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Toros

Cornada, trofeo y faenón de Roca Rey con el Adolfo

Manuel Escribano resultó herido de gravedad, Román se la jugó en una faena de mucho mérito y cortó un trofeo y Roca lo perdió con la espada tras un faenón.

El diestro peruano Roca Rey durante el decimoséptimo festejo de la Feria de San Isidro / Foto: Alberto R. Roldán
El diestro peruano Roca Rey durante el decimoséptimo festejo de la Feria de San Isidro / Foto: Alberto R. Roldánlarazon

Manuel Escribano resultó herido de gravedad, Román se la jugó en una faena de mucho mérito y cortó un trofeo y Roca lo perdió con la espada tras un faenón.

Eligió el azar. En definitiva. Diez ganaderías había en el bombo, solo una de las denominadas duras, la de Adolfo Martín. La incógnita tardó poco en desvelarse aquella mañana de febrero, en la primera bolita unía el nombre al de Roca Rey, la figura del momento que tira de taquilla como ningún otro, salvo José Tomás. Y curiosamente, los caprichos del destino, nos hacían recaer en las casualidades de la historia. Un toro de Adolfo Martín fue el que se dejó vivo en esta plaza José Tomás aquella tarde de 2001. Como si la historia se retorciera por sí misma en el infinito intento de encontrar recovecos donde perdernos. El “no hay billetes” estaba asegurado desde hace tiempo, la reventa subió como espuma de cerveza después de su anterior comparecencia, la primera, aquella que abrió la Puerta Grande herido. Una explosión de emociones que hacía que justo antes de empezar el festejo la expectación fuera algo que se contagiaba. Estaba en las caras. El primero y el segundo fueron la antesala del encuentro de Roca Rey con “Sombrerillo”, aunque en el toro de Román sufrimos lo suyo y lo nuestro. Fue un toro cinqueño el que quiso el destino para el debut del peruano con los toros de Adolfo. No lo puso fácil. Medio pasaba por el pitón izquierdo, por donde afrontó la faena desde el principio, en el intento de sortear las cornadas que daba por el derecho. Lo probó también. Pero la faena fue más a la defensiva que en crecimiento. Expectativa top. Y silencio. “Madroñito” nos devolvió a Roca Rey en plenitud. Sin fisuras, ajustando su concepto y los prejuicios al toro, que fue cómplice perfecto para cerrar su apuesta en Madrid. Viajaba largo por ambos pitones y lo hacía con mucho temple. En ese ritmo bueno se recreó Roca Rey desde los comienzos, sobre la diestra en mitad del ruedo y al natural después. Logró que Madrid rugiera de nuevo en los vuelos de su muleta y en la trepidante arrancada del de Adolfo. La espada no entró, no a la primera, pero Madrid había entrado de lleno en el discurso de las emociones.

Con Román sufrimos nada más empezar. Y de qué manera. “Madroño”, el segundo toro de Adolfo le dejó las cosas claras, ya en el capote, pero mucho más cuando se puso a torearlo con la muleta. La primera colada por el pitón diestro fue la antesala de lo que nos venía. Bomba de oxígeno faltó por momentos cuando el toro apretó por dentro, recortó, hasta que le cogió. Le había avisado hasta la saciedad y Román insistió en plantarle cara por ese pitón diestro envenenado. Le metió la mano con habilidad, que ya era mucho, que ya era todo tal y como estaba el toro. Aguantó con el quinto lo que es de este mundo y del otro. Tenía cosas buenas el Adolfo, pero había que tragarle una barbaridad por lo indefinido de sus embestidas. En cada una podía haber la cara o la cruz, pero era agradecido. Se entregó con verdad, y esa verdad acabó de trascender. Al filo de la cogida, siempre, sin rectificar jamás. Una ecuación que no estaba a la altura de cualquiera. Y lo gozó. Volcánica fue la manera de entrar a matar, casi dio la sensación de que arrolló al toro de la fuerza moral con la que entró en la suerte. Meritazo. Cayó contraria, pero las emociones volaban más alto. El trofeo se pidió como si no hubiera mañana. Y para esta gente, capaz de afrontar la vida y el riesgo así, el mañana está muy lejos.

La emoción con la que llegamos a la plaza resultó inversamente proporcional a la que tuvo el Adolfo que abrió plaza. A portagayola se fue un Escribano valeroso, aunque resultó prendido después con el capote sin consecuencias. Franqueza en el viaje, pero sosería a raudales tuvo en la muleta, lo que se acusó en la eternidad de la faena de Escribano. Espectacular cornamenta tuvo el cuarto. Una vida cabía entre pitón y pitón. Se tomó sus tiempos laxos en banderillas y en el tercer par, sentado en el estribo, cerca del toro, hizo el quiebro cuando parecía inverosímil. Y casi lo fue. Dos pases cambiados le pegó a los que acudió el Adolfo como un huracán, pero luego embistió muy boyante y con entrega. Había toro, con todos los desafíos, casi intrínsecos de la divisa. Por la derecha se puso Escribano, firme y sincero, afrontando la incertidumbre de cada muletazo. Así al natural, viajaba hasta el final el animal con mucha transmisión a pesar de la lentitud. Le cogió. Fue una vez, la primera, pero no le perdonó. La herida debió ser brutal por lo rápido que sucedieron el resto de cosas: en segundos a Manuel Escribano le habían llevado a la enfermería. Mala pinta tenía. Don Máximo tenía todo que decir y con el tiempo contado. Los segundos pueden ser una eternidad en el contrapunto del lleno de “no hay billetes” de este lado del Olimpo.

Ficha del festejo:

Las Ventas (Madrid). 17º de la Feria de San Isidro. Se lidiaron toros de la ganadería de Adolfo Martín. 1º, soso y descastado; 2, peligroso; 3º, con peligro por el derecho y medio pasa por el zurdo; 4º, bueno con sus desafíos; 5º, difícil, emocionante porque en cada pase está el riesgo, orientado pero agradecido; 6º, bueno. Lleno de “no hay billetes”

Manuel Escribano, de grana y oro, estocada (silencio); herido.

Román, de grosella y oro, estocada, descabello (saludos); dos pinchazos, estocada, aviso en el que mató por Escribano (ovación); estocada (oreja).

Roca Rey, de tabaco y oro, pinchazo, estocada (silencio); pinchazo, estocada caída (saludos).