Viajes
Interrail: ¿fiesta constante o viaje cultural?
Es la pregunta incesante que se hacen los padres cuyos hijos se lanzan a realizar este viaje. Una pregunta habitual.
Un viaje único
Los viajes que tantos meses llevábamos planeando, han terminado en una pausa sin fin a la vista con motivo de la epidemia del coronavirus. Y entre estos viajes, se encuentra aquel que todo joven sueña con completar: el Interrail. ¿Podrán realizarlo? No lo sabemos todavía, pero por si llega a ocurrir, viene bien entender en qué consiste este viaje. La idea es simple. Basta con comprar uno de los billetes (los precios oscilan entre los 180€ y 300€) que permiten subir a trenes por toda la Unión Europea y organizarse un viaje más o menos costoso, dependiendo del presupuesto que se tenga a mano. Cualquiera puede hacer este viaje, no importa la edad, pero sí es cierto que la mayoría de quienes lo realizan son jóvenes de entre 17 y 27 años.
Jóvenes que, en muchas ocasiones salen de España por primera vez, buscando conectar con el resto de países europeos durante una, dos, o tres semanas, incluso un mes si hace falta. Y debe reconocerse que la idea es buena. Permite profundizar en la cultura que rodea nuestra Historia, encontrar las diferencias y similitudes que hacen de Europa una región profundamente hermanada tras siglos de guerras ininterrumpidas. Pero son jóvenes, al fin y al cabo. El jolgorio de la noche, las luces fotovoltaicas apagándose y encendiéndose incesantes, el bullicio, son aspectos de la vida que parecen interesarles por encima de cualquier monumento o apasionante gesta histórica. De sobra conocidas son las fiestas orgiásticas que se celebran en las islas griegas, punto final habitual en el viaje. O las noches nubladas en Ámsterdam. O el subir y bajar constante de los pisos que componen la discoteca Karlovy en Praga.
Es por esto que los padres de los jóvenes viajeros pasan la duración del Interrail presas de una preocupación constante. ¿Sobrevivirá mi hija a las noches que le esperan? ¿Será mi hijo lo suficientemente responsable? Pocos llegan a creer que su tierna descendencia vaya a disfrutar de estas semanas de absoluta independencia para ampliar sus conocimientos en la arquitectura neogótica. Ellos también fueron jóvenes, aunque sus hijos lo hayan olvidado. Surgen salvajes discusiones a la hora de cenar sobre si sí o si no, esto o aquello, patatín, patatán. Los jóvenes saben que el beneplácito de sus progenitores es requisito indispensable para lanzarse a la aventura y los padres dudan sobre si otorgar la confianza a sus hijos o salvarlos de la perdición.
Factores a tener en cuenta
Yo no soy consejero parental, así que poco puedo escribir para solucionar este tema tan complicado. Pero sí soy viajero, e hice Interrail en su día, así que puedo explicar de forma objetiva en qué consiste realmente el viaje. Aunque siempre quedan excepciones que confirman mis reglas.
En primer lugar, gran parte de la intencionalidad del Interrail depende del grupo de personas que vayan a realizarlo, como ocurre con cualquier viaje. Si su hijo se dispone a recorrer Europa con esa panda de amiguetes que no se pierde una fiesta cada fin de semana, y las prolongan habitualmente hasta las ocho de la mañana, tampoco hace falta ser un lince para entender que su objetivo principal no es la cultura. Si, por el contrario, su hija se dispone a hacer el viaje con algunas compañeras de su grado de arqueología, es coherente que aprovechen para ampliar conocimientos. El grupo de viaje es importante. ¡No, es que mi hijo es diferente a sus amigos y...! No, no es diferente. Si acaso es su hijo. Y por alguna razón serán estos sus amigos y no los del otro bando.
El recorrido también es un factor a tener en cuenta. Conocí a uno que pasó dos semanas en Ámsterdam y otras dos en las islas griegas. Dos y dos suman cuatro, cuatro semanas de desparrame absoluto de las que no se acuerda demasiado. Por otro lado, suele ocurrir que cuanto más mayores sean los jóvenes que realizan el viaje, más pausados son y mayor interés muestran por la vida, pasados los antros nocturnos, y sus viajes suelen ser más “culturales”. Para muchos es la primera vez que pisan Praga, Berlín y Viena, y el esplendor mágico que irradian estas ciudades históricas tiene el poder de cautivar a cualquiera. Quizás no pensaban salir de una discoteca, pero los viajes cambian a las personas, y en el momento en que nos encontramos frente a la Puerta de Brandemburgo y comprendemos la historia que ha cruzado por sus arcos, dejamos a un lado los intereses iniciales para encontrar otros nuevos. Parte del proceso interior de un viaje consiste en arrancarse pedazos viejos de uno mismo para implantar otros nuevos.
Otra faceta del miedo surge ante la idea de que los muchachos están demasiado lejos, y no bastará una llamada a papá y mamá a las cuatro de la madrugada para sacarles del tinglado en el que hayan tenido a bien meterse. Están demasiado lejos para ayudarles y podría ocurrir cualquier desgracia. Pero habría que entender, quizás con cierto alivio, que su viaje será por la vieja Europa, que es tan civilizada como España y en ocasiones incluso más. Nuestros hijos no van a pasearse la selva congoleña, al menos por el momento. El factor riesgo debe calcularse de la forma más objetiva posible. Aunque este balance depende de las experiencias de cada progenitor, todo ello teniendo en cuenta que existe el lado oscuro de la vida y no importa que seas la niña de arqueología o el crápula de turno, en España o Alemania, ese lado oscuro puede saltar en cualquier momento y devorarnos. El temor extremo hacia ese salto del mal recibe el nombre de agorafobia. Es el miedo al exterior, a lo desconocido. Muy poco productivo si pretendemos experimentar una vida que sobresalga de los tonos grises.
Una buena educación, la mejor forma de solucionar el asunto
Yo hice Interrail en 2013, con cabeza y sin meterme en líos, y sigo entero. No es así con amigos y amigas que se pasaron de tuerca con la bebida, quisieron mostrar la marca hispánica a checos de dos metros o, incluso, que caminando por la calle sin malicia alguna se resbalaron por las escaleras y tuvieron que ser operados de urgencia. Es el azar. Y no importa la edad ni el nivel de control, siempre está allí.
Cada padre y madre deberán tomar las medidas que crean necesarias para promover el desarrollo y la seguridad de sus hijos, además de poder dormir tranquilos las noches que estén de viaje. Pero es positivo que se haga con serenidad, intentando contener la preocupación inevitable por su bienestar. La realidad es que pocos viajes de Interrail pasan a un extremo u otro, farra constante o cultura incesante. Como tantas situaciones en la vida, suele existir un sano equilibrio entre ambas. Hoy salgo de fiesta, mañana visito este museo. Pasado me quedo en el apartamento charlando con los amigos, o en una terraza, y mañana pruebo fortuna en las sombras de la noche. Porque el objetivo es conocer Europa, y esta sigue existiendo tanto de día como de noche. Lo único que queda en nuestras manos es saber si estamos dispuestos a pagar el precio por descubrirla.
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