
Tercera temporada
“Fundación”: Cleones, visiones y caos en la galaxia
AppleTV+ recupera su saga más ambiciosa con una temporada arrolladora, cerebral y feroz, donde lo humano asoma entre ruinas

Con clones, robots, mutantes y una amenaza galáctica en forma de villano telepático, la tercera temporada de “Fundación” da un paso inesperado: se vuelve más cálida. O al menos más viva. AppleTV+ convierte este regreso (se estrenó el pasado viernes) en una rareza dentro de su propio catálogo: una epopeya espacial que no teme la densidad, pero que ahora late con más humanidad.
Esta vez, los fuegos cruzados no solo vienen del espacio exterior, sino también de las grietas internas. La Fundación, esa especie de utopía científica diseñada para salvar la civilización, se enfrenta a su tercera gran crisis y lo hace lejos de la fe ciega en la matemática de Hari Seldon. El futuro, que antes cabía en ecuaciones, ahora tropieza con variables imprevistas. Al centro del huracán está El Mulo, un psíquico carismático, de esos que no necesitan alzar la voz para volverse aterradores. Pilou Asbæk lo encarna con una sobriedad que impone, sin dejar de ser incómodamente magnético.
La primera aparición de El Mulo lo muestra diezmando una flota con solo pensarlo. Una escena potente, sí, pero lo mejor no es la destrucción, sino cómo planta su discurso: directo, económico, brutal. Este enemigo no tiene un plan maquiavélico: tiene hambre. Y eso lo hace aún más inquietante.
Frente a él, la Dinastía Cleon atraviesa una metamorfosis inesperada. El trío de emperadores clonados —Dawn, Day y Dusk— ya no se muestra como un bloque impenetrable. Esta temporada permite que sus diferencias se filtren como veneno dulce. Cassian Bilton da a Dawn un aire de hijo confundido; Terrence Mann, como Dusk, carga la melancolía de quien intuye su final; y Lee Pace se despacha un Day deliciosamente decadente: túnica abierta, filosofía barata y un ferret bajo el brazo. Esta versión hedonista de Day es un soplo sorpresivo, tan ridículo como trágico. Y por eso funciona.
Laura Birn, como la robot Demerzel, sigue siendo el alma rota del Imperio. Su lucha interna entre programación y creencia, entre deber y vacío existencial, adquiere nuevas aristas. Esta vez, tiene con quién hablar: una luminista que escucha más de lo que debería. En ese diálogo —filtrado por la culpa y el temor a desaparecer— “Fundación” encuentra uno de sus momentos más íntimos, un respiro en medio del vértigo.
Y mientras tanto, la propia Fundación se aleja de sus orígenes como faro de conocimiento para coquetear con el poder. Lo que nació como una misión científica ahora huele a política y a burocracia, con traders separatistas que quieren pactar con el Imperio y un liderazgo que ya no se sostiene solo en la palabra de Seldon. Lou Llobell, como Gaal Dornick, encarna esa tensión: entre la herencia recibida y la acción necesaria. Su Gaal ya no es la joven deslumbrada del principio, sino alguien capaz de manipular la partida.
En el fondo, todo esto sigue siendo una historia sobre el tiempo. No el de los relojes, sino el que transforma, desgasta y desordena. Cada episodio avanza no solo en años, sino en capas. Saltamos entre siglos como quien hojea un atlas galáctico. Y, sin embargo, todo se siente conectado. La narrativa fragmentada no solo es parte del estilo: es su esencia. La historia no fluye como río, sino que se acumula como sedimento.
El diseño visual refuerza ese carácter monumental. No hay planeta que no tenga su textura, su idioma propio. Desde la belleza tóxica de Kalgan hasta la arquitectura imperial de Trantor, la serie encuentra un equilibrio entre lo grandioso y lo orgánico. Las ciudades respiran, los desiertos escuecen, las sombras dicen más que muchas frases.
Sí, es cierto que no es fácil subirse a esta nave sin equipaje previo. La temporada requiere memoria, paciencia y cierta tolerancia al exceso de nombres y conceptos. Pero quien se quede, será recompensado. Porque la complejidad aquí no es un capricho, sino una vía para hablar de cosas más cercanas: el miedo a perder el control, la tiranía del legado, las contradicciones de liderar cuando ya no se cree en la causa.
¿Tiene fallos? Claro. Hari Seldon (Jared Harris) aparece menos de lo deseado, y su rol como conciencia incorpórea parece más simbólico que funcional. Pero incluso su ausencia pesa. Como si su figura —casi mítica, casi ridícula— recordara que ni la predicción más perfecta resiste el contacto con la realidad. Esa paradoja sostiene buena parte del interés de esta entrega: la tensión entre lo planificado y lo imprevisible.
“Fundación” no busca gustar a todos, y eso se agradece. En tiempos de consumo rápido, su apuesta por la densidad, el detalle y la construcción de un universo que se transforma a cada segundo es un acto de resistencia. Esta tercera temporada condensa lo mejor de ese espíritu: ideas grandes, conflictos íntimos y un pulso narrativo que se permite momentos de pausa sin perder fuerza.
AppleTV+ vuelve a encontrar en esta serie una de sus joyas menos complacientes. No es la más popular, pero sí una de las más ambiciosas. Y con esta nueva entrega, también una de las más humanas.
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