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El castillo más molón del mundo

A cincuenta kilómetros de la frontera con Libia, en el Oasis de Siwa, podríamos encontrar una fortaleza única en su especie

Vista de los diferentes niveles de muralla que rodean la fortaleza de Shali.
Vista de los diferentes niveles de muralla que rodean la fortaleza de Shali.Alfonso Masoliver

Una comisión de expertos conformada por mi perro y yo ha determinado esta mañana que la fortaleza de Shali, situada en el Oasis de Siwa, en Egipto, es el castillo más molón del mundo. Las razones son sólidas, mucho más que sus cimientos. Porque cuando hablamos de un castillo, ¿a qué nos referimos? Altísimos muros de piedra gris acabados en una sierra de dientes, dientes de piedra también, y refugiados tras ellos se encuentran los guerreros y los héroes y los reyes tramando sus victorias. Un profundo foso lo rodea rebosante de aguas pútridas y, quizá, algún caimán extraviado de Hollywood abre y cierra su boca afilada porque ansía recordar el sabor de la carne humana. Pero pocas personas, incluso las más imaginativas, se referirían a la fortaleza de Shali cuando piensan en un castillo. No podrían referirse al escenario que lo conforma ni a los ejércitos hundidos en la arena que nadie ha vuelto a encontrar; a esos fosos de cientos de kilómetros de perímetro y completamente secos. Nadie pensaría en la endeble figura de Shali.

El foso

Quiero que lo imagine el lector por un momento. Año 525 a. C: un ejército de 50.000 hombres enviado por Cambises II de Persia para destruir el Oráculo de Siwa desaparece en el Desierto Occidental sin llegar a su destino. Nadie encontrará sus restos, hasta hoy. Se rumorea a lo largo y ancho del mundo conocido que el citado oasis posee una serie de propiedades divinas, influidas por el dios Amón-Ra, que vuelven inexpugnable este rincón codiciado por los hombres poderosos. El Oasis de Siwa son 300.000 palmeras y 70.000 olivos, todos silvestres y rebosantes de fruto, rodeados por lagos de agua dulce y salada. Algunos de estos lagos son grandes, tanto que parecen engullir al sol sin empacharse durante los atardeceres de marzo.

300.000 palmeras y 70.000 olivos conforman el Oasis de Siwa.
300.000 palmeras y 70.000 olivos conforman el Oasis de Siwa.Alfonso Masoliver

El oasis es vasto y uno no alcanza a imaginarlo hasta que lo visita. Conducimos por la única carretera que se encuentra en este pedazo de desierto y aparecen uno, dos, tres, cuatro cerros áridos; luego la carretera zigzaguea en dos, tres curvas, y aparece este oasis pintarrajeado de un verde apagado y enjalbegado con el polvo del desierto. Estábamos en el desierto y ahora estamos en el oasis. El paisaje cambia después de un fogonazo blanco y con él, cambian nuestras necesidades. Porque ya no nos preocupamos por buscar el agua que tanta falta nos hacía, ahora nos importa defender ese agua, asesinar por ella si la ocasión lo requiere. Ya no queremos cazar una presa porque aquí hay cabras y ovejitas, ahora procuramos defender nuestro ganado con uñas y dientes. El hombre cazador y embrutecido por el desierto se transforma en el oasis y se despoja del disfraz que venía vistiendo, para mostrarse como un hombre hogareño y peligroso.

En el Oasis de Siwa que parece sujeto a tantas leyendas como palmeras se balancean (incluso Alejandro Magno acudió a consultar al Oráculo) puede encontrarse el estandarte del hombre hogareño y peligroso, anclado a una pequeña colina. Es la fortaleza de Shali.

La muralla

Debe reconocerse que hace falta acostumbrar los ojos al paisaje que rodea a la fortaleza, antes de descubrirla. Nuestro primer vistazo resulta borroso porque vemos extendiéndose a su alrededor la ciudadela de Shali, y no conseguimos delimitar sus formas con claridad, no podemos separar este edificio de aquél otro ni podemos saber cuando acaba un piso y empieza el siguiente. Ocurre como en los sueños que las líneas se retuercen y se derriten, se elevan y vuelven a derrumbarse. Vista desde fuera parecería que la ciudadela la componen decenas de torres hechas con barro, parecidas a las que hacen los niños en la playa pero que se desploman después de la primera ola. Es porque en 1925 sucedieron en el oasis tres días seguidos de una lluvia furiosa y los edificios de la ciudadela están hechos de adobe y sal, y puede suponer el lector la inquietud que sintieron sus habitantes al comprobar cómo sus casas se deshacían después de siete siglos allí plantadas.

En la ciudadela de Shali ocurre como en los sueños que las líneas se retuercen y se derriten, se elevan y vuelven a derrumbarse.
En la ciudadela de Shali ocurre como en los sueños que las líneas se retuercen y se derriten, se elevan y vuelven a derrumbarse.Alfonso Masoliver

Una lluvia fue suficiente para barrer esta ciudadela que ahora tiene una estampa parecida a la de una ciudad bombardeada, con los tejados esfumados y las paredes resquebrajadas. Pero la ciudad no está abandonada del todo: perros callejeros, mendigos y borrachos pululan entre las ruinas y buscan cobijo en las casas menos dañadas, se tumban por la noche haciéndose una manta con el polvo y por la mañana salen a buscar una casa nueva.

Entonces haría falta pasear por la ciudadela para adaptar nuestros ojos a ella y, ya sí, culebrear entre sus ruinas hasta alcanzar la fortaleza de Shali. Es curioso porque esta fortaleza fue construida en el siglo XIII y jamás pudo conquistarla ningún ejército, pero sucedieron aquellos tres días de lluvia en 1925 y la derrota fue estrepitosa. Ahora la fortaleza puede verse como el resto de los edificios, derretida, frágil, irascible.

La fortaleza de Shali

Fue construida con cuatro materiales muy sencillos: bloques de sal, barro, troncos de palmera y huesos astillados de camello. Aquí no encontramos los bloques de piedra gris que imaginábamos en un castillo. Encontraríamos bloques de sal más grandes que nuestra cabeza, puede ser, pero ni un solo bloque de piedra gris. Aunque antaño la fortaleza contaba con un laberinto de cuatro o cinco niveles y todavía hoy puede discernirse su muralla del resto de las edificaciones, las formas se han disuelto, ya se dijo, y lo que empezó la lluvia hoy lo termina el viento. En el Oasis de Siwa sopla con una fuerza espectacular. Tuvo centenares de kilómetros para correr en el desierto y se estampa rugiendo contra los muros doloridos de Shali. Rasca y rasca, desprendiendo cada día un milímetro de arena.

La fortaleza de Shali, al fondo de la ciudadela, fue construida en el siglo XIII y aguantó en pie hasta 1925.
La fortaleza de Shali, al fondo de la ciudadela, fue construida en el siglo XIII y aguantó en pie hasta 1925.Alfonso Masoliver

Pero no está todo perdido para la fortaleza. Yo fui a visitar esta estrafalaria muestra de arquitectura militar con Zakaria y nos agradó encontrar un pequeño cartel con el logo impreso de la Unión Europea, y leímos en ese cartel que se estaba efectuando un proyecto de restauración en colaboración con el Gobierno Egipcio. Y es maravilloso. Dentro de pocos años la fortaleza recuperará su vigor habitual y podremos asombrarnos todavía más con ella, perdernos en sus laberintos y subir a su parte más alta para admirar su foso, aparentemente sin final, que es el Desierto Occidental.

Guardo en mi libreta una lista de los castillos que he visitado y reconozco que no son pocos, pero una característica que la mayoría tienen en común es su ostentosidad. Los castillos son enormes, pretenden atemorizar a los enemigos con sus complejas torres y filas de murallas. Pero en la fortaleza de Shali encontramos el adjetivo opuesto que es la sencillez. Es un castillo en extremo sencillo y, por alguna razón, esto lo convirtió en una plaza inexpugnable durante un puñado largo de siglos. Hizo falta un elemento tan sencillo como sus muros, la misma lluvia, para que el equilibrio se quebrara y la fortaleza pudiera ser definitivamente derrotada.