Cuba

Cuba, anclada en el siglo XX

Antes de que todo empiece a cambiar... Ahora es el momento de recorrer La Habana y saborear la ciudad decadente, pero con un halo de la grandiosidad de antaño, que dejó Fidel Castro

Cuba, anclada en el siglo XX
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Se acabó la cantinela que tantas veces hemos oído: «Hay que ir a Cuba antes que se muera Fidel». Pocos, por no decir nadie, podrán negar la evidencia de que ha llegado el momento de la apertura y que, a partir de ahora, todo va a cambiar en la isla caribeña. Es posible que, para algunos, la idea de viajar a Cuba haya perdido esa atracción morbosa que implicaba visitar uno de los últimos países comunistas del mundo; pero aunque todo apunte a un cambio inminente (los Rolling en concierto, Chanel luciendo modelos en el Paseo del Prado y Obama aterrizando en La Habana), esa tan esperada transformación llevará su tiempo. Pasarán años, se levantará el bloqueo, volverán los exiliados de Miami, pero muchas de las cosas que definen la esencia de la actual Cuba no habrán cambiado un ápice, pese a que ya no esté su Comandante.

Detenida en el tiempo

Es verdad, La Habana parece una ciudad varada; un reloj de arena que nadie se ha acordado de voltear desde hace casi sesenta años. Aunque al hablar con cualquier habanero, le dirá que eso no es cierto, que en su ciudad no se ha parado el tiempo, sino que ha retrocedido en él. No hay que mirar muy atrás, simplemente a mitad del siglo pasado, para ver que La Habana era una ciudad deslumbrante, elegante y sofisticada, repleta de edificios Art Nouveau y Dèco, como la Estación de Ferrocarriles y el Edificio Bacardí, «edificios exóticos en una ciudad que ignoraba que estaba en el trópico», como decía Cabrera Infante.

Ahora, toda la ciudad es un vestigio de ese pasado esplendoroso; un pasado demasiado reciente para poder asimilarlo como pasado. Algo queda, afortunadamente, tal como nos dice la canción: «Tres cosas tiene La Habana que causan admiración, son el Morro, la Cabaña y la araña del Tacón». El castillo de los Tres Santos Reyes, la más emblemática de las fortalezas cubanas, fue construido para custodiar la entrada de la bahía, ante el ataque continuo de piratas y corsarios, sobre un saliente rocoso conocido como El Morro. En la actualidad, sus dependencias dan cobijo al Museo Marítimo y, junto con el Capitolio, es el icono de la ciudad, el símbolo de la grandiosidad arquitectónica militar. El faro del Morro fue construido en 1844; se puede subir a él (la entrada cuesta 2 euros) y contemplar unas vistas únicas de la bahía y la ciudad.

La fortaleza de San Carlos de la Cabaña es la continuación de El Morro y su complemento necesario para cubrir un punto débil en la defensa de la entrada de la bahía. Con sus 700 metros de extremo a extremo, es la fortaleza más grande de toda América. Desde aquí, cada día, se celebra la ceremonia del «cañonazo», puntualmente a las 9 de la noche. La araña del Tacón hace mención a la majestuosa lámpara que cuelga del Gran Teatro de la Habana; fue inaugurado en 1838 bajo el nombre de Teatro Tacón (en honor al general Miguel Tacón, gobernador de la isla) y hoy es la sede del Ballet y la Ópera Nacional de Cuba. Esa lámpara de candiles fue nombrada en numerosas crónicas de la época, logrando tanta fama que se llegaba a decir que ir a La Habana sin visitar el Tacón era como ir a Pisa y no ver la torre inclinada.

Un lugar sin tanto postín como los anteriores, pero de visita ine-ludible, es la plaza de la Revolución, con el monumento a José Martí y los relieves gigantescos del Che Guevara y Camilo Cienfuegos; es la misma plaza donde hace poco el Papa Francisco pidió «que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba».

La Habana no es lugar para ir con prisas. Para descubrirla de verdad, tienes que andar con espíritu habanero: tranquilo y curioso, sin perder detalle. Es una ciudad en la que siempre falta algo y, a veces, falta de todo. Cuesta mucho imaginar cómo se puede vivir dependiendo de lo que te den con la «libreta», la cartilla de racionamiento, cuando un día no hay arroz y, al siguiente, lo que no hay es leche. Pero el cubano siempre inventa algo; aquí las cosas no se hacen, lo cierto es que se resuelven. Una ciudad, como dijo Abilio Estévez, que «se fundó para esperar... todo, nada. Cualquier cosa. Aquí la verdadera ocupación es esperar».

La mujer más fotografiada

Graciela es todo un personaje, la mujer más fotografiada de La Habana. Siempre fumando un puro, se sienta en un portal junto al mítico bar «Bodeguita del Medio». Quien la quiera fotografiar, un dólar por disparo. Pese a su edad, mantiene el oído fino y detecta si el obturador de la cámara ha funcionado más de una vez y te hace pasar por caja sin aceptar disculpas.

Dominó rodeado de mirones

Cualquier momento y cualquier lugar son buenos para una partida de dominó en Cuba. Las partidas causan el mismo efecto que los músicos callejeros: es imposible ver una mesa que no esté rodeada de mirones. A Juana Martín se la recordará siempre como la «Vieja del tres doble». Para ella, el dominó, más que un juego, era cuestión de honor. El 12 de marzo de 1925, la partida en el 43 de la calle Galiano estaba casi decantada a su favor. Sólo tenía que soltar la última ficha, el tres doble. Pero su cuñado Pedro se adelantó y dominó. Del disgusto, Juana sufrió una trombosis cerebral que le causó una muerte fulminante. Su tumba, en el cementerio Cristóbal Colón, es una lápida de mármol tallada con el fatídico tres doble.