Historia

Soria

Turismo de guerra: despierta tu adrenalina en Numancia

Este símbolo de la resistencia celtíbera contra el Imperio romano se trata de un destino indispensable para enorgullecernos de nuestros antepasados

Legionarios romanos en un desfile popular.
Legionarios romanos en un desfile popular.manfredrichterpixabay

Bajando por el kilómetro 233 de la N-111 en dirección a Soria, sentimos el cuerpo alertarse. Se trata de una tensión que nos asciende desde los riñones para agarrarnos el cuello, lo estira, resbala por los hombros hasta los brazos y una fuerza eléctrica nos obliga a endurecerlos. Nuestros sentidos se agudizan. El olfato, que lo teníamos somnoliento y acostumbrado al mar de aromas incompletos que merodean por la ciudad, consigue deshilar cada olor que se le acerca, ahora sí, con una habilidad pasmosa. Casi podría decirse que nuestra visión es capaz de ver más lejos. El instinto sedado que dicen todos tenemos parece despertar y no sabría explicarlo pero súbitamente nos sentimos más fuertes, menos cobardes de lo habitual. Casi nos atrevemos a buscar el origen de nuestro inesperado vigor. Ocurre durante ese único kilómetro, sin embargo. En el 233. La carretera sigue derritiéndose valle abajo y llegado el kilómetro 234, nuestros hombros se relajan de nuevo.

Algún lector reconocerá que el desvío del kilómetro 233 de la N-111 lleva a la localidad de Garray. Y allí, arriba en su colina, coronada de viento sin árboles y rodeada por campos sin sembrar, yace el punto que nos provocó esta alteración en nuestro aturdido cerebro. El yacimiento de Numancia nos despertó travieso la adrenalina.

Crónica de una muerte anunciada

Subidos en el Cerro de la Muela, que es el nombre de esta colina cargada de sensaciones, resulta sencillo colocarse uno, dos, tres cristales nuevos en las gafas de la imaginación y mirar con los ojos adecuados el paisaje sobre el que flota. El año que marca la esquina superior derecha de nuestras gafas es el 134 a. C. Donde hoy se ve Garray, incluso más allá, puede apreciarse un cerco de nueve kilómetros imposible de penetrar: fosas, picas, el brillo de las armaduras, empalizadas y torres de asedio interrumpen groseramente cualquier camino. En torno a este foso inexpugnable, se cuentan a millares los toldos de las tiendas amarillentas del enemigo, salteadas por pequeños estandartes coloreados de un rojo bermellón. Desde allí llegan todo tipo de sonidos siniestros. Las armas se afilan, los centuriones cumplen su papel exclamando imprecaciones. Los caballos patean el suelo y sus cascos se escuchan amortiguados desde el Cerro de la Muela.

Yacimiento actual de Numancia
Yacimiento actual de NumanciaAnasan_cepixabay

Son 60.000 soldados traídos de cada madriguera del Imperio romano. Mercenarios italianos, honderos íberos, caballeros númidas, héroes de Roma, bastardos del Mediterráneo, 60.000 hombres comandados por el poderoso Publio Cornelio Escipión el Africano Menor(nieto adoptivo de Publio Cornelio Escipión el Africano Mayor, conocido por haber sido quien derrotó al cartaginés Aníbal) y entrenados a lo largo de meses para derrotar al que se ha señalado como enemigo número uno del creciente imperio. Esos numantinos. Al fin y al cabo, veinte años antes habían exterminado a un ejército romano de 30.000 hombres, y ya habían tenido sus rencillas con el cónsul Catón en el 195 a. C.

Hizo falta levantar siete campamentos en torno a la minúscula colina. Imagine el lector a los 60.000 soldados al sueldo de Roma enyesando las grietas de su cerco, con esa perspicacia disciplinada que solo ellos poseían, imagine los complejos engranajes girando en la maquinaria de la guerra, el chasquido de las poleas, el orgullo en los ojos de Escipión al ver su hermética obra. En la colina, con nosotros, estarán nada más que 2.500 numantinos entre mujeres, ancianos, hombres y niños. Supongo que asombrados por el espectáculo. Así comenzaron quince meses de asedio donde Roma se detuvo a mirar cómo los impresionantes números de su ejército se estampaban una y otra vez contra la pequeña colina, y Escipión probó a prender fuego a la ciudad y a matarla a cuchilladas y a trepar la muralla escalonada que la protegía, y su orgullo se desvanecía porque no conseguía doblegar a los tercos numantinos.

Conocemos el final de la tragedia. Quince meses después de iniciarse el asedio, una noche los numantinos prendieron fuego a su ciudad y, con las escasas fuerzas que les había prestado el hambre, se suicidaron en masa antes de que los romanos entraran por la puerta. Cuando Escipión regresó cabizbajo a Roma, solo pudo desfilar en su triunfo con cincuenta numantinos. Los únicos cincuenta que quedaron vivos.

¿De pie o de rodillas?

El imaginario popular no tardó en hacer de los numantinos una referencia a la fiera resistencia al invasor. Su admirable tozudez a la hora de arrodillarse frente al general romano ha sido la referencia de los héroes que les siguieron, desde entonces hasta hoy. Ellos ya no existen, y de las casas que habitaron solo quedan ruinas bajo las ruinas para ver. Siguen allí, pese a todo, subidos en ese cerro minúsculo. Reaparecen cada vez que nosotros vamos a visitarlos.

Monumento a los Héroes de Numancia.
Monumento a los Héroes de Numancia.JaimeFPCreative Commons

No puede pasarse el kilómetro 233 de la N-111 como si nuestra reciente descarga de adrenalina fuese pura casualidad. Es importante tomar el desvío hacia Garray y subir el Cerro de la Muela, hasta que la electricidad que recorre nuestro cuerpo excitado se haga incontrolable y sintamos el espíritu a punto de estallar. Podemos decir que visitar Numancia en el siglo XXI se trata de una de esas visitas que van más allá del puro interés turístico; un paseo por su colina deshabitada supone a su vez un homenaje a sus héroes, una ligera reverencia con que poder admirar su valentía. Los héroes no pasan de moda si su lucha fue hasta el final. No importa si fracasaron si su lucha fue justa.

El yacimiento arqueológico de Numancia se trata de uno de los enclaves celtíberos más estudiados en nuestro país, y ha conseguido aportar un enorme número de datos para que los expertos puedan comprender los entresijos que movían la vida diaria de nuestros antepasados. De sus edificios solo se conservan los ladrillos más próximos al suelo, ninguna casa se alza más de tres palmos, pero si la visita se hace en compañía de un guía (es el mejor método para no perderse detalle), el viajero no tardará en añadir por sí mismo, tomando las palabras del guía e incorporándolas a su imaginación, las piezas que faltan para ver Numancia en su conjunto. Allí se levanta la muralla escalonada y su conocida Puerta Norte. Aquí se ven los baños públicos que impusieron los romanos, cuando el emperador Augusto ordenó reconstruir la ciudad. El aljibe de la ciudad se hace más profundo a medida que nos acercamos. La certeza de que hubo un día en que, como ahora, dentro del mismo no hubo agua que pudiese saciar ningún cuerpo, genera una tensión expectante en quien lo mira. Su uso habitual, fresco y cristalino, ha dado paso a esta imagen de piedra vacía, peligrosa y letal.

Un siglo después. Arriba, el yacimiento con el historiador Adolf Schulten a principios del siglo XX; abajo, Numancia hoy
Un siglo después. Arriba, el yacimiento con el historiador Adolf Schulten a principios del siglo XX; abajo, Numancia hoylarazon

El precio de la derrota puede comprobarse en los Barrios Sur. Al tratarse de una zona más abrigada, las familias romanas influyentes quisieron levantar aquí sus hogares, y el trazado recto de su calzada se superpone al tramo irregular que se piensa pertenecía a la época celtíbera del asentamiento. Y el precio de la valentía, digamos, lo poco que podemos regalar a los numantinos que resistieron hasta que el humo de sus hogares les sofocó los pensamientos, es el monumento en honor de los Héroes numantinos, levantado en 1904. Sobre los cuatro lados del pedestal se colocaron cuatro lápidas de mármol: una lleva el nombre de “Numancia”; otra, el de los jefes numantinos “Ambon, Leucon, Litennon, Megara y Retógenes”; una tercera señala que “S.M. el Rey Alfonso XIII inauguró este monumento el día 24 de Agosto de 1905”; finalmente la cuarta indica que “se construyó este monumento a expensas del Excmo. Sr. Don Ramón Benito Aceña, Senador del Reino y exdiputado a Cortes por Soria, año de 1904”.

En este monumento termina la visita y los músculos por fin se relajan. El peligro parece alejarse. Queda en nosotros un regusto metálico en el paladar, un sabor a hierro que podemos probar a masticar. Una resaca de adrenalina que volverá a activarla si descubre esos estandartes bermellones reaparecer en el horizonte, como si hubiese sucedido un curioso embrujo en el Cerro de la Muela que nos devolvió, de alguna manera, el espíritu inquebrantable que soportaron aquellos 2.500 numantinos. Entramos cobardes y dubitativos en el enclave arqueológico de Numancia; respiramos sus olores, reconstruimos sus murallas y salimos con soltura, atentos, valientes para siempre.