Opinión

El dilema permanente de Lagarde

Algunas apariciones de Christine Lagarde, presidenta del BCE, despiertan una expectación similar, aunque más discreta y algo menos histérica, que las de la Taylor Swift

European Central Bank (ECB) President Christine Lagarde addresses a press conference following the meeting of the ECB Governing Council in Frankfurt am Main, Germany, 25 January 2024.
Christine Lagarde, presidenta del BCERONALD WITTEK EFE/EPA

José Ortega y Gasset (1883-1955), el filósofo español por excelencia del siglo XX, con el permiso –eso sí– de George Santayana (1863-1952), escribió que «es falso decir que lo que nos determina son las circunstancias. Al contrario, las circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es el carácter». Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), la persona más poderosa de Europa –y una de las del mundo– porque tiene la capacidad, misteriosa para unos, mágica para otros, de crear y destruir dinero, vive en un dilema permanente. Hamlet, el atormentado personaje de Shakespeare (1565-1616), se debatía entre «el ser o no ser». Lagarde se enfrenta a una tesitura no menos existencial en muchos aspectos, bajar o no bajar el precio del dinero, cuánto y cuántas veces. Una decisión que debe adoptar tras obtener el visto bueno del consejo del BCE, en el que figuran Luis de Guindos, como vicepresidente, y Pablo Hernández de Cos, por ser gobernador del Banco de España. Además, lleva meses sometida a todo tipo de presiones, directas e indirectas, sutiles y groseras, amistosas y hostiles. Las actuaciones de Taylor Swift generan expectación multitudinaria y ruidosa. Las de Lagarde, como la del jueves pasado, a la hora del almuerzo en España y de la sobremesa en Europa, no le fue a la zaga, aunque fuera menos ruidosa y su público, no mucho menos numeroso, no solo adicto sino, con frecuencia, crítico. Hay mucho dinero y mucho negocio en juego en cada decisión del BCE, desde el precio de las hipotecas a grandes operaciones corporativas, sin olvidar el coste de la deuda de los países de la eurozona.

El BCE tiene el mandato de mantener la inflación a raya, en el 2% para más detalles. Tras la Gran Recesión, cuando los mercados pensaron que el euro era una pieza fácil de batir, el BCE, con Mario Draghi, quizá se extralimitó en sus funciones, pero con una decisión de carácter salvó y consolidó la moneda única europea, que ahora es un éxito sin precedentes. En plena pandemia, también aparcó la letra de la norma y, ya con Lagarde de jefa, fabricó todo el dinero necesario para evitar la catástrofe. Todo eso, unido a otras circunstancias geopolíticas, provocaron el regreso del fantasma de la inflación –a ambos lados del Atlántico–, que obligó a subir tipos de interés para combatirlo. Hace meses, incluso más de un año, que los «yonkis» de la droga monetaria reclaman volver a los tiempos del «dinero gratis», algo irrepetible. La Reserva Federal estadounidense (FED), que preside Jerome Powell, y el BCE, amagan también hace meses con un descenso del precio del dinero que, sin embargo, no llega, al margen de que sea más o menos conveniente. La inflación acaba de repuntar en los Estados Unidos, lo que da la razón a quienes defienden que lo más complicado es la «última milla» de esa carrera. Hay dudas, por otra parte, a pesar de los buenos datos de empleo, de la pujanza de la economía USA, sostenida también por los ingentes fondos inyectados por la Adminstración Biden. El mantenimiento del precio del dinero o una bajada no son neutrales en la carrera electoral Biden-Trump y forma parte de las circunstancias ante las que tiene que decidirse la Reserva Federal.

Christine Lagarde y el BCE no tienen presiones electorales, a pesar de los comicios de junio, pero sí de los distintos gobiernos, y sobre todo –entre ellos el español– de los más endeudados, que necesitan tipos de interés cuanto más bajos mejor. Pedro Sánchez presume de éxito económico, pero casi todo se cimenta en fondos europeos y en una financiación barata, pero que intenta que todavía lo sea más. El que la reducción de la deuda sea una asignatura cada vez más difícil de aprobar, como recordaba «el pensadero» de Funcas la semana pasada, no inquieta al presidente ni a los ministros María Jesús Montero y Carlos Cuerpo. El BCE y Lagarde, por si acaso, esperan de momento, y solo sugieren que en junio, si las previsiones actuales se mantienen, podrían bajar los tipos de interés. Todo, claro, expresado en el lenguaje críptico de los bancos centrales: «Sería apropiado reducir el actual nivel de restricción de la política monetaria». El BCE, a pesar de todo, no es monolítico y hay consejeros que hubieran aceptado bajar ya el precio del dinero, pero una vez más se impuso el deseo de la unanimidad, aunque condicionada. La eurozona es toda una potencia, pero tampoco aislada, y si Estados Unidos mantiene los tipos de interés, bajadas apresuradas en Europa podrían generar un desplome del euro y de rebote, relanzar la inflación. Al final, también para Lagarde, «las circunstancias son el dilema (...) pero el que decide es el carácter, como decía Ortega.

Un lujo lanzado directo hacia el IBEX, tres generaciones después

La compañía del lujo de la belleza, entre otras cosas, Puig, una empresa familiar en tercera generación, está a punto de salir a Bolsa. Presidida por Marc Puig, uno de los 14 primos de esa generación, su valoración inicial en los mercados podría rondar los 10.000 millones de euros, algo que la colocaría, sin duda, entre las veinte mayores empresas que ahora cotizan en el Ibex 35 y le permitiría acceder a ese índice en pocos meses, tras su próximo debut en los parqués.

Estados Unidos y la Unión Europea, dos caminos distintos hacia el mismo sitio

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