Tira del cómic de Bleach.

Orígenes del manga: los dibujos de un monje que terminaron en una industria milmillonaria

En el siglo XII, un monje budista de Japón dibujó una serie de viñetas humorísticas; ochocientos años después, se ha creado una poderosa cultura basada en los dibujos animados, en ocasiones brutalmente sexualizada

Imaginemos que existiera una gran biblioteca. Inmensa, mucho mayor de la que hubo en Alejandría, capaz de guardar en su interior copias de todos los libros y cómics y revistas y tiras satíricas que ha generado el mundo a lo largo de su Historia. Una biblioteca parecida a la de Babel que describió Jorge Luis Borges en uno de sus cuentos, donde los números de las páginas y los números de sus letras se repitiesen una y otra vez hasta crear un círculo infinito, semejante al Universo. Sería apasionante porque podríamos rebuscar con absoluta libertad entre los orígenes del pensamiento humano y profundizar en ellos, podríamos buscar en la sección del terror y desgajar los motivos que llevaron a nuestros antepasados a chillar, en la sección del amor y excitarnos con su erotismo primitivo, en la sección de la ira y desentrañar asesinatos de lo más violentos y viscerales.

En la sección del manga, en la estantería destinada a sus viñetas originales, encontraríamos unos dibujos realizados por el monje budista Toba Sojo en el siglo XII, titulados Choju giga. Serían nada más que cuatro rollos de pergamino donde un número de monos, ranas y conejos parecen bailar incansables una polca, dedicándose a cualquier diversión que se les ocurriera. Curiosamente, son estos monos, ranas y conejos sin sentido los orígenes más profundos del manga japonés.

La mezcla ideal

Manga es la palabra japonesa utilizada para señalar a las historietas en general. Aunque ya existían historietas japonesas dibujadas a lo largo de la Edad Media, como serían las recién mencionadas de Toba Sojo, su número aumentó de forma exponencial a lo largo de los siglos siguientes. Aunque esta forma única de expresión no se asentó en la sociedad japonesa hasta el periodo Edo. Esto es, entre los siglos XVII y XIX. Al hablar del periodo Edo podríamos pensar en la famosa gran ola de Kanagawa, en imágenes inquietantes de guerreros samuráis retorciéndose en los combates, en estilizadas y palidísimas mujeres cuyos kimonos parecían jardines de flores. Esta explosión de imágenes, dibujadas de forma que se fundiese en ellas lo real con la fantasía, se trataron del abono ideal para plantar las semillas del manga que fueron las obras del monje medieval y otros artistas.

Grabados Choju giga del siglo XII.
Grabados Choju giga del siglo XII.Toba Sojo

Así se inicia el género manga: se cogen unos dibujos de un monje japonés de la Edad Media, se le añade un periodo artístico donde la representación de las ideas a través de la pintura se encuentra más avanzada que nunca, se le añaden temáticas bien delimitadas - que en este caso serán las leyendas, el erotismo y el humor -, se mezcla con esmero y se lanza al público, se le lanza a la cara, con todas las fuerzas, sin dejarlo un tiempo en la nevera para reposar. El resultado es una polca como la que bailaban las ranas y los conejos de Toba Sojo, aunque esta vez bailan y hablan a la vez, y bailan con una gracia y un erotismo exquisitos, y las figuras de sus cuerpos tambaleantes parecen tan reales que sentimos ganas de estirar la mano para tocarlas.

La idea es genial, debería decirse. La sociedad japonesa se encontró a principios del siglo XVIII con un medio de entretenimiento accesible para todos, barato de producir, fácil de comprender, divertido y diverso. La palabra manga comenzó a utilizarse para designar este tipo de historietas de humor y terminó por popularizarse para referirse a todas las “pinturas del mundo flotante”, en parte gracias a la colosal obra del maestro Katsushika Hokusai: el conjunto de bocetos que tituló Hokusai Manga.

Auge del manga

Fragmento del libro de bocetos Hokusai Manga, con clara influencia Edo
Fragmento del libro de bocetos Hokusai Manga, con clara influencia EdoHokusai

No debieron pasar demasiados años hasta que el manga se asentó en la sociedad japonesa, volviéndose tan popular como leer el periódico un martes por la mañana. Entre 1775 y 1806 llegaron a publicarse hasta 3.000 títulos de kibyoshi (que se traducen como “libros amarillos”) cuya temática trataba de la sátira política y los cotilleos sociales. Asimismo, el éxito de las historietas para adultos derivó inevitablemente en la producción de historietas para niños, por lo general relacionadas con el mundo de las leyendas y de mitología japonesa. Se convirtieron en un método excelente para transmitir la cultura japonesa, en una época donde ya comenzaba a notarse la creciente influencia occidental, especialmente por medios británicos y norteamericanos.

Se creó una extensa red de merchandising relacionada con las historietas más populares. Sorprenderá al lector saber que las toallas de manos, los ceniceros, la ropa, los carteles para colgar en la habitación, los calcetines con grabados de personajes animados que tan populares resultan últimamente en nuestro país, ya eran un método de merchandising habitual en el Japón del siglo XVIII.

No sorprenderá tanto que mientras Europa renovaba sus cánones artísticos en el siglo XIX, guiándose en parte por el japonismo, Japón decidió incorporar a su vez elementos europeos en sus historietas. Se dio entre ambas culturas un delicioso quid pro quo que puede apreciarse en las obras del catalán Mariano Fortuny y Marsal (muchas de ellas con clara influencia nipona), y también en las viñetas japonesas donde colaboraron el británico Charles Wirgman o el francés Georges Bigot. La irrupción de occidente en las historietas de Japón, en comunión con la irrupción de la estética japonesa en occidente, derivó rápidamente en una fusión de culturas, un dame esto y yo te doy aquello, una alimentación artística recíproca que todavía hoy sigue dándose y que catapultó al manga a la fama internacional. Por ejemplo, a principios del siglo XX se harán viñetas manga más dinámicas por la influencia del cine, y sería con las creaciones de Osamu Tezuka, conocido como “el dios del manga”, cuando una sola acción de los personajes se prolongaría en ocasiones a lo largo de páginas enteras.

Caricaturas de Osamu Tezuka.
Caricaturas de Osamu Tezuka.Osamu Tezuka

Bombazo final y desmoralización del manga

Aunque el manga japonés sigue alimentándose en gran medida del imaginario popular - Death Note y Bleach son dos famosos ejemplos basados en el panteón sionista -, la creciente fama del manga obligó a profundizar en temáticas cada vez más variadas. A partir de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a publicarse historietas relacionadas con los deportes, la vida moderna, las mafias, los superhéroes, el romanticismo... a la vez que se aumentó la periodicidad de las publicaciones para satisfacer al público, pasándose de los lanzamientos mensuales a los semanales.

El estreno en 1988 de la película Akira, basada en un cómic manga de 1982, resultó en un sonado éxito en las taquillas de todo el mundo y multiplicó, si cabe, la fama de esta curiosa expresión artística japonesa. La crecida de publicaciones derivó en que las historietas comenzaran a ser en blanco y negro cuando antes fueron a color para abaratar costes y (aquí no tampoco deberíamos sorprendernos), el aumento de cantidad terminó resultando en una disminución de calidad. Se abandonaron paulatinamente los manga con temática crítica hacia la política y la sociedad para dirigirse en exclusiva al entretenimiento voraz del público. Creándose así una cultura manga cuya presencia asalta a todo transeúnte desde casi cualquier esquina de Japón. Generando a su vez millones y millones y millones de dólares anuales en películas, historietas y merchandising.

El éxito de Death Note en todo el globo se ha debido tanto a sus historietas como a su serie animada.
El éxito de Death Note en todo el globo se ha debido tanto a sus historietas como a su serie animada.Takeshi Obata

En los carteles de los edificios, en los disfraces de quienes pasean por la calle, en las películas, en los anuncios, en los envoltorios de fideos precocinados, en las ensoñaciones de los jóvenes, en las pinturas urbanas, en las camisetas y las gorras, en los gestos, en los tonos de voz y el color del pelo. El manga dominó a sus señores de alguna manera y, habiendo nacido del interior del pensamiento japonés, transmutó y dio la vuelta como un mantel, cubriendo los pensamientos de Japón y provocando que muchos de ellos nacieran del mismo manga. El siervo se convirtió en señor, el entretenimiento en obsesión. Y llegados a los primeros años del siglo XXI, descubrimos con una mezcla de terror y estupefacción a los engendros del manga, a sus hijos malditos. El hentai, cuya traducción literal es “perversión”, resulta en el mayor de esos hijos. Se tratan de historietas similares a las del manga, con la leve diferencia de que el hentai es en exclusiva pornográfico. Nada nuevo en el mundo fantástico del manga porque ya existían los dibujos eróticos desde el periodo Edo, pero no fue hasta finales del siglo XX cuando comenzó a desarrollarse para cubrir todo tipo de deseos sexuales, desde la zoofilia hasta la pedofilia, en una cantidad desorbitada.

El hentai ha conseguido penetrar con sus tentáculos en la sociedad japonesa, hasta límites insospechados (un servidor pudo entrar en varias tiendas de Tokio donde pisos enteros estaban dedicados a la venta de figuras, películas, objetos y cómics hentai), y ya atrapa con mano de hierro la sexualidad occidental. Podría dedicarse un artículo entero a detallar cómo el hentai viene malogrando la sexualidad de jóvenes y adultos de todo el mundo desde hace 20 años, y quizá se haga en el futuro. Pero por el momento nos quedaremos así. Habiendo conocido la apasionante historia que comenzó con los inocentes dibujos de un monje y ha terminado por ser uno de los negocios más fructíferos de Japón.