Obituario
Tico Medina: deberías haber dejado escrita tu necrológica
Había dos constantes en la vida de Tico: su mala salud (últimamente sobre todo) y su pésima situación económica
Que conste que se lo propuse la última vez que comimos juntos, en «José Luis» y con José Luis. «Tico, deja escrita tu necrológica, por si acaso», le dije en coña después de escuchar un buen rato su rosario de dolores. «Me lo dices para no tener que trabajar», contestó. Recordábamos la anécdota de Vicente Talón, en la vieja redacción de Pueblo. Cuando se iba a alguna de sus guerras (Congo, Vietnam…), Vicente pedía a quien tuviera más cerca: «Si me ocurre algo, escribe tú mi necrológica, porque si la escribe Jesús Hermida sólo hablará de sí mismo».
En aquella redacción había mucho canalleo, que se diría ahora. Te levantaban la cartera de la exclusiva en un pispás y el sueldo al póquer en un ratito. Casi todos éramos la negación de lo que predica el beatífico Kapuscinski: «Para ser periodista hay que ser buena persona». Tico parecía serlo, aunque nunca me asomé al fondo de su alma. Pero quizá solo Tico. Cuando José Antonio Plaza llegó a Pueblo, lo presentó Emilio Romero diciendo: «Ojo con este chico, que me acaba de decir que está casado con la noticia». A lo que Tico respondió con una media granaína: «Si se ha casado con la noticia, que se prepare, porque le voy a poner los cuernos».
Alfredo Amestoy me llamó hace poco: «¿Quién crees que fue el mejor de todos nosotros?», me preguntó. Alfredo es muy de hacer listas. «¿Mejor en qué sentido?», quise saber. Él votó por Tico: «Lo ha hecho todo en todos los medios», me aclaró. Sin duda. Se definía Tico como un viejo druida sin historia personal, «porque sólo he vivido para contar las historias de los demás». Quería y no quería escribir sus memorias. Yo heredé su media naranja, Yale, después de su divorcio televisivo. Bebimos y vivimos mucho Yale y yo, y además tuvimos tiempo de hacer un programa en Antena 3 Radio y de escribir un libro.
Había dos constantes en la vida de Tico: su mala salud (últimamente sobre todo) y su pésima situación económica. Tico y Yale siempre debían pasta, sobre todo Yale. Bien es verdad que en aquellos tiempos los reporteros no nos hacíamos ricos y siempre andábamos caninos, pidiendo adelantos en el periódico y sableando a los colegas menos derrochadores o formales, que los había. Se contaba que a Tico le regalaron una casa en una isla canaria (no recuerdo ahora cuál) La Casa de la Ballena la llamaban, porque en la playa habían encontrado un esqueleto de cetáceo que sirvió para decorar o construir la residencia. Tico no llegó a habitarla nunca, creo: al final se la quedó Hacienda porque él no tenía liquidez (¿cuándo teníamos liquidez?) para abonar los impuestos atrasados que pesaban sobre ella. Algo así. Uno de los grandes misterios susurrados en aquella redacción de nuestros pecados era precisamente por qué tenía deudas Tico. ¿Cómo es posible si no bebe, no tiene amantes y no juega? Nunca lo supimos. En fin, perdona, Tico: deberías haber dejado escrita tu necrológica, ya te avisé. Yo pienso hacerlo. Colegas: no me fío nada de vosotros, cabritos.
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