italiano «Corierre della Sera». En él reflexiona sobre la vejez y cómo si se vive como una gracia también se convierte en una edad fecunda, en su último texto, que LA RAZÓN reproduce a continuación:
«Leo con emoción estas páginas surgidas del pensamiento y del afecto de Angelo Scola, querido hermano en el episcopado y persona que ha desempeñado delicados cargos en la Iglesia, por ejemplo como rector de la Pontificia Universidad Lateranense, más tarde patriarca de Venecia y arzobispo de Milán. Ante todo, quiero expresarle mi agradecimiento por esta reflexión que combina experiencia personal y sensibilidad cultural como pocas veces he leído. La una, la experiencia, ilumina a la otra, la cultura; la segunda fundamenta a la primera. En este feliz entrelazamiento, la vida y la cultura florecen con belleza.
No se dejen engañar por la brevedad de este libro: son páginas muy densas, para leer y releer. Recojo de las reflexiones de Angelo Scola algunos puntos de particular consonancia con lo que mi propia experiencia me ha hecho comprender. Angelo Scola habla de la vejez, de su vejez, que –escribe con un desarmante toque de confianza– «me sobrevino con una aceleración repentina y en muchos sentidos inesperada».
Ya en la elección de la palabra con la que se define, «viejo», encuentro una consonancia con el autor. Sí, no hay que tener miedo a la vejez, no hay que tener miedo a abrazar el hecho de envejecer, porque la vida es la vida y endulzar la realidad es traicionar la verdad de las cosas. Devolver el orgullo a un término demasiado a menudo considerado malsano es un gesto por el que debemos estar agradecidos al cardenal Scola. Porque decir «viejo» no significa «tirar a la basura», como a veces induce a pensar una cultura degradada del descarte. Decir «viejo», en cambio, significa experiencia, sabiduría, discernimiento, reflexión, escucha, lentitud... ¡Valores que nos hacen mucha falta! Es cierto que uno se hace viejo, pero ese no es el problema: el problema es cómo se hace viejo. Si vivimos este tiempo de la vida como una gracia, y no con resentimiento; si acogemos el tiempo (incluso largo) en el que experimentamos la disminución de las fuerzas, el cansancio del cuerpo que aumenta, los reflejos que ya no son iguales a los de nuestra juventud, con un sentido de gratitud y agradecimiento, pues bien, incluso la vejez se convierte en una edad de vida, como nos enseñó Romano Guardini, verdaderamente fecunda y que puede irradiar el bien.
Angelo Scola destaca el valor, humano y social, de los abuelos. Varias veces he subrayado cómo el papel de los abuelos es de fundamental importancia para el desarrollo equilibrado de los jóvenes y, en definitiva, para una sociedad más pacífica. Porque su ejemplo, su palabra, su sabiduría pueden infundir en los más jóvenes la mirada larga, la memoria del pasado y el anclaje en valores perdurables. En medio del frenesí de nuestras sociedades, a menudo entregadas a lo efímero y al gusto malsano por las apariencias, la sabiduría de los abuelos se convierte en un faro que brilla, ilumina la incertidumbre y orienta a los nietos, que pueden extraer de su experiencia un «más» que su propia vida cotidiana.
Las palabras que Angelo Scola dedica al tema del sufrimiento, que a menudo llega con la vejez y, en consecuencia, con la muerte, son preciosas gemas de fe y esperanza. En la argumentación de este hermano obispo oigo ecos de la teología de Hans Urs von Balthasar y de Joseph Ratzinger, una teología «hecha de rodillas», impregnada de oración y de diálogo con el Señor. Por eso decía más arriba que son páginas que salen «del pensamiento y del afecto» del cardenal Scola: no sólo del pensamiento, sino también de la dimensión afectiva, que es a la que se refiere la fe cristiana, siendo el cristianismo no tanto una acción intelectual o una opción moral, sino el afecto por una persona, ese Cristo que vino a nuestro encuentro y decidió llamarnos amigos.
La conclusión misma de estas páginas de Angelo Scola, que son una confesión a corazón abierto de cómo se prepara para su encuentro final con Jesús, nos dan una certeza consoladora: la muerte no es el final de todo, sino el comienzo de algo. Es un nuevo comienzo, como sabiamente señala el título, porque la vida eterna, que los que aman ya experimentan en la tierra dentro de sus ocupaciones cotidianas, es el comienzo de algo que no terminará. Y precisamente por eso es un «nuevo» comienzo, porque experimentaremos algo que nunca hemos experimentado plenamente: la eternidad.
Con estas páginas en mis manos, me gustaría idealmente volver a hacer el mismo gesto que hice en cuanto me puse el hábito blanco del Papa, en la Capilla Sixtina: abrazar con gran estima y afecto al hermano Angelo, ahora, ambos más viejos que aquel día de marzo de 2013. Pero siempre unidos por la gratitud a ese Dios amoroso que nos ofrece la vida y la esperanza sea cual sea la edad que vivamos.
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