Viajes
No hay villanos en el Congo, no hay héroes en el Congo
Dictadores, caníbales, genocidas, guerras mundiales, espías, mercenarios... occidentales y africanos se confunden en el país más conflictivo del continente
Cuando era niño mi madre me regaló un atlas del mundo enorme, con la portada de color amarillo en los bordes y una foto gigantesca de la Tierra, hecha desde el espacio. Dediqué horas a ese atlas, incluso después de quedarse obsoleto, y repasaba una y otra vez los datos macroeconómicos y sociales de cada país, una y otra vez durante años sin comprender absolutamente nada. Ese atlas era una maravilla, incluso sin entenderlo. Pero del largo puñado de momentos que dediqué a estudiarlo, a día de hoy solo me acuerdo de un dato, uno solo, el que más pudo impactar a mi mente de niño enamorado de los superhéroes. El atlas decía que en el año 2001, un subfusil AK-47 tenía en la República Democrática del Congo el mismo precio que un saco de maíz. Y esto me confundía. ¿Significaba entonces que una Kalashnikov era barata en el Congo, o que por el contrario un saco de maíz era tremendamente caro? Esta es una pregunta que todavía no me he resuelto.
Con el paso de los años he conseguido desgajar los misterios de violencia que planean sobre este inmenso territorio acorralado en el centro de África, he leído, he viajado, he sumergido la mano en sacos de maíz y he sido apuntado por el cañón oscuro de los Kalashnikov. Paso a paso he descubierto que mi ignorancia de niño, después transformada en la ignorancia inexcusable del adulto, puede considerarse el mayor problema a la hora de señalar el cúmulo de situaciones que zarandean la República Democrática del Congo (no confundir con la República del Congo) y lo convierten en uno de los diez países más peligrosos para visitar. Ignorancia a la hora de comprender qué ha ocurrido en este país, qué ocurre y por qué.
Leopoldo II y Patrice Lumumba
Érase una vez un reino violento y en extremo rico, donde las luchas entre clanes eran el pan de cada día y la selva era tan frondosa, que algunos de sus habitantes habían evolucionado hasta no crecer más allá del metro y medio de altura. Para así correr más rápido, más libres entre la maleza. Este era el reino del Congo y si lo hubieses conocido, lector, entonces lo habrías temido como lo temo yo en el mundo de la imaginación. Guerrearon entre ellos casi sin cesar pero también combatieron guerras muy sangrientas contra los holandeses, los portugueses y los angoleños (hasta tres guerras lucharon contra los portugueses). Pero la influencia europea se introdujo en este reino de rojo y verde como el agua por las grietas de una casa vieja, se deslizaron el catolicismo y las formas de pensamiento europeo por entre los ríos y los bosques, y la fuerza de los congoleños se debilitó, sus líderes se relajaron: poco después de la Conferencia de Berlín de 1885, Portugal tomó el lado occidental de este reino de leyendas, mientras Leopoldo II de Bélgica recibió como regalo el resto del Congo.
Cabe a destacar que el Congo no fue belga hasta después de que Leopoldo II se lo regalase de vuelta. Esto quiere decir que durante veintitrés años (1885-1908) el descomunal territorio que comprende el Congo fue propiedad privada de un hombre, un hombre que poco interés tuvo en realizar un colonialismo paternalista y que aprovechó este bonito regalo para extraer todo el caucho posible, hacerse multimillonario y comenzar el genocidio belga. Entre 10 y 15 millones de congoleños murieron durante dicho genocidio. Claro que no verás grandes producciones de Hollywood que te lo cuenten, no cabe ningún “pianista” congoleño por el que llorar hoy. Y bueno, el resto es historia básica: cuando Bélgica adoptó el control efectivo del Congo se produjo una especie de colonialismo paternalista, se multiplicó la extracción de caucho, uranio para los estadounidenses y sus bombas atómicas y minerales diversos, se continuaron las matanzas a menor escala... Nada nuevo bajo el sol. Hasta que llegó 1960 y la RDC consiguió su ansiada independencia.
Patrice Lumumba (el drama de este país lo encuentro en cada esquina, ahora porque el corrector del ordenador me avisa de que la palabra “Lumumba” no existe, pese a ser el mayor héroe nacional del Congo, cuando los nombres de Grace Kelly, Leonardo DiCaprio y Frank Sinatra los acoge sin protestas) gobernó durante poco menos de tres meses su país. Hasta que Katanga (la región más rica en minerales del Congo) se sublevó para obtener la independencia, Lumumba pidió ayuda a los estadounidenses, estos se la negaron a no ser que redujese el precio de sus minerales, desesperado acudió al bloque soviético, Cuba procuró ayudarle, cuando consiguió los apoyos necesarios se dirigió con sus tropas a recuperar Katanga pero la ONU le prohibió entrar en el territorio, los estadounidenses se alarmaron y el jefe de la CIA en el Congo recibió un telegrama el 26 de agosto de 1960: “Hemos decidido que su eliminación (la de Lumumba) es nuestro objetivo más importante y que, en las circunstancias actuales, merece alta prioridad en nuestra acción secreta”.
Quince días después se produjo un golpe de Estado que derivó en el derrocamiento de Lumumba, y tanto este como sus mayores allegados fueron llevados en avión a Katanga, territorio enemigo, para ser ejecutados en presencia de miembros de la CIA y los servicios de espionaje belgas. Desmadejado en una cuneta quedó la mayor esperanza del Congo.
Guerra Mundial Africana
Tras la muerte de Lumumba todo se desmoronó. Sus seguidores se armaron y comenzó una guerra civil enrevesada, caracterizada por la violencia de ambos bandos y la propaganda occidental para desprestigiar a los seguidores del presidente asesinado. Por aquél entonces, nuestro mundo ignoraba la implicación de la CIA en el asesinato de Lumumba, entonces era de esperar que, cuando veían en los noticieros que un número indeterminado de soldados estadounidenses habían muerto a manos de los salvajes y caníbales seguidores de Lumumba, el mundo no podía menos que desear el final de estos desalmados, salvajes y caníbales. Para cuando Estados Unidos reconoció su complicidad (si no culpabilidad) en el asesinato de Lumumba, el año era 2014 y el daño ya estaba hecho, el Congo ya se había desmoronado.
Fue como en las películas. Un malo malísimo traicionó al héroe del Congo (busque el lector en Google si Lumumba era un dictador africano y corrupto y horrible para excusar su ejecución) y que después, tras darse un número de golpes de Estado que no hicieron sino acrecentar la violencia en la región, colocó en el poder a Mobutu Sese Seko (un dictador africano y corrupto y horrible pero gran amigo de los gringos). El gobierno de Mobutu duró 32 años y fue del todo menos agradable para sus súbditos, como puede imaginar el lector. Pero oiga, al menos no era un caníbal seguidor de Lumumba. Al menos vendía barata la materia prima. Y sus gorros de leopardo eran de lo más divertidos.
Luego Mobutu murió, como morimos todos, y comenzó un conflicto de tales dimensiones, tan violento y enrevesado, con tantas variantes y consecuencias, que recibe el nombre de la Primera Guerra Mundial Africana. Desde 1998 hasta 2003 combatieron ruandeses, ugandeses, burundeses, libios, namibios, angoleños, sudaneses, mercenarios belgas y austriacos, zimbabuenses, milicias hutus, milicias tutsis, guerrilleros Mai-Mai... Una guerra demasiado larga para explicarla en este artículo, aunque conviene saber que las víctimas del conflicto alcanzaron un número que no se había dado desde la Segunda Guerra Mundial (cuatro millones de personas) y que la mayoría no cayeron víctimas del fuego enemigo, sino del hambre y las enfermedades (en torno a dos millones y medio de personas). También conviene saber que esta guerra fue consecuencia de una guerra inmediatamente anterior, en la que rebeldes congoleños se alzaron contra la dictadura de Mobutu que instauró Estados Unidos... y se sublevaron con la ayuda de Estados Unidos. Tremendo.
Desde que “terminó” la Guerra Mundial Africana, el conflicto se ha ramificado en diferentes enfrentamientos regionales que todavía hoy ahondan en el drama del Congo: el conflicto de Ituri, la guerra de Kivu, el conflicto de Dongo, la insurgencia de Katanga y la insurgencia de las ADF. Animo al lector a interesarse por estos conflictos para que comprenda la implicación de agentes tan variopintos como Francia, Bélgica o el Estado Islámico.
La joya de la corona
Ahora viene la gran pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué tanta violencia y tanto dolor? ¿Qué fin último persiguen los agentes de poder en este tejemaneje de genocidios, asesinatos, autoritarismos y hambre? Pero todos sabemos la respuesta. La República Democrática del Congo es rica, asquerosamente rica. Los muertos y las traiciones fueron indispensables para que el precio del smartphone que aguantas no se pasara de rosca. Las enfermedades y los niños escuálidos resultan cruciales a la hora de comprarte un diamante bonito. El sentimiento de rechazo hacia los congoleños y las anécdotas del canibalismo mantienen en equilibro el precio del oro. Si la vida fuera como en las películas, los agentes de la CIA habrían acabado entre rejas gracias a la mediación de una especie de James Bond congoleño. Pero la vida no es como en las películas, para alivio de quienes las producen. En el mundo real no existen los héroes y los villanos, los conceptos se funden y se confunden hasta desaparecer, y los héroes que vencieron caerán como villanos, mientras los villanos que los empujaron serán aclamados como héroes.
Al final el congoleño, para bien o para mal, es víctima de doscientos años de violencia interesada, y si una oveja solo aprende a balar, la pobrecita solo puede balar con histeria y como atragantándose; de la misma manera que el niño que participa desde su secuestro con ocho años en la guerrilla M-23, solo sabe matar. Por qué lucha la guerrilla es un misterio. Ellos piensan que por la libertad. Pero ellos también luchan por el oro. Todos luchan por el oro en el Congo, en el país donde es obligado tener algo por lo que luchar, si no quieres que la guerra te devore y te escupa luego contra los bosques.
Animo al lector a indagar en los datos del Observatory of Economic Complexity para comprobar cómo Uganda, Ruanda y diversos países colindantes con el Congo son quienes exportan el oro al extranjero (además de otros materiales), aunque todavía no se ha encontrado una sola mina de dichos bienes dentro de sus territorios. Es decir, que el oro congoleño se pasa de una a otra frontera hasta que el Congo recibe sangre a cambio de su riqueza natural, nunca dinerito.
Escribiendo esta pieza me ha surgido una nueva duda, difícil de resolver, casi tanto como aquella de los Kalashnikov y los sacos de maíz que me hacía de niño. ¿Es el Congo realmente peligroso? ¿O somos nosotros peligrosos para el Congo? Si contamos el número de muertes que uno y otro lado han provocado al contrario, la respuesta parece clara.
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