Religion
Yo, seminarista. Sigue la hemorragia de vocaciones
Este curso han ingresado 236 chicos en los seminarios, 64 menos que en el anterior. A Antonio le costó dos años dar el paso: «Me parecía imposible renunciar a mi vida de ''millennial''».
Este curso han ingresado 236 chicos en los seminarios, 64 menos que en el anterior. A Antonio le costó dos años dar el paso: «Me parecía imposible renunciar a mi vida de ''millennial''».
«Tú eres mi hijo amado, a quién he elegido». Al escuchar este Evangelio, Antonio Gil se dio por aludido. «Una voz surgida del corazón me dijo: ''Antonio, sígueme''». Pero le respondió que no. No quería. Nunca se lo había planteado. Eso ocurrió hace dos años, cuando tenía 25, en el Retiro de Efettá, una iniciativa de evangelización para jóvenes y universitarios. Hoy día, a los 27, está en el primer curso del Seminario Conciliar de Madrid.
El discernimiento no fue fácil. Estuvo salpicado de temores, de miedos, de mitos infundados sobre el sacerdocio. Antonio había estudiado Ingeniería Agrónoma, pero se dedicaba «a salir, a beber, a ir con los amigos, a esquiar, a irme por ahí los findes». «Me parecía imposible renunciar a todo eso», reconoce. Después de aquel retiro, fue encontrando «pequeños síes» que le marcaban, de forma ineludible, el camino. «Aunque le haya negado muchas veces, el amor que Dios te regala es tan grande que es imposible decirle que no».
Antonio es uno de los 1.203 aspirantes al sacerdocio que hay en España. Son 60 menos que el curso anterior. La falta de vocaciones se agrava año tras año. Una «hemorragia», en palabras del Papa Francisco, «fruto envenenado de la cultura de lo provisional, del dinero y del relativismo, junto con los escándalos, el testimonio tibio y el invierno demográfico». Los jóvenes que escuchan la llamada y se atreven a seguir a Cristo son una «rara avis» en estos tiempos de Instagram. Los «millennials», apunta Antonio, «buscan el éxito, la mejor casa, el mejor trabajo, así que es difícil que se fijen en alguien que lleva una vida humilde». Este año han ingresado 236 chicos en los seminarios de toda España; en el curso anterior fueron 300. Y no se espera que la tendencia a la baja vaya a revertir. Máxime en una época en que la credibilidad y la confianza en la Iglesia está bajo mínimos por los escándalos de abusos que llevan produciéndose durante años amparados por el silencio cómplice de la institución.
Cuando Antonio comprendió que su vocación sacerdotal era irreversible decidió callárselo. Estaba convencido de que si daba el paso y se lo contaba a algún párroco «haría proselitismo». «Pensaba que me iban a forzar. Como se necesitan curas, creía que a la mínima me iban a agarrar». La realidad, admite, fue mucho más simple: «Un amigo con el que hice el Retiro de Efettá me animó a contárselo al cura con el que fuimos, y él, simplemente, me dio un número de teléfono para que me informara».
Pese a la negativa inicial de sus familiares, decidió apuntarse al curso introductorio. Ahora está en primero y si consigue superar las aristas del camino, en sexto será ordenado diácono y en séptimo, sacerdote. Ayer por la mañana estuvo dando una charla en una parroquia para dar testimonio por el Día del Seminario, que se celebra mañana. Fue su primera toma de contacto con un grupo numeroso de feligreses. La tarde la pasó con su familia, apurando los minutos para volver al Seminario de Madrid, donde se forma y duerme diariamente. La casa de sus padres está en el centro de la ciudad y la distancia con su nuevo hogar es de apenas media hora.
De lunes a viernes toma clases de nueve de la mañana a dos de la tarde en la Universidad de San Dámaso. El primer curso se compone de diez asignaturas que, al principio, «me costaron mucho». «Soy de números y ponerme a estudiar Filosofía y Teología fue difícil». Pero nada comparado con el solfeo «porque canto fatal», bromea. Por las tardes, algunos días tienen una hora de café comunitario, donde tratan temas que les preocupan, y de cuatro a ocho se dedican a estudiar.
Quizá, cuando Antonio sea ordenado, tenga que encargarse de una gran comunidad. No porque el número de fieles vaya a experimentar una crecida de vértigo, sino por la falta de curas para atender a todas las parroquias. Actualmente, hay 18.164 sacerdotes dando servicio a 22.999 iglesias distribuidas en las 70 diócesis españolas y no hay relevo generacional. La edad media de los párrocos es de 65,5 años y en el último lustro las ordenaciones no han superado las 150 al año. En este curso se han producido 135 y en el anterior incluso menos, 109.
A Antonio no le asustan las voces castastrofistas sobre el futuro del presbiterado en nuestro país: «Al final de lo que se trata es de hacer comunidad. En vez de que haya 10 personas en cada iglesia, se agruparán a todas en una sola». Algo parecido a lo que pasará con los seminarios españoles cuando entre en funcionamiento la versión nacional de la «Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis», el documento publicado hace poco más de un año por el Vaticano y que expone el itinerario de formación para sacerdotes y aspirantes. Una de las cuestiones más polémicas será la creación de comunidades formativas más amplias y, por tanto, el cierre de los seminarios con menos candidatos. La Conferencia Episcopal Española quiere «comunidades humanamente valiosas», por eso apuesta por fórmulas como el Seminario Interdiocesano que funciona en Zaragoza, donde llegan seminaristas de todo Aragón. Antonio, de momento, podrá seguir apurando minutos los domingos con sus padres. El de Madrid no corre riesgo de cerrarse: este curso está a la cabeza en el número de ordenaciones –14– y en el número de seminaristas, con 172 aspirantes.
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