Mónica Naranjo
La humillación también forma parte de Operación Triunfo
La campaña de desprestigio contra África ha surtido su efecto: su expulsión tras recibir tan solo el 20 % de los votos. Sin embargo, no es la primera vez que pasa algo así en la historia del concurso.
La campaña de desprestigio contra África ha surtido su efecto: su expulsión tras recibir tan solo el 20 % de los votos. Sin embargo, no es la primera vez que pasa algo así en la historia del concurso.
Hubo un tiempo en la Academia de Operación Triunfo en el que, mientras sonaba “De Ley” de Rosario Flores, a Vega le decían que cada semana montaba un pollo por la canción que le tocaba, que había adquirido un compromiso con el programa y que no le quedaba más opción que aguantar. A su lado, Beth se mantenía en silencio, casi ausente. No hubo ni miradas ni gestos de complicidad. Tampoco entendimiento por ninguno de los presentes. Nina, entonces directora, se limitaba a reprochar cada comentario de la joven cordobesa, uno detrás de otro. No hubo filtro: “Puedes llorar todo lo que quieras y más, pero aquí hay unas reglas que cumplir. Si no se cumplen, para afuera. [Tu actitud] no tiene nada que ver con cómo uno es. Eso es venir a tocar los cojones”. Corría la gala nueve de la segunda edición y la cantautora encaraba su final con más pesadumbre que apoyo. Por aquel entonces, tener criterios encontrados era sinónimo de conflicto. Comentar, aclarar y dudar eran cuestiones que, en función de quién viniese, tenía un efecto u otro. A Vega la tacharon de intransigente y de inflexible. Era la que protestaba por todo. Se fue un par de semanas después: nominada en dos ocasiones y expulsada en su primera exposición. La opinión que se gestó en torno a su persona pudo influir en la decisión del público (que optó por salvar a Ainhoa), pero el talento pone a cada uno en su lugar y las decisiones tan incomprendidas que entonces tomaba, hoy le permiten vivir de la música. Algo que muy pocos de su edición pueden decir.
Es por ello que, quizás, desde el regreso del formato a TVE se haya cuidado tanto este aspecto. Una discusión de este calibre ahora es casi impensable, pues ante todo defienden la diversidad, atienden la diferencia y escuchan las quejas. Imagínense a Noemí Galera abroncando a María porque la canción que canta con Carlos Right (“Contigo”, de El Canto del Loco) no es de su estilo; o reprochando a Damion que no es trasparente con Natalia en su interpretación (“Lo Siento”, de Beret). No es que los concursantes tengan menos personalidad o carácter que Vega, sino que las circunstancias han cambiado. Operación Triunfo se ha convertido en un referente de compañerismo, de trabajo, de pasión, de educación... y ahora los leones están fuera. Siempre ha sido así, pero la revolución digital lo ha subrayado más. Así se ha podido comprobar estas últimas semanas con los comentarios hirientes que ha recibido África en sus redes sociales. Al grito de “asquerosa”, el público ha ido degradado la imagen de la madrileña hasta que la organización ha tomado la decisión de censurar ciertos comportamientos.
Anoche, la joven cantó “God Is A Woman” (de Ariana Grande) y lo hizo bastante bien. Pero, no tanto como para que le votasen. Dave, en cambio, materializó su “Rocanrol Bumerang” (de Miguel Ríos) en una actuación con carisma y algo más de chicha. Es cierto que vocalmente no estuvo a la altura de su compañera, pero hay cosas que traspasan lo musical y en eso ha ganado la partida el gaditano (con un 80 % de lo votos). La actitud de la segunda expulsada le ha pasado factura, lo que no justifica ninguno de los insultos que ha recibido desde el inicio del programa.
Sin embargo, esta no es la primera vez que pasa algo así en la historia del concurso. Si bien antes esos despropósitos procedían del jurado, hoy parten de un público voraz que descarga su ira con el concursante que no es su favorito. Está claro: si seguías a Nika, no podías hacer lo mismo con Hugo; si te gustaba Miriam, tenías que odiar a Ana Guerra; si Soraya actuaba bien, Dani Sanz lo hacía fatal. Esa confrontación ha existido siempre, pero tras la democratización que ha experimentado el formato, los seguidores han adoptado un papel que antes no tenían: el de verdugo. Así se vive desde hace un año: cualquiera podía opinar, aportar y compartir los avances y retrocesos a los que se enfrentaban Amaia y compañía. El canal 24 horas en YouTube y el sentimiento de comunidad les encumbraba cada vez más mientras cantaban y normalizaban la diversidad sexual, mientras aprendían cultura musical y alababan la igualdad de género, mientras practicaban yoga y rompían tabúes.
Esa es la principal diferencia respecto a otras ediciones: el público se ha metido tanto en la historia de cada uno de los concursantes, que los enfrentamientos por cosas ajenas a lo musical son una contante. Recuerden: ¿Es Alfred independentista?, ¿Trata bien a Amaia?, ¿Qué pensará Vicente de Aitana tras tontear con Cepeda? Y Ahora: ¿Qué hace Julia con Carlos, si tiene novio fuera?, ¿Es Alba Reche bisexual?, ¿Qué problema tiene África con Damion? Todo eso ha dado lugar a una competición por proteger a los favoritos de cada uno, pues la responsabilidad de salvar a estos “ídolos” recae precisamente en la comunidad. Una que cuenta con más herramientas de organización y movimiento de las que tenían los fans primitivos. Al participar en un colectivo, uno ya no apoya solo a un artista, defiende a los suyos, a ese grupo gigante de anónimos con los que comparte una pasión. Por eso mismo, surgen comentarios tan radicales y fuera de lugar como: “He estado viendo fotos de África antes de entrar en OT y me ha entrado la bajona de ser tan fea”, “La canción de la asquerosa África y María es super cruel” o “Estoy harto de las malditas faltas de respeto y borderías de África. Qué ganas de que la echen y se vaya a comer mierda a su casa. No vas a triunfar nunca, pedorra”. Los buenos apuntes, en cambio, acaban en el olvido. Como los que les dedicaron a Sabela y Marilia por su interpretación de “Cómo quieres que te quiera” (de Rosario Flores). Hoy ya nadie se acuerda de ellos, cuando protagonizaron una de las mejores actuaciones de la noche.
El fenómeno está claro que se les ha ido de las manos y está derivando en un fanatismo incoherente. Eso, al final, se acaba reflejando en los directos semanales. La tercera gala estuvo marcada por la indiferencia: la humillación a la que se someten a diario los concursantes a través de los chats y redes sociales es tal que la comunidad se ha divido. A los que querían escuchar a Alba Reche y Marta interpretando “Just Give Me a Reason” (de Pink) les da igual cómo lo hacían Miki y Joan en “Friday I'm in love” (de The Cure). Es lícito que cada cual tengas sus gustos y los defienda a capa y espada, pero hay límites. Y en estos casos son la educación y el respeto. Algo que la Academia ya ha dejado claro con su campaña #OTNoEsOdio: “Ante el aumento de comentarios ofensivos y de incitación al odio contra algunos concursantes, la dirección del programa ha decidido revisarlos y bloquear a sus autores de todas las cuentas oficiales de OT. En los casos más graves se tomarán acciones legales”.
No obstante, no hay que olvidar que esta falta de empatía también se ha vivido en otras circunstancias. Ahí estuvieron Idaira (OT 2005) y Virginia Maestro (OT 2008). Ambas fueron objeto de constantes críticas durante sus respectivos años: mientras a la primera le cuestionaban su calidad vocal, a la segunda le reprochaban haber salido favorita. Mítico fue el momento en el que Noemí Galera valoró el “Moonlight Shadow” (de Mike Oldfield) que versionó la protegida de Risto Mejide: “Te vamos a felicitar por el apoyo del público. Eso significa que tienes un numero importante de seguidores, que es fundamental para empezar una carrera musical. Ese apoyo es el que te ha salvado de una nominación segurísima. [...] El hecho de que tú seas favorita supone que uno de tus compañeros va a ocupar tu plaza de nominado”, señaló entre gritos. También hubo precedentes en el trato diferente y hostil con la canaria: “Ha sido una actuación lineal, carente de sensibilidad y con una afinación sospechosa “, le reprochó tras cantar “No llores por mi Argentina” (de Paloma San Basilio). “Estás en la final porque tu gente te ha votado, pero has hecho una actuación plana y sin estilo”.
Trece años después, sigue habiendo afinaciones sospechosas y actuaciones lineales, lo que no se producen son descréditos tan bravucones como los que Mejide dedicó a Sandra en la sexta edición: “Perdona, pero no me he traído el diccionario ¿Eso que has cantado era una canción en inglés? Intenta hacer ver la educación que jamás recibiste. Más que cantar en inglés has cantado con las ingles. A mi me alegra tu comportamiento, porque poniéndote en evidencia de esta forma me haces el trabajo más fácil. Muchísima suerte porque no te va a votar ni Dios”. Si esto se lo hubiese dicho Joe Pérez-Orive, anoche, a Noelia y Famous por su olvidable versión de “What a fool believes” (de The Doobie Brothers) el impacto hubiese sido mucho más explosivo. ¿Por qué? Porque las cosas han cambiado: las faltas de educación siguen existiendo, pero ya no se toleran. Recuerden, por ejemplo, cuando alguien del plató rebuznó a Nerea mientras Mónica Naranjo valoraba su actuación o cuando los internautas juzgaron al aspirante Luis por tener una foto junto al Rey Emérito. La rabia que hace unas ediciones desataba el jurado sobre el público, hoy la provoca éste en la Academia. Las tornas se han cambiado y, en ese sentido, hay que aplaudir que desde Operación Triunfo se hayan tomado medidas urgentes para acabar con ello.
Julia, favorita; Damion y Joan, nominados
El siguiente gran paso que Operación Triunfo debe dar es intentar que las nominaciones dejen de ser un calvario. Si ya de por sí suponen un momento complicado, deberían evitarse ciertos gritos y comportamientos que pueden dañar aún más a los participantes. Joan y Damion fueron propuestos para abandonar el concurso, después de que los profesores salvaran a Miki y los compañeros a Dave. Podrían haber sido otros, no hay duda. Esto es una lotería en la que influyen muchos factores (algunos de ellos muy subjetivos), por lo que leer comentarios tan hirientes como los dedicados a África no hace bien al programa ni a ninguno de sus jóvenes promesas musicales. Esta vez, Julia se alzó con el título de favorita tras una impecable interpretación de “Born This Way” (de Lady Gaga) y ni siquiera se llevó el aplauso unánime del público. La diferencia es buena, por supuesto, siempre que se haga con conciencia.
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