Feria de San Isidro

Rehuelga clama su sitio en la tarde del síndrome

Lidia una buena corrida y el palco da una vuelta al ruedo al quinto por su cuenta en un extraño festejo en San Isidro.

Alberto Aguilar toreando con la muleta a su segundo toro, que fue premiado con la vuelta al ruedo
Alberto Aguilar toreando con la muleta a su segundo toro, que fue premiado con la vuelta al ruedolarazon

Lidia una buena corrida y el palco da una vuelta al ruedo al quinto por su cuenta en un extraño festejo en San Isidro.

Las Ventas (Madrid). Vigesimoséptima de San Isidro. Se lidiaron toros de Rehuelga y San Martín (1º), muy serios. El 1º, flojo, sosete y sin entrega; el 2º, encastado, con movilidad, humilla pero se orienta; el 3º, pronto y con más inercia que empuje en la muleta, pero con temple; el 4º, repetidor y sosete; el 5º, de buen juego y flojo, premiado con una inexplicable vuelta al ruedo; y el 6º, buen toro por ambos pitones, de gran calidad. Menos de tres cuartos: 14.134 espectadores.

Fernando Robleño, de grana y azabache, pinchazo, estocada corta, estocada (silencio); estocada, cinco descabellos, aviso (silencio).

Alberto Aguilar, de rosa y oro, pinchazo, estocada desprendida (silencio); estocada caída (saludos).

Pérez Mota, de habano y oro, dos pinchazos, estocada (algunos pitos); media, estocada (pitos).

Fue una tarde extraña. Extraña por momentos. Vivimos sometidos al síndrome de lo que está escrito, más allá de donde nos ponga luego la realidad. Incómoda por momentos. Como si nos hubiera atrapado el síndrome de las corridas duras y no fuéramos capaces de discernir el sí y el no. La bravura de una vara sólo defendida por la prontitud o también por el empuje de verdad debajo del peto. Igual en la muleta. ¿Sólo importaba que el toro se arrancara desde lejos? ¿Se borraba en la retina de los espectadores lo que ocurría a partir de entonces? O nos valía la máxima de que el toro, sea el que encaste que sea, tiene que empujar detrás de la muleta, como al torero se le exige ajuste y verdad en los encuentros. Nos perdíamos sin vías de encuentro. Fue el tercero de bonito nombre literario «Perlasnegras» el que nos situó en ese limbo de ideas. Al caballo fue. De lejos. Tres veces. Qué bueno recuperar la suerte. ¡Ojo y mantener el criterio! Se hizo todo a favor del toro. La brega de Caricol y los dos pedazo pares de banderillas que le sopló Contreras. Pérez Mota le enseñó, como lo había hecho en el caballo. De lejos, y ahí iba el toro, con temple en el viaje, el fuste justo, y salvaba los muebles en la primera arrancada e incluso la segunda pero le faltaba empujar de verdad, codicia por el engaño, le quedaba el ritmo, ese temple...A la contra del torero se puso el público y a favor del toro. Apretaba el síndrome. El cuarto. Se lo presentaré más adelante, porque ante el estupor general acabó pasando a los anales de la Historia de esta plaza, pareció que iba a ser el toro más importante de la tarde. Primero en las tres varas que tomó en el caballo. Más en la distancia que de entrega. Y después por la casta con la que fue a la muleta de Alberto Aguilar. Pero de pronto el toro perdió las manos, y lo hizo una y otra vez, sólo el tiempo logró que se recompusiera, que ese fondo de bravo que tenía le permitiera venirse arriba y tener buen comportamiento por ambos pitones con humillación y repetición. Le buscó el sitio Aguilar en una faena de acople y de menos a más, que remató con una estocada caída. Y de pronto, estupor total, el presidente premió al toro de Rehuelga con la vuelta al ruedo. Les presento pues a esta buena «Liebre» que defendió bien sus 647 kilos. No se puede decir lo mismo del palco.

«Coquinero» fue un toro extraordinario. Cerró plaza. El toro de más calidad de todo el encierro de Rehuelga que sin duda reclamó su espacio con la corrida lidiada en Madrid. Viaje largo y humillado por el izquierdo y entrega también por el derecho. No se cansó nunca de embestir. Presto a la arrancada. Fiel a la figura de Mota, a nada que hiciera ahí estaba el toro. Se amontonó el torero. Quiso torearlo bonito y le pudo la responsabilidad de una tarde difícil, que lo era.

Robleño no tuvo demasiadas opciones con un primero de San Martín y le cuestionaron el oficio ante un cuarto que se dejó hacer pero sin transmisión. Encastado había sido el segundo, se orientaba a la media vuelta. Aguilar anduvo toda la faena buscando como pudo salvarse de la quema. El síndrome de estas tardes es abrasador.