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“La ciencia nos da las herramientas para actuar, pero quienes deben llevar las medidas a cabo son los políticos”

Entrevista con Sandra Díaz, recientemente galardonada con el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación

Sandra Díaz, recientemente galardonada con el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación
Sandra Díaz, recientemente galardonada con el premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la ConservaciónDanielMCáceres

En nuestro planeta, el 80% de la biomasa (los organismos presentes en un ecosistema) está formada por la vida vegetal. El segundo lugar lo ocupan las bacterias, con un 15% Y después, mucho después, llegamos los animales.

Y en esta enorme variedad vegetal, hay notables diferencias. No todas las plantas convierten luz solar en materia orgánica con la misma eficiencia, ni se reproducen igual de rápido, ni consumen la misma cantidad de agua. Lo positivo es que estas distintas capacidades dependen de rasgos físicos medibles que permiten determinar el impacto de cada planta en el ecosistema. Este concepto se conoce como biodiversidad funcional y aunque se conoce desde los años 1990, fue gracias a Sandra Díaz, Sandra Lavorel y Mark Westboyen (recientes ganadores del premio Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación de la Fundación BBVA, que se ha hecho popular.

“Podemos clasificar las plantas según su historia evolutiva en géneros, especies, familias… un árbol genealógico básicamente”, explica Sandra Díaz, en conversación telefónica desde Argentina. “Cada “hojita” de este árbol genealógico es única. Esta clasificación es algo de lo que se encarga la taxonomía y la filogenia. Lo que nosotros hemos hecho, en cambio, es crear un mapa de caracteres e identificamos los distintos modos generales de “ser planta” más allá del su familia”.

Si bien es obvio que cada planta es distinta, es imposible trabajar con casi 400.000 plantas vasculares, las que hay en el planeta, y crear modelos que permitan crear modelos de características y comportamientos en los diferentes ecosistemas.

“Nosotros buscamos un camino intermedio. Buscamos, en cierto sentido los oficios en el mundo de las plantas y los hacemos mirando sus características físicas y químicas. De la misma manera que nosotros miramos una persona y vemos características y forma de actuar que vienen de los ancestros y determinan lo que somos, también tenemos características determinadas por nuestro oficio: la forma de las manos, la postura… Lo mismo ocurre con las plantas. Se puede inferir el rol de las plantas y su respuesta a los factores ambientales teniendo en cuenta sus características físicas, químicas y sus historias de vida”.

Esto es básicamente una llave maestra para comprender mejor la flora del planeta, una suerte de brújula comparativa: aunque texonómicamente las plantas del altiplano sudamericano sean muy diferentes a las de la meseta tibetana, sus características funcionales son muy similares ya que han debido adaptarse a unas condiciones de temperatura, altura, nivel de radiación y cantidad de oxigeno semejantes.

“Exacto – confirma Díaz – Ambas se han adaptado a condiciones similares. Las plantas que dominan la selva tropical del Amazonas y las de Borneo son de distintas familias, pero cumplen una función muy parecida. Esto se basa en algo que se llama convergencia evolutiva: si viven en el mismo ambiente y cumplen funciones similares, se asemejan aunque vengan de familias diferentes y eso nos permite inferir su historia y sus funciones. Es también una carta de navegación en las que los puntos cardinales son las formas de cuerpo y funcionamiento de las plantas. Así, por ejemplo, en el norte hay plantas pequeñas que crecen rápido, mueren jóvenes y en el sur se ubican las que crecen muy lentamente, con tejidos muy defendidos, que soportan mejor el clima extremo. Es una carta de navegación para las distintas formas de ser plantas. Eso nos sirve de referencia cuando encontramos una planta nueva, en función de sus características, la podemos ubicar en uno de estos puntos y así comprender qué beneficios puede tener para nosotros y para el ecosistema”.

Algo determinante ya que las plantas verde son la base de un ecosistema, por allí entra toda la energía. Dependiendo de qué estilos de plantas abundan en ellos podremos inferir sus funciones. De un modo muy simplista, recalca Díaz, si sabemos cómo es una planta, podremos conocer su ecosistema.

“Esto permite diseñar planes mucho más adecuados a la hora de crear las mejores combinaciones de plantas cuando se piensa en crear proyectos ecológicos”, añade Díaz. “Si lo que queremos es crear una plantación rápida, para marcar una casilla y creernos ecológicos, es fácil. Pero nuestro enfoque funcional permite diseñar un ecosistema eficaz y efectivo, que ofrezca beneficios reales al entorno y a la población que vive en él. Esto enriquece nuestros conocimientos porque también nos permite adelantarnos a lo que podría ocurrir. en muchos aspectos biológicos y ecológicos”.

Afortunadamente todo indica que estamos aprendiendo de las lecciones y la pandemia ha puesto en evidencia que basta apenas un poco de “aire libre” para que el planeta se recupere…¿O no? “Con respecto a la recuperación de la naturaleza por tema de la COVID-19″, afirma Díaz. “La realidad es que no hay tal cosa. Lamentablemente son efectos temporales. El planeta requiere mucho más tiempo para que hagamos una diferencia. Lo que sí muestra esto es la capacidad de resiliencia de la Naturaleza, basta darle un poco de margen para que se recupere. Todo este conocimiento está abierto para uso libre. Si se usará o no para cambiar de rumbo, no lo sé. Lo que tenemos que hacer en el planeta no pasa por falta de información científica, esta es más que suficiente para hacer cosas de otro modo. Y en esto el factor decisivo es la voluntad política. La ciencia nos da las herramientas para actuar, pero quienes deben llevar las medidas a cabo son los políticos”.