Ferias taurinas
A ovación por coleta en tarde gris y de poco contenido en Madrid
Tres ovaciones, una para cada actuante, fue lo poco que dio de sí el festejo de hoy en Las Ventas, un tarde insulsa y de poco contenido, en la que falló la novillada de San Martín, y en la que los actuantes tampoco anduvieron muy allá.
FICHA DEL FESTEJO.- Novillos de San Martín, bien presentados, muy en el límite de todo y de juego desigual. Con calidad, el frenadito primero; el segundo sirvió aún sin acabar de humillar; flojo y con guasa, el tercero; apagado y de cortas embestidas, el cuarto; dócil y con poca transmisión, el quinto; y deslucido el sexto.
Diego Fernández, de verde esperanza y oro: estocada baja y delantera (ovación); y casi entera trasera y atravesada, y ocho descabellos (silencio tras aviso).
Abel Robles, de rosa y oro: pinchazo, y estocada delantera y tendida (silencio); y pinchazo, casi entera trasera y atravesada, y descabello (ovación tras aviso).
Diego Carretero, de grana y oro: estocada (silencio); y estocada trasera y tendida (ovación).
La plaza registró menos de un cuarto de entrada en tarde agradable.
Una tarde aciaga se mire por donde se mire. Se juntaron todas las premisas para que el espectáculo quedara en el disparadero. El hambre con las ganas de comer, que dice el refranero. Porque a los "santacolomas"de San Martín, muy en el límite de todo, les faltaron codicia, transmisión e, incluso, vida en algunos casos.
Pero a los novilleros tampoco se les vio muy allá que digamos, unos, como el caso de Fernández, porque le faltó convicción para redondear dos faenas de bellos chispazos; otros, como Abel Robles, porque se le nota el muy poco bagaje profesional que atesora; y el tercero, Diego Carretero, porque no tuvo opción con el lote menos apto en conjunto.
Volvía a Madrid al cabo a tres años Diego Fernández, al que desde hace muy poco dirige un profesional como la copa de un pino como Jesús Pérez "El Madrileño", que debuta así en el campo del apoderamiento.
El palentino, aunque afincado en la capital, sorteó en primer lugar un novillo frenadito de salida, que parecía dormirse en los embroques y al que había que esperar mucho, tirar de él con suavidad y dejarse la muleta siempre puesta. Ese era el secreto para extraer el buen fondo que tenía guardado el animal.
A Fernández le costó descifrar el algoritmo, pero así y todo, de mitad de faena en adelante, logró un ramillete de naturales sueltos, de uno en uno, de exquisita y lentísima interpretación, alguno de ellos, incluso, sublime por bello y encajado. Pero el conjunto supo a poco. Faltó armazón.
En el cuarto ocurrió algo parecido, con la salvedad de que este utrero tuvo mucho menos fondo. Fernández dejó retazos del elegante y plástico concepto que atesora, lo bien que compone la figura, sobre todo en los embroques, dentro de otra faena de fogonazos aislados, sin redondez y mal finiquitada con los aceros.
El debutante Abel Robles no se entendió con su primero, novillo que, pese a no descolgar lo suficiente, sirvió mucho para la muleta, pero el joven catalán, ya está dicho, no se acopló en una labor demasiado periférica y "al hilo", y en la que también pasó alguna que otra fatiga cuando decidió acortar distancias.
Y más de lo mismo con el noble y dócil quinto, al que pasó por los dos pitones con poquito ajuste y menos acierto en los toques, lo que propició que aquello saliera deslavazado, sin ninguna estructura. Hubo voluntad, sí, mucha disposición, también, pero prácticamente nada en lo artístico.
El primero de Diego Carretero tuvo su "guasa", un novillo muy agarrado al piso, al que le costaba arrancarse, pero que cuando se venía lo hacía dormidito, sin entregarse en las telas y quedándose también corto. Menos mal que tampoco tuvo fuerzas para desarrollar tan malas ideas. Faena discreta del manchego, que puso voluntad pero sin lograr nada del otro mundo.
En el deslucido sexto, Carretero dejó, al menos, una tanda final sobre la zurda de mucho sabor, insuficiente para remontar una tarde que llegó a su ocaso como otras muchas en esta plaza.
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