Albacete
Paso a la generación JASP
Álvaro Lorenzo y Ginés Marín salen a hombros en la segunda de la feria con un flojo y noble encierro de Juan Pedro Domecq
Albacete. Segunda de la feria. Se lidiaron novillos de Juan Pedro Domecq y Parladé (1º), desiguales de presentación y muy blandos, aunque nobles y manejables. Más de media entrada.
Álvaro Lorenzo, de plomo y plata, entera (oreja); y entera (oreja).
Ginés Marín, de rosa pálido y oro, entera (oreja); y entera (oreja).
Varea, de rosa y oro, dos pinchazos, estocada atravesada y entera contraria (silencio); y pinchazo, metisaca, entera y siete descabellos (sIlencio con aviso).
De las cuadrillas, Alfonso Carrasco se desmonteró tras parear al sexto.
Hará como veinte años causó furor y cayó en gracia el término JASP, siglas que querían significaban jóvenes profesionales sobradamente preparados y que no tenían claro, pese a ello, su futuro laboral.
Tambien en el toreo, tan necesitado de nuevos valores, de savia nueva que refresque y regenere escalafones y afición, hay jóvenes profesionales sobradamente preparados que deberían ser promocionados con más decisión y ganas. Novilleros que han demostrado y demuestran que están ya para empresas mayores, como los actuantes ayer en la primera novillada de la feria de Albacete, saliendo dos de ellos, Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, por la puerta grande y dejando claro que se puede contar con ellos.
Comenzó también con susto esta segunda de la feria, cuando Álvaro Lorenzo trastabilló al recibir de capa a su primero y fue atropellado por éste, llevándose un palizón, aunque afortunadamente la cosa quedó en el sobresalto y los porrazos. No se amilanó por ello el toledano, que volvió a la cara del novillo como si tal cosa y dejó unas verónicas de excelente factura. Y si en los primeros tercios el astado anduvo algo incierto, en la muleta embistió con franqueza, siguiendo sin protestar el engaño que Lorenzo manejó con temple y no poca ciencia, bajando mucho la mano y sometiendo en todo momento a su oponente, aunque al natural hubo más agobios por ambas partes.
El cuarto metió los riñones en el caballo y su matador plantó sus reales poco más allá del tercio, enganchado al novillo muy adelante y llevándolo hasta muy atrás, con temple, seguridad y dominio, dejando ahora algún natural larguísimo, aguantando impávido las dudas de un animal en el tramo final de un trasteo tan bien concebido como estructurado y siempre a más, sin bajar nunca el pistón. Fue este suyo el lote de más fuelle del encierro. Ginés Marín, que sustituyó al anunciado y herido Roca Rey, se enfrentó en su primer turno a un ejemplar incapaz, pese a su buena voluntad de responder al reto que le presentaba su muleta. Pasó sin más, porque su instinto así se lo imponía, pero sin celo ni codicia porque su poca fuerza no se lo permitía. Marín tiró de paciencia y dejó la impronta de torero hecho y derecho, siendo él quien tiró siempre del quinto, otro astado muy parado por falta de energía, llevando la iniciativa de un quehacer en el que acabó metido entre los pitones y dejando claro que tiene valor, cabeza y conocimientos más que suficientes para funcionar. Varea fue el más perjudicado en el sorteo. Su primero fue un inválido que apenas se sostenía en pie y dejó ver su buen corte y concepto con el que cerró plaza, más hecho pero tampoco sin demasiado gas, perdiendo una oreja al tardar mucho con el estoque y malversar una faena de mérito.
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