Cómic
Obélix era un mentiroso
En los alineamientos de Carnac, rodeados de menhires, desenmascaramos las mentiras del popular cómic francés
Una de las facetas más desagradables a la hora de convertirnos en adultos son los desengaños. Son constantes. Los Reyes Magos no solo no existen, sino que nos explican en el colegio (ese lugar del demonio) que los descendientes del Baltasar original fueron esclavizados durante siglos por los descendientes de Melchor. A tomar por saco el romanticismo. El Ratoncito Pérez tampoco existe y poco a poco nos vamos amargando la existencia cada vez más hasta que (¡ay, si nos viera nuestro yo de niño!) acabamos poniendo trampas para los ratones en casa. Y Santa Claus no es real, es un sueño, es fantasía popular, y nos enteramos de que su color procede de la Coca-Cola y que la Coca-Cola en abundancia puede darnos obesidad. Yo comprendo que los adolescentes tengan tan mala uva, después de la retahíla de desengaños que les llueven durante los últimos años de la niñez.
Luego viajamos a Carnac, en la Bretaña francesa, a una población muy próxima de donde Goscinny y Uderzo nos aseguraron que sobrevivió a los romanos una aldea de galos irreductibles, y nos enteramos de que Obélix era un mentiroso. El bueno de Obélix, tan dulce en apariencia con su perrito siguiéndole a todas partes, tan maquiavélico en su interior. Es desolador.
La verdad de los menhires
Y como soy humano y, sobre todo, español, no quiero guardarme dentro la sarta de desilusiones que me invadieron en Carnac. Quiero amargar a mis lectores. Porque así soy yo. Un adulto. No pongo trampas para ratones pero detesto la Coca-Cola. Empezaré destripando las primeras mentiras de Obélix.
A nosotros nos dijeron que el simpático hombretón se dedicaba a picar menhires para comercializarlos y ganarse un puñado de denarios, haciendo uso de su deliciosa fuerza bruta porque cayó en la marmita cuando era niño. Pero esto es históricamente imposible. Los menhires (“piedra larga” en celta) fueron una especie de piedra tallada con el fin de señalar tumbas, lugares sagrados y demás batiburrillos espirituales de los antiguos pobladores del mundo. Del mundo que digo, porque podemos encontrar menhires en Francia pero también en Argentina, en la India, en Siria e incluso en el Japón.
Pero en la época de los tebeos de Astérix y Obélix (año 50 a. C) los menhires hacía siglos que no se tallaban, sencillamente. Su uso comenzó a darse desde hace tanto como 5.000 años, puede que más, y su apogeo llegó durante la Edad de Bronce, esto es, cientos de años antes que las aventuras de estos galos demoníacos. Es del todo ridículo que un hombre ganase un duro haciendo menhires, en una época en que los menhires ya no interesaban a nadie. Entonces ningún menhir golpeó jamás a Panoramix, nuestro druida. El complot se descubre. Carnaza para los apasionados de las teorías de conspiración. ¿Qué pretendían los geniales autores de tebeos a la hora de confundir nuestra tierna mente de infantes? ¿Qué tipo de jugada malévola buscaban?
Debí haberlo imaginado mucho antes, cuando descubrí que el jabalí asado tiene mejor pinta en los tebeos que en la vida real.
El rastro de una mentira
Pero resulta que las mentiras que rodean a los menhires no las encontramos solo en nuestro querido Obélix, ese lobo con piel de cordero. Parece que basta con encontrar un menhir, en cualquier lugar, para tirar del hilo de las mentiras y descubrir todo tipo de destartaladas teorías rodeándolos. Viajamos a Carnac en busca de las mentiras, hechas físicas en la piedra tallada de 2.934 menhires datados en los milenios cinco y tres antes de Jesucristo.
El espectáculo que conceden decenas de hileras de menhires en este rincón de Francia, rodeados como fieras por los edificios contemporáneos y el asfalto de las carreteras, es apasionante de verdad. Las piedras que mantienen un equilibrio maniático desde hace milenios nos arrancan todo tipo de preguntas, y, desde que nadie ha sabido con exactitud qué razón llevó a que tamaño número de piedras fueran arrastradas hasta aquí y plantadas con tanta precisión, no tenemos más opción que formular teorías. Teorías. Así funcionamos los adultos. Cuándo no comprendemos lo que vemos, ya condicionados por los desengaños que nos escupió el final de la infancia, nos resistimos a buscar explicaciones fantásticas y llenas de colorines. En su lugar adoptamos un gesto serio, propio de las personas importantes, y buscamos una explicación lógica, racional, una explicación de adulto.
Aquí van algunas de las teorías (palabra culta para designar a las mentiras) que explican la presencia de los menhires de Carnac: dicen que pueden ser restos del Diluvio Universal o quizá de un campamento romano, una de dos. También los hay quienes piensan que se trataban de balizas para la navegación, o mejor aún, el fósil de una serpiente gigantesca que pululaba por Francia durante la prehistoria, ¡toma ya! Parece que algunos adultos se resisten a abandonar la infancia. Teorías más sensatas señalan que se pueden tratar de las avenidas de un puñado de templos que hubo en la zona, o un calendario que permitía predecir las diferentes etapas de la vida agrícola. Aunque a mí me parece que 2.934 etapas son demasiadas, incluso para un calendario agrícola.
Invéntate una mentira
Entonces mi recomendación es que vayas a Carnac y te inventes una mentira. Palpa los menhires, juega al pilla pilla entre ellos, tómate una taza de té y finge que bebiste la poción mágica. Miente a los demás y miéntete a ti mismo. Es la mejor fórmula para no desilusionarnos más de la cuenta. Jabalí no podrás comer porque no hay jabalíes salvajes en esta región, otra fantasía de Obélix que nos apuñaló. Pero siempre puedes almorzar en Les Huitres Cochennec, que tienen un marisco para chuparse los dedos y una terraza muy agradable a pie de playa.
Viajar para mentirte a ti mismo. Eso es. Y quién sabe. Quizá sea cierto que los menhires de Carnac son los restos de una serpiente gigante, un basilisco nacido del huevo de una gallina fecundado por una serpiente. Es tan probable como que Obélix tallaba menhires.
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