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Ficción de época por la que no pasa el tiempo

«Regreso a Howards End» captura las verdades universales de la novela homónima de E.M. Forster en la que se basa.

Hayley Atwell y Matthew Macfadyen protagonizan «Regreso a Howards End»
Hayley Atwell y Matthew Macfadyen protagonizan «Regreso a Howards End»larazon

«Regreso a Howards End» captura las verdades universales de la novela homónima de E.M. Forster en la que se basa.

Una suntuosa exploración de conflictos amorosos y sociales en la época eduardiana no es un asunto que necesariamente conecte con los gustos de la audiencia de ficción televisiva actual y, por tanto, de entrada cabe preguntarse si una segunda adaptación a la pantalla de «La mansión» –más conocida como «Regreso a Howards End»– es del todo necesaria; más aún si consideramos que la primera, la película dirigida por James Ivory en 1992, goza de un reconocimiento generalizado entre crítica y público.

Que cada espectador decida por su cuenta si la miniserie de la BBC recién estrenada en Filmin logra responder afirmativamente a esa cuestión, pero sin duda es una obra que saca gran partido a su estilización formal, su sobriedad narrativa y el ritmo pausado pero ligero al que avanza. Y, aunque en general resulta más admirable que realmente disfrutable, exhibe una capacidad absorbente insólita en un relato compuesto mayormente de escenas en las que los personajes hablan en habitaciones y leen cartas.

Pero lo más distintivo en ella es otra cosa: si la prioridad de la película de Ivory parecía ser el despliegue de lujo y perifollo orgullosamente acartonados, la nueva serie muestra una conciencia de clase más afilada, lo que significa que no solo adapta más fielmente el texto original de E.M. Forster, sino que también es un análisis más preciso de su significado. Y aunque sus escenas sirven de escaparate para una variedad de sombreros y pañuelos pintorescos y discusiones sobre ese artilugio llamado automóvil, muchos de sus momentos resultan especialmente efectivos estableciendo una conexión íntima con nuestro aquí y nuestro ahora.

Kenneth Lonergan y Hettie Macdonald –creador y directora de la serie, respectivamente–, en efecto, logran encontrar una relevancia indudable a este relato del choque cultural entre tres familias británicas: unos son los Schelegel, bohemios y cultos y cosmopolitanos; otro son los Wilcox, rígidos y patrióticos y conservadores, y por completo desinteresados en el arte; aunque muy distintos en sus ideologías y su sentido del gusto, unos y otros son ricos. Por último están los Bast, una pareja de clase trabajadora que se ve atrapada entre las otras dos proles.

Dos caras de la clase alta

Inicialmente, los Schlegel y los Wilcox sienten rechazo y atracción parejos los unos por los otros. Y en el transcurso del relato Margaret Schlegel decide casarse con Henry Wilcox a pesar de que, se mire como se mire, ambos son fundamentalmente incompatibles. De hecho, el guión de Lonergan en todo momento deja claro que ella es toda sensatez y comprensión y que él es un tipo mustio y estrecho de miras e insípido, y un cretino. Entre ellos ni siquiera hay atracción física. Margaret únicamente se siente atraida por Henry porque está decidida a conectar a las dos familias.

A través de ellas, «Regreso a Howards End» representa dos caras opuestas de la clase alta, en todo caso unidas por el sentido irrestricto de privilegio que el dinero y el estatus proporcionan. Ni los liberales ni los conservadores son verdaderamente capaces de ayudar a esos pobres sobre los que tanto discuten –la serie está llena de charlas sobre la movilidad social y la moralidad de la redistribución de la riqueza–, porque en realidad no les importan. Los Schlegel quieren apoyar a Leonard Bast y los Wilcox lo ignoran, al menos hasta que deciden que sus vidas se han visto afectadas por él; pero en todo caso unos y otros acaban destruyéndolo. En última instancia, «La mansión» fue concebida como un recordatorio de que, pase lo que pase, los ricos se llevan el disfrute y los pobres cargan con la culpa, y que los unos se perpetúan explotando a los otros. Y eso, decíamos, es tan cierto ahora como era hace más de un siglo, cuando el libro fue publicado.