Feria de San Isidro
Leonardo, el tercer hombre
Segunda Puerta Grande en Madrid en siete días tras cortar tres orejas con una aplastante rotundidad
- Las Ventas (Madrid). Decimosexta de feria. Se lidiaron toros, reglamentariamente despuntados para rejones, de San Pelayo y El Capea (6º), de correcta presentación. El 1º, parado y sin celo; el 2º, manejable, pero a menos; el 3º, buen toro, con ritmo y repetidor; el 4º, manso, aquerenciado y desentendido; el 5º, con casta, enrazado y exigente; el 6º, con bondad. Lleno de «no hay billetes».
- Fermín Bohórquez, pinchazo, rejón trasero y caído (silencio); y dos pinchazos, medio rejón, rejón trasero (silencio).
- Pablo Hermoso de Mendoza, pinchazo, medio rejón, rejón trasero (silencio); y dos pinchazos, rejón trasero, tres pinchazos, rejón trasero (saludos).
- Leonardo Hernández, gran rejonazo (dos orejas); y buen rejonazo (oreja).
Como si el personaje del británico Graham Greene hubiera cambiado sombrero y gabardina por caballo y espuelas, Leonardo Hernández sigue convertido en «el tercer hombre» del rejoneo. Obstinado en no dejarse ganar la batalla por dos figuras de leyenda como Hermoso de Mendoza -que ayer perdió la salida a hombros con el rejón de muerte- y Diego Ventura, firmó su segunda Puerta Grande en una semana con una rotundidad tan aplastante, tres orejas, como la eficaz manera de ejecutar la suerte suprema en ambos toros.
El jinete pacense cuajó de principio a fin al buen tercero. Repetidor y con ritmo, tuvo siempre un alegre son que permitió a Leonardo torear de costado templadísimo sobre «Amatista». Cosido a la grupa lo llevó hasta dibujar la circunferencia completa del coso. Auténticos muletazos a caballo en los cambios de pista. Hubo una banderilla al quiebro por los adentros sensacional. Mucha pureza en todas las suertes. Citó muy de frente en los quiebros con «Olé» y «Xarope». Sobre este último, terminó de espolear a un tendido «para entonces ya convencido» en un eléctrico carrusel de cortas al violín. Luego, llegaron mil y un alardes y desplantes en el testud de la res. Lo pasaportó de un soberbio rejonazo de efecto fulminante que puso en sus manos las dos orejas.
Con la Puerta Grande en el esportón, gustó y se gustó en el noblón sexto. Lo ahormó con «Caparica» para después lucirse con «Verdi» y destacar con «Sol». El valiente albino se lo dejó llegar muy cerca y, de poder a poder, ofreció siempre el pecho en los medios. Muy meritorio. Repitió efectista y jaleado colofón con «Xarope» en las cortas antes de hundir con la misma eficacia el rejón de muerte. Otro trofeo más.
No escatimó esfuerzos Hermoso de Mendoza en el encastado quinto, que exigió y apretó una barbaridad. Buena culpa de su celo lo tuvo «Disparate». Con un poder descomunal, expuso arriesgando varias veces la cornada al realizar la hermosina que conquistó al público. Escandaloso caballo. Luego, «Ícaro» ofreció el pecho y se hartó de meter la cabeza entre los pitones, mientras que a lomos de «Pirata» cerró Hermoso con un buen par de cortas a dos manos. En el aire la Puerta Grande, se esfumó después de dar un sainete con los aceros.
Previamente, con el manejable pero a menos segundo, al que colocó en el mismo morrillo dos rejones de castigo en una moneda sobre «Napoleón», el navarro marró con los aceros el posible trofeo. Templó a dos pistas y combinó frenazos en seco con francas arrancadas con «Berlín». De ese mismo castaño oscuro que nos enamoró tantas tardes con «Cagancho» y «Chenel». Pisó terrenos complicados con «Dalí», muy en corto sobre los cuartos traseros, pero la rúbrica sobre «Pirata» quedó emborronada al pinchar.
Después de un cuarto de siglo desde su confirmación de alternativa, Fermín Bohórquez aguardó otro San Isidro más en el patio de caballos. Tensa espera. Y diferente. El último paseíllo en Madrid. Año de despedida. Rompió plaza con un ejemplar algo aplomado y que no mostró demasiado celo a las galopadas del jerezano sobre «Gallo», primero, y «Brasil», después. Los mejores pasajes de una tibia actuación llegaron con dos pares a dos manos sobre «Melero», especialmente, el segundo, más reunido. «Jabalino» fue el toro del adiós. Un regalo envenenado. Pura ponzoña. Vaya prenda. Barbeó toda la lidia, muy manso y aquerenciado a tablas, desentendido siempre y cortando el viaje a la mínima. Lo recibió con «Rubia» de salida. Esa preciosa yegua que lo ha acompañado la práctica totalidad de su carrera. Un guiño a toda una vida como centauro. Desconfiado y dubitativo, puso voluntad pero sólo logró el lucimiento de nuevo con «Melero» gracias a un par por los adentros. Una pena. Desdicha frente al gozo del tercer hombre. La estela de Ventura y Hermoso de Mendoza cada vez está más cerca.
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