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Riviera Maya: Tras el Caribe turquesa de los navegantes mayas

Imposible no sucumbir al embrujo de la Riviera Maya, a la frescura azulada de sus más de 6.500 cenotes de agua dulce comunicados, a su gastronomía y al poso ancestral de su cultura

Playa Tortuga en Tulum
Playa Tortuga en TulumLa RazónLa Razón

Conocían bien la furia de los huracanes, las tormentas tropicales y los vientos acelerados propios del invierno. En la época prehispánica, la navegación no era precisamente un canto de sirenas para aquellos marineros mayas que, a bordo de barcas impulsadas con remos, y al parecer sin velas, sorteaban con pericia los innumerables peligros del segundo arrecife de coral más grande del mundo. Hay evidencias de que si bien seguían la línea costera cuando ponían rumbo a Centroamérica para evitar el oleaje de la barrera Mesoamericana, en su camino de retorno preferían las fauces de alta mar. Allí sabían cómo aprovechar a su favor la fuerte corriente del Caribe, la misma que impulsa a las tortugas en sus travesías oceánicas antes de volver, gracias a su magnetismo y cierto halo de misterio, a la playa que las vio nacer. Disfrutar de su compañía durante una mañana de buceo en la bahía Akumal y verlas desovar cada año en el mismo lugar es uno de los regalos mágicos que, de momento, nos brinda la naturaleza.

Aquel tráfico marítimo se caracterizaba por su próspero y variado comercio. Las embarcaciones que han quedado retratadas en el legado policromático de esta civilización podían llevar a bordo una media de 20 o 40 personas y todo tipo de mercancías: los mayas de Yucatán satisfacían los caprichos de los habitantes de Belice y Honduras con cera, sal, mantas de algodón y miel, que a día de hoy sigue siendo un ingrediente de culto en la zona. Y, desde el sur, los deseos tenían el sabor del chocolate y el café, y adquirían las formas imperfectas, y bellas, de la obsidiana y el oro.

Faros y antorchas

Con independencia del contenido, lo que sí precisaban aquellos tripulantes era determinar la situación de los quebrados e interpretar los signos que permitían el acceso hasta tierra firme. Aquellos faros visibles se materializaban en forma de construcciones aún en pie, de «muchas humaredas», como relató Juan de Grijalva, o de «señales que los indios ponen en los árboles para acertar en camino para ir o venir navegando de Tabasco a Yucatán», como anotó el misionero, obispo e historiador Diego de Landa en la «Relación de las cosas de Yucatán», publicada alrededor de 1566.

Cerca del Templo de los Vientos, situado dentro de las 664 hectáreas de las fascinantes ruinas del Parque Nacional de Tulum, se encuentra El Castillo. Bautizado así tras la conquista española por su estructura férrea, fue una de esas lámparas que iluminaron tantos desembarcos en Playa Tortuga, el trocito de paraíso que besa sus pies. Hoy, sobre el acantilado de 12 metros que cobija una cueva, la fortaleza continúa su narración. Las alusiones a Venus y el Sol, testimonio de la pasión de los mayas por la astronomía, la serpiente de su dintel, los dos ventanales que brillaban con antorchas y sus vetustas piedras grisáceas, antaño maquilladas con estuco de vivos colores a juego con el turquesa del horizonte, siguen arrojando luz sobre esta próspera ciudad del período Post Clásico Tardío (1200-1450). A finales del siglo XVI, el rastro de los habitantes de la antigua Zamá, que en maya significa amanecer, se esfumó como un puñado de arena se deshace, junto al viento, entre las manos.

A las seis de la mañana, la brisa dibuja sutiles formas abombadas bajo los vestidos vaporosos de tres amigas que caminan relajadamente para entregarse a su primer baño en el Caribe. El paseo de piedra que serpentea entre los frondosos, y cuidadísimos, jardines tropicales del Hotel Bahía Príncipe Grand Tulum, renovado con mimo durante la pandemia, favorece el ritmo tranquilo. El jolgorio de aves y de algún pájaro carpintero, que incluso se escucha en medio de su chapuzón azulado, termina de redondear su momento.

Desde el agua, apenas observan sargazo en la orilla blanca de este resort, ya que la sostenibilidad es un caballo de batalla que hace tiempo se libra gracias a un numeroso equipo multidisciplinar y medioambiental, que también incluye diversos ingenieros. Un compromiso personal que se suma al Programa de Protección y Conservación de la Tortuga Marina y al Programa del Arrecife Coralino de la Fundación Eco-Bahía del Grupo Piñeiro. Cuando el sol apenas despunta por el horizonte, una nutrida cuadrilla se afana por retirar las macroalgas rojizas que, dependiendo de la época del año, proliferan en parte del Caribe. Su destino final, además del compost, es su uso como material de construcción.

En este sentido, antes de comenzar a disfrutar de la intensa actividad de uno de los Todo Incluido más demandado por los viajeros que deciden cruzar el Atlántico con el turoperador Soltour, o que se abandonan a la tranquilidad de sus villas privadas por un extra nada descabellado, resulta interesante visitar el canal que informa sobre las buenas prácticas que, como turistas, podemos llevar a cabo.

El sabor de una raíz

Para aquellos que quieren descubrir los encantos de esta parte de la Riviera Maya, la buena noticia es que el abanico es tan apetecible y variado que (esta es la menos buena) cuesta decidir qué excursión escoger. Para los amantes de la cultura, además del Parque Nacional de Tulum y las ruinas de Chichén Itzá, donde se conserva el juego de pelota más grande de Mesoamérica, la ciudad colonial de Valladolid permite descubrir el pulso actual de una localidad que responde al trazado clásico, la conocida cuadrícula perfecta proyectada tras la llegada de los españoles. Pintoresca, pequeña y tradicional, una vez visitada la Iglesia de San Gervasio, el encanto es tan sencillo como pasear entre el abanico multicolor de sus fachadas, explorar los negocios de la Calzada de los Frailes y platicar con las vendedoras del mercado callejero mientras se saborea un mango, una raíz llamada jícama y el arte de sus huipiles bordados. La ciudad colonial, incluida en la ruta de los pueblos mágicos, ostenta el título de heroica. Aún se recuerda que los indios iniciaron aquí la Guerra de Castas.

El efecto mariposa de un ritual

Una auténtica revolución sensorial es flotar, en silencio, bajo la cúpula cuajada de estalagtitas de Xtun, uno de los 6.500 cenotes que conforman un espectáculo natural único en el mundo: 265 kilómetros de ríos subterráneos de agua dulce interconectados bajo la Península de Yucátan.

Nadar entre las ondas acuáticas que rebotan en las raíces de un árbol con sed, capaz de atravesar la piedra caliza de la superficie; sentir la frescura de estos cauces enigmáticos que se alimentan de lluvia, ajenos al calor tropical del mar donde se funden y al que aportan, por matemática salina, parte de ese turquesa caribeño que embelesa; sortear las estalagmitas que delatan un tiempo que aquí se cuenta por millones de años y sumergirse en la devoción que los mayas sentían por estos lugares sagrados, es parte de la memoria que susurra el agua. No hace falta viajar a las antípodas para recordar que el efecto mariposa se siente en el otro extremo del mundo. En este universo de reflejos y lucernarios, lo que ocurre en un cenote afecta al resto.

La Reserva de la Biosfera de Sian ka´an hace honor a su significado maya. Verdaderamente, el espacio protegido más grande del Caribe es el «Origen del Cielo». Una vez se cruza el umbral de esta otra dimensión (sin protector solar para preservar el entorno) es imposible no rendirse ante la generosidad de la naturaleza, donde más de 300 especies de aves sobrevuelan un cuadro bucólico salpicado de manglares rojos, blancos, grises y negros.

En este rincón del estado de Quintana Roo, declarado en 1987 Patrimonio de la Humanidad, las playas son una perpetua ensoñación y, sus aguas azules y verdosas, una poesía de versos de agua. Si en la selva los pumas y los monos araña exploran a diario sus encantos, no es menos llamativo el ambiente entre las olas. Rodeados de delfines, de tortugas veloces, de mantarrayas y de algún que otro cocodrilo, la guinda es zambullirse en el latido del arrecife. Aquí la vida transcurre silenciosa, entre el vaivén de peces sargento que coquetean con las langostas y que desaparecen entre los recovecos de corales multicolor. Los hay fucsias y naranjas y, para más sobresalto visual, su piel se parece a una filigrana de terciopelo. No sabremos su tacto, porque aquí se admira, pero no se toca. Y, al compás de la respiración tranquila, también se piensa en nuestro efecto mariposa: en cómo debemos batir las alas para que este paraíso no pierda ni su sabor, ni su color, ni su belleza heroica.

Un viaje experiencial

Para vivir este viaje experiencial por la Riviera Maya, Soltour organiza escapadas de una semana a este rincón de México. Y lo hace a partir de 1.090€ por persona (vuelos incluidos), con alojamiento en el Hotel Bahía Príncipe Grand Tulum. Y para aquellos que prefieran dormir en Puerto Morelos, The Fives Oceanfront, un hotel boutique con encanto de apenas 100 habitaciones, es otra opción en régimen de Todo Incluido a partir de 1.787€ por persona.