Ferias taurinas
Dos rosas blancas
Mario Sotos se lleva la única oreja de una buena novillada de los hermanos Lozano
Mario Sotos se lleva la única oreja de una buena novillada de los hermanos Lozano
Albacete, 11 de septiembre. Cuarta de feria. Media entrada.
Cuatro novillos de El Cortijillo, y dos, tercero y quinto, de Lozano Hnos., bien presentados y de buen juego en conjunto.
Mario Sotos (de celeste y oro), pinchazo y media, oreja; bajonazo, ovación.
Toñete (de azul noche y oro), media y cuatro descabellos, ovación con aviso; media y casi entera, silencio.
David Martínez (de azul noche y oro), cuatro pinchazos y media, silencio tras aviso; cuatro pinchazos y estocada, silencio con otro aviso.
Saludaron tras parar al tercero Rafael García y Ramón Martínez.
Antes de que se hiciese el paseíllo, el entrañable y querido Pimpi, tantos años a las órdenes de Dámaso González y ahora al frente de la cuadra de picar de esta plaza de Albacete, colocó dos rosas blancas en el centro del ruedo para recordar al desaparecido torero en el día que hubiese cumplido setenta años. La estela del León de Albacete es alargada y tras ella siguieron los novilleros actuantes, que dejaron ver que el estilo que aquel implantó sigue vigente.
Se lidió un encierro de los hermanos Lozano compuesto por cuatro novillos con el hierro de El Cortijillo y dos con el de Lozano Hnos. Conjunto de muy aparente presencia y buen juego en general, noble y obediente con el sólo lunar del corrido en quinto lugar, más complicado. Pero con este tan aprovechable material sólo Mario Sotos tocó pelo, paseando la oreja del abreplaza, abanto de salida pero al que fijó con unas muy ceñidas verónicas a pies juntos. Mostró variedad y repertorio con el capote y echó siempre la muleta adelante, dejándola puesta y engarzando los muletazos en una primera parte de faena compacta y ligada, luciéndose al torear en redondo. Luego fue acortando las distancias y el animal acusó esa cercanía, teniendo que acabar metido entre los pitones.
Se dobló con eficacia y torería para avivar al cuarto, que rompió así a embestir, dejando ver a un novillero solvente y puesto. No tuvo, sin embargo, continuidad su trasteo, aunque dejó ver quietud y valor, perdiendo la puerta grande al matar de un feo bajonazo.
Toreó con gusto y mando Toñete a su primero, bajando la mano y llevándole con suavidad y temple. Cuando le exigió más, la bondad del novillo no se vio correspondida con su fuerza, doblando y no dejando lucir en toda su extensión una faena compuesta y sobrada, tanto técnica como artísticamente.
El quinto fue el garbanzo negro de la novillada. Esperó en banderillas y entró al trapo con brusquedad y peligro. Antonio Catalán anduvo esforzado y tesonero, llevándose algún tantarantán cuando le buscaba las vueltas y por empeñarse en torear bonito en otra labor en la que dejó ver valor y disposición.
David Martínez, alumno hasta ayer de la Escuela de Tauromaquia local, debutó con picadores sin demasiada fortuna. Puso voluntad y ganas con su primero, que siempre fue donde vio muleta aunque no acabó de someterle, precipitándose luego a la hora de matar.
Embistió codicioso el sexto, aunque se le dio muy mala lidia en los dos primeros tercios. Desarmado al inicio de su faena no se desanimó y buscó lucir con un astado que tuvo buen aire pero que acusó el castigo en varas. Pese a sus ganas, su quehacer no acabó de tener claridad y tampoco estuvo fino ahora con la espada.
Al finalizar la función, y a pesar del tráfago de la novillada y del trajín de dos horas largas de lidia, las dos rosas blancas seguían en el platillo del la plaza. Como el recuerdo de Dámaso permanece en todos los aficionados y en quienes le conocieron.
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