Viajes
¿Qué tiene que ver el pueblo más bonito de Austria con el primer saqueo de Roma?
En la localidad de Hallstatt encontramos una conexión con el origen de uno de las civilizaciones más influyentes de Europa
Somos supervivientes del siglo IV antes de Cristo. Somos ciudadanos romanos cuando Roma no pasaba de ser una pequeña ciudad italiana en ciernes, rodeada de temores y enemigos. Asomados a las murallas observamos un puñado de jinetes que llegan al galope y sucios de la batalla de Alia, con las ropas jironadas y los ojos desencajados por el terror. Chillan y sus chillidos se confunden con los jadeos de los caballos. ¡El enemigo se acerca! ¡El enemigo se dispone a saquear Roma! Tras de ellos, también a caballo, entrevemos las figuras con el torso desnudo y largas trenzas absolutamente pelirrojas, manchadas con la sangre sagrada de los hijos de Roma; figuras que no galopan como poseídas a las puertas de la ciudad eterna, sino que merodean por los alrededores, esbozan sonrisas burlonas, tensan y relajan sus músculos de acero. Solo son exploradores del enemigo. Pronto llegarán el resto de las fuerzas de pesadilla, cuando terminen de decapitar a nuestros hermanos vencidos en la reciente batalla. Por el momento están demasiado ocupados mientras apilan las cabezas.
Sabemos lo que ocurrirá. El enemigo entrará en la ciudad y comenzará su saqueo. Violarán a nuestras hijas. Quemarán nuestros negocios. A nosotros nos matarán carcajeándose. Es inevitable, es el destino. Roma caerá antes de que termine la semana. Y todo esto que se conocerá en el siglo XXI, el derecho romano y las calzadas y el cristianismo y el vino tinto, incluso el idioma español, todo desaparecerá antes incluso de haber ocurrido. Roma nunca será un imperio. Su nombre se perderá en los aludes de la historia, por siempre jamás. Ocurrirá antes de que llegue el fin de semana.
Hallstatt
Volvemos al 2021. Lejos de encontrarnos en esta situación horripilante sobre las murallas de Roma, hemos conseguido rascar unos días en nuestras vacaciones de Navidad para visitar una encantadora localidad austriaca, que persiste encajonada en los blanquísimos Alpes. Se llama Hallstatt. Hace 240 millones de años, toda esta región se encontraba sumergida en lo más profundo del océano, y donde ahora encontramos preciosas casitas de corte alpino, iglesias neogóticas y ciudadanos dispuestos a indicarnos las direcciones, apenas pululaban megalodones y demás criaturas marinas de aspecto primitivo. Luego el océano se secó, ocurrieron terremotos y el agua se marchó a otro sitio, crecieron las montañas y los primeros pobladores accedieron al lugar. La sal que los océanos habían dejado impregnada en las montañas, la sal, que en la antigüedad era algo así como un oro blanco muy preciado, atrae de todos los rincones de la región a nuevos pobladores que pican en las minas y venden el preciado producto a los pueblos mediterráneos.
Hallstatt. Durante siglos se consideró el punto de unión entre los desarrollados pueblos mediterráneos y las bárbaras tribus de Escandinavia, en parte gracias al negocio de la sal, en parte gracias a su carácter profundamente comercial. Si fuésemos arqueólogos que escarban en las tumbas de la Edad de Hierro, nos sorprenderíamos al encontrar pendientes y pulseras de estilo etrusco, prueba irrefutable del contacto entre estas civilizaciones extintas. No es por nada que Hallstatt forma parte del Paisaje cultural de Hallstatt-Dachstein/Salzkammergut, incluido en el listado del Patrimonio de la Humanidad en 1997. Como turistas podemos visitar las antiguas minas de sal o dar un agradable paseo por este pueblecito, que algunos consideran como el más bonito de Austria. El Marktplatz es sencillamente encantador, como sacado de un cuento de Andersen, y las iglesias de la SeeStrasse tampoco se quedan atrás en su delicada belleza. Las vistas que los diferentes miradores conceden del lago Hallstätter también son excepcionales.
Merece la pena una visita a Hallstatt. Es tan molón que incluso sirvió de inspiración para la película de Frozen. Pero aquellos que viajamos de forma habitual sabemos que no es oro todo lo que reluce pero que todo, todo, todo, todo, todo (repito, todo) lo que hoy es espléndido y hygge y acogedor y limpio esconde en sus bases una pasta mezclada de sangre y crímenes, guerras y violencia incontenible, y que de la misma manera que el Imperio Español se nutrió de la plata del Potosí para brillar, Hallstatt esconde tras los rostros amables de sus visitantes un secreto a voces.
El secreto desvelado
Volvemos a Roma. El enemigo está a las puertas. Nunca, nadie, jamás, había saqueado nuestra ciudad como se disponen a hacer estos maromos pelirrojos, y no volverán a saquearla igual hasta casi ochocientos años después, esta vez por mediación de los maromos rubios conocidos como visigodos. Solo el valor de nuestros hermanos y la caridad de otras ciudades vecinas podrá mantener erguido el futuro de Roma. El enemigo está a las puertas, ya las está cruzando. Pasean en silencio por la ciudad y observan con curiosidad a nuestros ancianos, que están sentados como impertérritos a las puertas de sus hogares. Viendo su calma ante la tormenta (lo normal en estos casos es encontrar una ciudad sumida en el caos y con todos gritando) el enemigo confunde a nuestros ancianos con criaturas divinas, el enemigo tiembla pese a su victoria y teme haber cometido el error de atacar una ciudad de dioses.
No es hasta que un guerrero pelirrojo se atreve a tocar a uno de nuestros ancianos, cuando el vejete contesta al gesto golpeándole con su bastón en la cabeza, que el enemigo no reacciona y comienza la matanza. Asesinan a todos los romanos reunidos en el Foro. Saquean los hogares de los plebeyos, tal y como predijimos. Violan a las vestales que no tuvieron tiempo para escapar de la ciudad. Solo es un alivio que días después se formará una alianza de pueblos latinos que derrotarán definitivamente al enemigo, y Roma sobrevivirá al desastre para proseguir su camino a la fama. Pero todas estas muertes... hemos estado tan cerca del final... el trauma del saqueo de Roma en el 390 a. C perseguirá las conciencias de los romanos hasta tiempos de Julio César. De hecho, el propio César utilizará este trauma para justificar su conquista de las Galias en el 58 a. C, calificando la invasión ante el senado como “una guerra defensiva”.
Ya sabemos quienes son estos guerreros pelirrojos que se deslizan desde norte. Pocos siglos antes habían ocupado extensas zonas de las actuales Alemania, Hungría, Austria, Bulgaria, República Checa, Francia, Inglaterra y España, entre otras, aunque los niños conocen algunos de sus ritos gracias a los tebeos de Astérix. Se trata de una civilización que podría haber cumplido el papel de Roma en la Historia, y que, si hubiesen triunfado definitivamente tras la batalla de Alia, es probable que nuestra lengua no fuera latina y que hoy adoraríamos sin dudarlo al dios Dagda. Porque si la Historia tuvo que elegir entre conceder la gloria a Cartago o a Roma en el siglo II a. C; de la misma manera tuvo que escoger entre los celtas y los romanos en el siglo IV a. C.
Los pelirrojos que están acuchillándote en las aceras de Roma son guerreros celtas. ¿Y adivina ya el lector de dónde procede esta etnia tan famosa? ¿Sabe ya de qué pueblecito salieron por primera vez, según la mayoría de los expertos, antes de conquistar media Europa y saquear la mismísima Roma? Verdad que lo sabe. No hace falta que le diga que los celtas utilizaban la palabra hall para designar a la sal. No hace falta que le recuerde que incluso los lugares más cucos pueden albergar los secretos más sanguinolentos.
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