Viajes
Se alquila disfraz de contrabandista en la Sierra de Gata
Ensalzados desde hace años por los detractores del franquismo, los senderos de los contrabandistas son hoy un destino de moda en Salamanca y Extremadura
Javier apaga las luces y enciende las velas. Estamos sentados en su cocina. Es porque dice que no puede contarnos sus historias de infancia con luces eléctricas. Las palabras que quiere escoger necesitan un entorno propicio, un ambiente indefinible e inexacto, con los contornos de la mesa de su cocina difuminados, solo así su voz saldrá flotando para empapar nuestros oídos bisoños. Estoy seguro de que si alguien entrase en el comedor y encendiese las luces, Javier cogería y se callaría de inmediato. Solo ahora, cuando nuestros ojos se han acostumbrado a la tiniebla y nuestros oídos son capaces de distinguir el ruido desafiante de las chicharras en la noche salmantina, Javier sabe que ha creado el ambiente propicio para hablarnos de las noches de su infancia. Nos cuenta que había algunas cuando era chiquito en las que sus padres no le dejaban salir por la puerta casa, le decían que se fuera pronto a dormir y que no hiciera ruido, que fuera bueno, Javier, que si no vendría el hombre del saco y se lo comería. “Mis padres sabían qué noches iban a cruzar aquellos la frontera, aunque en realidad lo sabía todo el pueblo, y esas noches los niños teníamos que estar en silencio y dejar que todos los adultos respiraran tranquilos”. Y añade la puntilla: “Que respiraran tranquilos los adultos contrabandistas y los adultos honrados, que te digo”.
Y me viene a la cabeza que hace poco leí en algún diario del país sobre los contrabandistas que sorteaban la frontera española y portuguesa durante los años de las dictaduras de Franco y Salazar. Allí los tildaban nada disimuladamente de héroes de su generación que alimentaron a sus familias durante los años más grises de la posguerra, hombres que, como haríamos muchos en su lugar, no dudaron a la hora de jugarse el pellejo por sacarse un saco de café que vender a las clases pudientes en el mercado negro. Pero todavía quedan algunos medios que no son tan benevolentes con ellos: porque cruzarse durante una noche de luna de contrabando con los susodichos podía acabar muy mal, ser confundidos con policías o peor aún, con curiosos y soplones, podía terminar con los padres de Javier o con el propio Javier desmadejados a la sombra de una encina.
¿Héroes o villanos?
Javier enciende las velas para que la figura romántica del contrabandista se desdibuje bajo la niebla de la realidad y el propio contrabandista se aparezca en los juegos de luces y sombras, más oloroso, escuchándosele más irrumpiendo por las paredes. Nos susurra sus planes al oído mientras su descuidada barba de tres días nos araña las mejillas como acero. Javier dice que “no existen héroes si hablamos de hombres matando por sobrevivir” pero luego reconoce que “tampoco existen los villanos cuando los hombres matan y roban para salvar a su familia”. Nos está hablando de los complicadísimos años de la posguerra.
Y Javier, claro, pobrecito, entonces todavía era un niño que sentía esa mezcla de miedo y de curiosidad conjugándose debajo de las sábanas mientras escuchaba con el oído atento los pasos secos y crujientes de los contrabandistas que pasaban a pocos metros de su casa a las afueras de Fuentes de Oñoro. Me dice que sus padres no admiraban a los contrabandistas. Tampoco escriben en periódicos del siglo XXI alabando la valentía de los contrabandistas. Sus padres apagaban las velas y esperaban en silencio, “era como una espera sin asomarse una sola vez por la ventana, era como una espera donde no se quiere dejar de esperar porque esperar es mejor que dejar de hacerlo, ellos también sentían un cosquilleo en el estómago, ya sabes lo que te digo”. Ellos trabajaban el campo todos los días lo que dura brillando el sol, trabajaban duro y sufrían privaciones (como casi todo España en la posguerra), casi tantas o más que los contrabandistas, y cuando la noche se vuelve oscura y pueden escucharse rugidos muy tenues muy lejanos de las estrellas, hacían esa espera con apenas algunas velas encendidas.
Cuando nosotros nos transportamos al siglo XXI y recorremos la vieja ruta del contrabandista (link aquí) podemos ver las piedras de los senderos de los escondrijos con los ojos sinceros. Cuándo verlo, por qué precio y durante cuánto tiempo, eso ya lo dejo en manos del lector. Podemos viajar exprimiendo sentidos menos utilizados y con las aletas de las narices bien abiertas, incluso sin escuchar lo que diga el guía si se sale una sola vez de lo estrictamente histórico.
Confusión de convicciones
Al resguardo de los estrechos senderos de frontera, manoseado por los matorrales de encina, nuestro mundo se enreda en un batiburrillo relativo de héroes y de villanos, de excusas y de certezas, de niños escondidos debajo de las sábanas y soñando con llevar la contraria a sus mayores, solo por curiosidad. La complejidad de una nación recién salida de una guerra civil, con una sociedad amputada y una economía desmoronada saca a relucir la recurrente ruta del contrabandista, es inevitable. Pero es importante que el lector sepa que el contrabandismo no lo inventaron las víctimas del franquismo, que no le engañen, que no le convenzan de que el fin justifica los medios, que no le vendan la moto los diarios del país, porque las rutas contrabandistas de la que se considera la frontera más antigua de Europa (esta de aquí entre España y Portugal) son tan viejas como la misma frontera, y ya podíamos encontrar a contrabandistas de todo pelaje escurriendo el bulto en el siglo XIV, o incluso antes. Quizá por esta razón sea la misma huella del contrabandista mitad peligrosa y la otra mitad entrañable. Pertenece a un enemigo que (puñeteros primates) no deja de ser nuestro propio padre.
Y recorremos la ruta de la RAYA (que era como la llamaban los españoles) o la ruta A Raia (como la llamaban los portugueses) en los alrededores de la Sierra de Gata después de escuchar el testimonio inaudito de Javier y con unas gafas puestas que son odiosamente eficientes contra cualquier ideología mantenida mediante la reciente malformación sistemática de nuestra memoria más dolorosa. Nos hablan de Franco pero divagando y pisando esa tierra pisoteada por criminales se nos ocurre que solo por ser diablo, Satanás no siempre hace cosas malas. Y que no por ser santos, los mártires nunca se escondieron para hacerse una...
Siguiendo los pasos de los contrabandistas podemos elegir una multitud de disfraces para ambientarnos: somos guardias fronterizos corruptos, niños ignorantes, contrabandistas, héroes, criminales, cajetillas de tabaco apelmazadas.... y acceder a una realidad sabrosa, agridulce e incómoda que guiaba junto con las linternas a las partidas conformadas por todo tipo de hombres: desde los honrados y asustados de las películas que solo buscaban sostener a su familia, hasta los jóvenes vanidosos en busca de dinero fácil y aventuras de segundo grado. Imaginamos una procesión muda de justos y de villanos, confabulados por primera vez entre ellos desde hace años para echarse los sacos a la espalda durante los últimos minutos del crepúsculo y cruzar a España, abrigados por el silencio (cómplice u obligado) de sus vecinos, para luego vender la mercancía y volver a empezar, como un eterno retorno en miniatura, hasta que la democracia o el café (lo que llegase más tarde) volviera a ser accesible para todos los señoritos españoles.
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