Viajes

Viaje a un tren en la India

Pese a ser el país con mayor índice de accidentes ferroviarios, en la India los viajes en tren suponen una experiencia única y rebosante de vida

Coronavirus.- India supera los 65.000 fallecidos y suma otros 70.000 contagios más
Una mujer con mascarilla en una estación de tren en CalcutaSUDIPTA DAS / ZUMA PRESS / CONTA01/09/2020larazonSUDIPTA DAS / ZUMA PRESS / CONTA

El rechinar furioso de las ruedas del tren retumbaba contra mis oídos, resbalaba dentro de ellos y deshacía mis pensamientos como haría el agua con el cartón mojado. Su brusco balanceo, como procurando salir de las vías para buscar algún tipo de libertad en el campo, me privaba del sueño que llevaba buscando desde que subí al camastro de mi vagón, seis horas atrás. Yo vigilaba con atención para que el tren no escapara y llegase a mi destino sin sobresaltos. Fuera, en el mundo que deslizaba mi ventanilla, relámpagos verdes que eran arrozales y palmeras y sembrados abandonados y marañas de selva pintarrajeadas con la geometría caótica de un Kandinsky se sucedían jadeantes, imitando a las bestias en un circo. Estos relámpagos de naturaleza se barajaban con chozas de chapa, charcos de barro mugriento, vacas blancas prepotentes, montañas de basura en las entradas y salidas de cada localidad, es decir, el desorden matemático de la naturaleza se entremezclaba en el espacio de mi ventanilla (igual que si esta fuera una batidora de recuerdos) con el orden descuidado que impone el hombre civilizado.

Es un tren en la India. Castañea los dientes de acero camino a Nueva Delhi, sin prisa por llegar, deseando escapar de la prisión de sus raíles. Afuera se emborronan las trazas de miseria que vemos en los documentales desde el sofá de nuestra casa, ahora mi ventanilla se transforma en la pantalla del televisor y produce un efecto parecido. El cristal impide que huela, palpe o sienta una lástima veraz por el espectáculo que sucede a tanta velocidad que no tengo tiempo de digerirlo. Me limito a observarlo. Según informes oficiales, en 2014 se produjeron 28.360 accidentes ferroviarios en la India, en los cuales murieron 25.006 personas. Al año siguiente, en 2015, los números empeoraron: fueron más de 33.700 fallecidos en total. Aquí tienes un dato para guardarte en el bolsillo.

Dentro del tren

¿Y qué sucede dentro de los trenes rebeldes? ¿Cómo se ven los ojillos de los pasajeros, a sabiendas de que muchos consiguen escapar de las vías, igual que intenta este ahora con tanta insistencia? Damos por sentado que no se aprecia una pizca de miedo. Los pasajeros no tienen tiempo de temer al tren, andan ocupados en otros asuntos. Distraerse es un antídoto excelente para sobrellevar cualquier temor.

Los vagones del tren accidentado en la estación de Malwa, en la región de Uttar Pradesh
Los vagones del tren accidentado en la estación de Malwa, en la región de Uttar Pradeshlarazon

Allí, en el camastro de la ventana contigua a la mía, una madre que no tuvo dinero para pagar más que un pasaje forcejea con uno de sus tres hijos para que se quede quieto en su pedacito de asiento. El niño sonríe con picardía y se resbala hacia el suelo, únicamente para fingir que va a echar a correr y permitir que su madre le agarre rápidamente del brazo para volver a sentarle. Se resbala, adelanta un pie con su mirada traviesa y retrasa uno de sus brazos para que mamá pueda agarrarle. Una y otra vez desde hace cuatro horas. La madre lo ha probado todo: le dio más arroz del cuenco que al resto de sus hijos, le prestó un pedazo de tela para jugar, le hizo carantoñas y le amenazó en un idioma incomprensible. Ahora la madre no tiene tiempo para preocuparse por si el tren se descarrilará o no. Existen casi 30 millones de niños sin familia en la India, según los datos de UNICEF. Y la madre lo sabe, y debe andarse con cuidado.

Quiere sacarme de mis ensoñaciones una prostituta. Recorre los vagones del tren tintineando las monedas que guarda en el puño, lanza a los pasajeros miradas cargadas de rabia y con los párpados maquillados de verde pistacho. Es una prostituta muy vieja, de las que ya no pueden ser prostitutas, aunque sigue intentándolo. Agarra del brazo a los hombres y les insiste en ir al baño, vamos al baño, vamos al baño, vámonos de aquí, sacude furibunda los brazos y piernas de los hombres de negocios, y si los hombres se niegan a acompañarla al baño, esto es, en el cien por cien de las ocasiones, su cólera aumenta y los tacha de insolidarios, cobardes, castrados. No deja de zarandearlos hasta que le suelten unas monedas. Llega mi turno y me lo dice, con el maquillaje deslizándose deshecho por sus mejillas, vamos al baño, vámonos, salgamos de aquí tú y yo juntos, chico blanco. Se enfada conmigo porque no quiero moverme, me golpea con sus puños de porcelana. Le doy unas monedas pero son pocas monedas y sus puños se vuelven de hierro. ¡Vámonos al baño! Los mismos datos de UNICEF señalan que 44 millones de personas en la India viven en la indigencia.

Una niña sin hogar duerme en la estación de trenes de Mumbai, en India, mientras espera que su madre vuelva de mendigar.
Una niña sin hogar duerme en la estación de trenes de Mumbai, en India, mientras espera que su madre vuelva de mendigar.larazon

Había más gente en aquél tren, unos hablaban, otros miraban meditabundos por las ventanas, y los ojos de todos se me clavaban en un momento u otro. Sus pupilas extendían un tipo de hilo invisible que los ataba a mí. Cuando reunían el valor suficiente, o el tedio del viaje les superaba, se acercaban a mi camastro con soltura. Pude hablar con cuatro estudiantes que me comentaron sus sueños secretos, aunque fue triste porque, por cada sueño que narraban, desde sus labios se adivinaba un sabor inevitable a decepción. Eran estudiantes de ingeniería informática y se quejaban:

- Somos muchos y yo solo soy uno. ¿Cómo podré triunfar, cómo podré ser más que uno?

Pero yo no lo sabía, está claro. Supongo que todos tenemos la misma duda en los años de juventud, hasta que nos levantamos un día y se nos olvida formulárnosla. En un país con 1.300 millones de habitantes, supongo que destacar no será una tarea fácil.

En una esquina del tren se sienta un hombre que parece sacado de las películas. ¿Es un faquir? Un turbante naranja le da vueltas hasta vomitar sobre su cabeza, una barba blanca pugna por escapar de sus mejillas y se desliza hasta su pecho. Tiene los ojos cerrados desde que comenzó el viaje pero no sabría decir si duerme o no. Su espalda está erguida y sujeta con fuerza un garrote de madera, nadie le molesta, ni siquiera la prostituta que pasó junto a él prácticamente de puntillas.

La aventura de salir del tren

El tren comenzó a chirriar sus ruedas varios kilómetros antes de llegar a la estación de Delhi. Frena bruscamente y nuestro vagón da una sacudida, vuelve a acelerar, frena otra vez, vuelve a acelerar, así sucede, adelante y hacia atrás, adelante y hacia atrás. Somos decenas de personas en mi vagón que bajaremos en esta parada y, calmados, sin prisa por ser los primeros, nos colocamos en la puerta para esperar a que se abra y salir del tren. No imaginamos que al otro lado de la puerta, una enjambre de personas esperaba también en la estación para realizar el movimiento contrario, es decir, entrar en el vagón del que nosotros pretendemos salir. En España el método a seguir sería sencillo: salen primero los pasajeros y entran luego los del andén. Pero la India, por una razón o por otra, podría ser que por ninguna razón en concreto, funciona de una manera diferente y sumamente personal. Aquí todos procuramos salir al mismo tiempo que ellos luchan por entrar. Rápidamente se colapsa la puerta y comienzan los primeros gritos, unos empujan hacia fuera y otros hacia dentro, los cuerpos situados en primera línea del enfrentamiento comienzan a fundirse en una única masa de sudor, carne hinchada y sacos de ropa remendados, y los que vamos por detrás retrocedemos como podemos hasta chocar con la pared contraria del vagón.

Las grandes aglomeraciones son habituales en la India.
Las grandes aglomeraciones son habituales en la India.DIVYAKANT SOLANKIAgencia EFE

No hay más espacio para retroceder pero los de afuera, que son mayoría, están frescos y descansados porque acaban de salir de sus hogares, son fuertes, siguen empujando para entrar y comienzan a ganar terreno. Todavía no ha salido una sola persona del vagón. El tren silba como señal inequívoca de que arrancará motores en pocos minutos y un murmullo de nerviosismo se apodera de nosotros porque no queremos estar en el vagón cuando se ponga en marcha, no seríamos capaces de aguantar seis horas más de viaje. Empujamos. Empujan ellos. Empujamos. Imagino que los niños que vi antes están en algún lugar bajo la marea de cuerpos. Una señora que iba demasiado cargada pierde el equilibrio y se cae en el andén, desperdigando sus pertenencias por los alrededores, y sus pertenencias son pisoteadas sin piedad por los que intentan entrar. Ahora todo el mundo grita y nos sujetamos los unos a los otros para no perder el equilibrio, comenzamos a pegarnos, histéricos, habiendo perdido todo raciocinio, y yo mismo lanzo puñetazos a ciegas porque estoy atrapado y no puedo respirar.

Y reconozco que este momento es único porque puedo ver al faquir que ha despertado y lanza garrotazos a diestro y siniestro y gritando en una voz gutural e impresionante, hipnótica para todos que nos sometemos a ella, y me agarra con una mano que es puro hierro para empujarme con todas sus fuerzas hacia la puerta, antes de desaparecer para siempre entre los cuerpos que trepan sobre él. El tren consiguió vomitarnos a todos, finalmente, apretando los abdominales y haciendo un gran esfuerzo. Luego pareció sacudirse, como lo haría un perro mojado, silbó una vez más y arrancó motores.