Viajes

Cuando el brujo pide la lluvia en Guinea-Bissau

En un pequeño poblado de Guinea-Bissau, los ancianos acuden a un brujo misterioso para pedirles que haga llover en la sequía

Mujeres durante la fiesta de Sindjan Dida.
Mujeres durante la fiesta de Sindjan Dida.Alfonso Masoliver

Durante el silencio de la noche africana solo se escucha el crepitar de la tierra seca. Provoca un ruido porque se contrae y se estira, como tomando amplias bocanadas de aire húmedo, supongo que debe ahogarse en el calor tropical, y espera con su murmullo misterioso el tacto refrescante de la primera gota de lluvia. El tiempo de lluvias en Guinea-Bissau dura desde junio hasta noviembre. Ocurren seis meses de rayos y rugidos y nubes que se parten en el cielo con un capricho ensordecedor y luego las noches vuelven a sumirse en su silencio sagrado. Tres meses después de la última lluvia, impaciente, la tierra vuelve a boquear mientras los viejos empiezan a murmurar.

Cada año es igual. En Sindjan Dida, un poblado minúsculo que se funde con la madreselva en el norte de Guinea-Bissau, desde el primer día de Shawwal uno puede encontrar a los viejos reunidos bajo el gran árbol, discutiendo reposadamente sobre si volverá a llover ese año; y si llueve, sobre cómo será la lluvia. Unos defienden con el rostro sombrío que habrá sequía. Otros beben un sorbo de su té, animados, y señalan que caerán lluvias generosas, sin duda, y beben otro sorbo del té. El acertijo siempre se resuelve con el primer trueno del primer Rabi, dicen con un deje simpático.

Pedir la lluvia, un pecado

Conversar con un anciano sobre la lluvia puede llevar horas en pueblos como Sindjan Dida. Conocen cada tipo de lluvia y podrían describírnosla con un detalle y una ternura inimaginables, jugando a adivinar qué tipos caerían este año, siempre muy reposados, sin mirar al cielo ni una sola vez. Es un entretenimiento que llevan teniendo desde los diez años. Y ahora son tus hijos o tus nietos quienes se pelean con la tierra pero todavía le guardas rencor. A falta de un televisor con sus intrigas políticas metidas allí dentro, los partidos de fútbol, programas de famosos cantando, catástrofes, guerras, ruido, pues ellos se buscan otros entretenimientos como puede ser jugar al parchís, beber té, recordar la guerra o vaticinar las lluvias. Y hacen bien en preocuparse por las lluvias. Sabemos (porque nos lo dijo el televisor) que durante las sequías de África ocurren muchas catástrofes, son las clásicas imágenes de Sebastián Salgado pintadas en blanco y negro, y eso los viejos también lo saben y procuran evitarlo a toda costa.

Los de Sindjan Dida dieron un paso más. Pero antes de avanzar convendría saber un dato curioso sobre el islam en África subsahariana.

Ancianos de la tribu de Sindjan Dida en Guinea Bissau.
Ancianos de la tribu de Sindjan Dida en Guinea Bissau.Alfonso Masoliver Sagardoy

Dato curioso número 48 sobre el islam en África subsahariana: el islam no permite en teoría confundir Alá con un dios cualquiera, pero es que el islam lleva tantos siglos enraizándose en la tierra de allá que se han enredado el visceral animismo y el concepto de Alá como Dominador.

Dieron un paso más porque infringieron la doctrina del Profeta y llamaron a un brujo para que hiciera llover en sus tierras. Fue en agosto. No había llovido una gota todavía y mientras los jóvenes se compadecían de sí mismos o acudían como corderitos a escuchar al imam, ellos eran listos, muchos de ellos incluso viudos, y decidieron llamar al brujo. Yo estuve viviendo allí durante ese tiempo y pude verlo con estos dos ojos, le llamaron por teléfono a un número que les dieron en Cambaju. Lo hicieron como niños, riéndose y gritando. Muy nerviosos pero a la vez tremendamente excitados.

Actuaron con sumo secreto hasta que llegó (yo sabía su tinglado porque me tocó llevarles a Cambaju para conseguir el teléfono del brujo) y cuando llegó no dijeron nada a nadie. Le escondieron. Pudimos verlo pasar y llamó la atención a varios porque llevaba la capucha puesta, y algunos se rieron porque no llovía y le tacharon de loco, pero él se limitó a seguir caminando. Aunque nadie se pensó que era un brujo, ni siquiera yo lo sospeché.

La fiesta

Luego se extendió su magia. Entre los del poblado comenzó a correr el rumor de que un brujo había venido a dialogar con algún espíritu (de nombre impronunciable para mí) y pedirle una lluvia, nadie lo sabía con exactitud y lo sabía todo el mundo, entre nosotros había un brujo que se había ido al bosque acompañado por dos ancianos para hablar con el espíritu. Finalmente aparecieron los dos viejos con el brujo y anunciaron a bombo y platillo que aquella noche, el brujo, y nadie más, conseguiría que cayese lluvia. Llegados a este punto el poblado entero andaba excitadísimo y ni siquiera los más devotos se pudieron aguantar la emoción, era maravilloso, y rápidamente se lanzaron los más astutos a agasajar al brujo, le ofrecían su techo para aquella noche y comida, mandioca y cuantos tés quisiera, e incluso hubo quienes reconocieron a susurros que guardaban para emergencias un poquito de ron. En dos o tres minutos mis acompañantes españoles y yo vimos como se organizaba una fiesta espectacular:

Cuando el brujo pide la lluvia en Guinea-Bissau
Cuando el brujo pide la lluvia en Guinea-BissauAlfonso Masoliver Sagardoy

Un hombre sacó un silbato y comenzó a marcar el ritmo, así, pitando como loco, sin avisarnos, haciéndolo con un estilo adictivamente parecido a la marcha militar, como un trompetista que solo le da para pitos, un Louis Armstrong africano. Pero duró pocos segundos porque casi de inmediato apareció un tambor, dos, tres tambores. Se amoldaron al pito y tocaron. Varias mujeres cantaban estrofas sueltas de una canción que recién estaban inventando y otras lanzaban eróticos y guturales aullidos. Los hombres se movían sueltos, agitando mucho los pies y las manos, algunos incluso acercándose a bailar. Se hacía un círculo (ya había sacado otro su kora y tocaba y la fiesta seguía, aunque el brujo había desparecido por algún lugar) y un hombre valiente se lanzaba a bailar solo. O una mujer. O un hombre y una mujer, o dos hombres, o dos mujeres, cualquiera salía a bailar con un frenesí y sensualidad tropical. Algunos salimos e hicimos el ridículo. Fue una bacanal maravillosa, sin una gota de alcohol: solo té, refrescos, música y el tipo del silbato a punto de estallar, fue perfecto. Todos hablaban del brujo que iba a hacer llover aunque no aparecía.

Lo encontramos borracho en la tabanca de Adulai y hubo que sacarlo a rastras. Pegaba unos gritos horribles y luego imploraba con frases inconexas a Alá. Era un brujo muy raro, quizá fue por la borrachera pero actuaba como poseído, y se resistió todo lo que pudo a hacer su magia hasta que el jefe le cogió y le dijo:

- O te pones en marcha o te molemos a palos.

La lluvia

Algo así. Esto lo vimos unos pocos porque gran parte de la fiesta seguía pero al final arrastramos al pobre diablo hasta el árbol sagrado y se paró la música, todos le miraron. El brujo supo que no tenía otra opción y se sentó en el suelo debajo del árbol, abrió la boca y empezó a aullar en su idioma. Se inclinaba hacia adelante y hacia atrás y se balanceaba como un siervo implorando un favor a su señor, y le hablaba gritando porque estaba arriba en el cielo y si no gritaba lo suficiente, entonces el espíritu no le oiría. Nos dijo que el problema no radicaba tanto en que le hiciera el favor como que le oyera.

¿Lloverá?
¿Lloverá?Alfonso Masoliver Sagardoy

¡Somos muchas voces aquí abajo, no entiendes! Y después de unos minutos así, moviendo las manos para ordenar con meticulosidad los palos que tenía cerca y gritando sin parar mientras asustaba al pueblo entero con lo que fuera que decía, no pasó nada. Sucedieron dos minutos de silencio y varios empezaron a reír. Otros se enfadaron y se marcharon a casa. Los viejos se miraron con ojos tristes. El brujo no dejaba de reír.

- ¡Caerá, caerá! – nos gritaba.

Y fíjese que puñetero susto nos llevamos los españoles porque cayó. Era de noche. Todavía estábamos unos cuantos con el brujo cuando ocurrió. Los viejos bailaron enloquecidos y los españoles no podíamos creerlo, de verdad, pero llovió, era una lluvia insistente pero fina. Apenas una muestra para empapar los primeros milímetros de tierra, inútil si no caía más en los días siguientes. Pero eso a los viejos les daba igual porque les salió bien el pecado y allí, en ese momento, había lluvia, agua, fresca y bendita, sinónimo de pureza, de vida y de maternidad. Entonces el brujo hizo algo completamente imprevisto y salió a empaparse en la lluvia y se alejó caminando, luego volvió, se marchó de nuevo, volvió, todo esto hablando muy rápido para sus demonios y para sí. Nos dijo con una sonrisa despreciable que escamparía pronto. Y poco después paró la lluvia. No volvió a llover hasta dos semanas después y la cosecha no se salvó.