Lady Butler
El 18 de junio de 1815, tras diez años de combates y enfrenamientos por mar y por tierra, los ejércitos británicos y sus aliados consiguieron derrotar a Napoleón Bonaparte. Aquél día hubieron de pagarse las vidas de casi 50.000 hombres en Waterloo para lograr esa paz ansiada. Y Napoleón fue encerrado en Santa Elena hasta su muerte, Europa respiró tranquila durante décadas, los vencedores celebraron durante años su sufrida victoria. Este cuadro, podría decirse, retrata el momento exacto que precede el ritual de celebraciones, encierros, tratados y apretones de manos que conlleva cualquier guerra vencida.
Breve resumen de una batalla
Después de haber escapado de su primer encierro para hacerse de nuevo con el control de Francia, un envejecido Napoleón Bonaparte reanudó su conflicto contra el mundo, en un breve periodo conocido como los Cien Días. Que fue el tiempo que pasó desde su entrada triunfal en París el 20 de marzo de 1815 y su derrota definitiva a manos de la Séptima Coalición, el 28 de junio del mismo año.
La acalorada mente del emperador francés reconoció al restaurar su poder que era preciso un golpe de efecto que aturdiese a Europa, una conquista rápida y sencilla, pero también útil a la hora de dañar a sus enemigos. Pensó que una conquista victoriosa que siguiese estas características sería la puerta de entrada a un segundo imperio. Entonces quiso señalar a los Países Bajos: próximos a Francia, habían sido elegidos como zona de encuentro de las tropas de la Séptima Coalición - liderada por Inglaterra y Prusia - y su reducido y familiar territorio lo volvía una presa fácil. Entró por lo que hoy llamamos Bélgica y en pocos días ya había tomado diversas posiciones. Es evidente que sus enemigos no tardaron en reaccionar y rápidamente se sucedieron las batallas, fogonazos de pólvora, mordiscos de mosquetes, persecuciones y todos los colores y olores que manchan una guerra abierta. La batalla definitiva tuvo que ocurrir en Waterloo, actual Bélgica, cuando Arthur Wellesley, el primer Duque de Wellington, estaba al mando de las tropas británicas.
Fue una batalla desastrosa, con numerosas bajas en ambos bandos. La artillería francesa se atascó en el barro provocado por las recientes lluvias y cuando consiguió disparar, el barro absorbía también los impactos de los cañonazos. Los británicos perdieron contacto con los prusianos y tuvieron que refugiarse tras una colina, siendo sistemáticamente atacados por la caballería francesa. Cincuenta mil hombres cayeron en doce horas. Para que el lector se haga una idea, en el reducido espacio de Waterloo murieron el mismo número de personas que en toda la primera oleada de coronavirus en nuestro país. Hubo momentos heroicos en la batalla, por supuesto, y quizá ocurre en las batallas que el bando que más heroicidades cometa, será por fuerza el bando ganador. Uno de estos actos bravos fue el de los Scots Greys y su caballería pesada, cuando lanzaron una poderosa carga contra las tropas francesas que pretendían tomar la colina británica y, aunque sufriendo graves bajas, lograron masacrarlos. Luego la batalla continuó. Aparecieron los prusianos en un flanco de Napoleón, la conocidísima Guardia Imperial francesa fue derrotada por primera vez, varios comandantes franceses huyeron, los cañones se hundieron en el barro. Napoleón no tuvo otro remedio que huir y dar por perdida la batalla, antes de rendirse definitivamente en París.
¡Escocia para siempre!
La visceral carga de los Scots Greys puede respirarse en este cuadro, pintado por la genial Lady Butler en 1881. Los ojos desorbitados de las bestias y su galope furioso no dudan en pasarnos por encima. Es aterrador porque esta imagen de rojos borrosos y blancos enloquecidos, muda en el lienzo pero de un estruendo insoportable en la realidad, fue la última imagen que pudo tener cualquier soldado francés antes de ser irremediablemente arrollado. La carga de los héroes se desliza hacia delante en el lienzo, consigue conformar sus propios movimientos. Y es apasionante porque la imagen expresa un principio y un final. Un principio porque la carga todavía no ha llegado a su destino, aún no ocurrió el violento contacto con el enemigo; un final porque esa carga girará las tornas de la batalla, y llevará directa a una victoria definitiva sobre el francés. Este principio y este final vienen representados con el estruendo que conlleva toda muerte y nacimiento. Ligeramente nublados.
Lady Butler, cuyo nombre de pila era Elizabeth Thompson, fue una excelente pintora británica victoriana que, si bien nunca llegó a ver ninguna batalla, sí pudo aprender las maniobras y aspectos de un ejército desde que su marido era oficial del ejército británico. Juntos viajaron a lo largo del Imperio, hasta Irlanda, hasta Afganistán, y observando los entrenamientos militares de su esposo, Lady Butler pudo aportar los detalles a sus obras. Ella criticaba la falta de realismo en la pintura militar de su época, tildándola de romántica y poco realista. Entre sus mejores obras se encuentran The Roll Call (que fue comprado por la reina Victoria) y Remnants of an Army, una cruda representación del único superviviente inglés tras la derrota de Kabul. Pero es Scotland Forever! su cuadro más conocido.
El título del lienzo lo exclama el jinete más cercano a nosotros. Su boca abierta aúlla el grito de guerra de la temible caballería pesada escocesa: “¡Ahora, muchachos, Escocia para siempre!”. La visión a contrapicado de los cascos de los caballos subrayan su línea.
El cuadro fue recibido con entusiasmo por la sociedad inglesa, aunque diversos expertos en historia militar han llegado a señalar pequeñas erratas en los aspectos más técnicos. Por ejemplo los caballos de los Scots Greys no eran blancos en la batalla, sino de su habitual color castaño. Tampoco se lanzaron a la carga galopando porque las irregularidades del terreno y el barro se lo impidieron, sino que acudieron al encuentro contra el enemigo marcando un trote rápido. Pequeños detalles, aunque menores, que pecan de una falta de realismo técnico donde la pintora consiguió manchar el lienzo con un realismo sensorial impresionante. Este visceral cuadro de 101,6 cm × 194,3 cm puede visitarse en la Leeds Art Gallery, en Leeds, Reino Unido.