Historia

Política, una realidad compleja

La noción de «política» resulta de gran confusión en el lenguaje corriente por lo considerable de sus contenidos, implicaciones e interconexiones. Se trata, de hecho, de un concepto heterogéneo, de obligada referencia a cualquiera que sea el enfoque con que se utilice o se analice. Es una realidad humana que, al menos, abarca tres notas distintivas: el «nivel vital», en el cual la persona se constituye con una cierta independencia del medio y, en algunos casos, define su personalidad con un yo antagónico; el «nivel del sentir», expresión de sensaciones afectivas generadas por la alteridad y sentimientos que estimulan el amor-odio; por último, el «nivel nacional», es decir, la capacidad de comprensión, inteligencia, juicio e intelección entre poder político y opinión pública.

En cuanto al sentido y significado de la realidad política, desde el principio reflexológico sobre ella aparecen dos modos de pensar opuestos entre sí: para unos, política sería un conflicto permanente entre un sector de la sociedad que desea dominar y otro que se esfuerza por resistir y, en la medida de sus posibilidades, destruirla o, al menos, deteriorarla; para otros, la política es un esfuerzo individual y colectivo por mantener el orden y la justicia, asegurando los fines globales sociales y haciendo prevalecer el bien común contra los excesos. La revolución científica del siglo XX produjo la escisión de la Ciencia política en una serie de compartimentos, donde los intereses aletean cada uno de ellos con absoluta independencia unos de otros, cada uno de ellos cargados de intereses y objetivos sobre cuestiones acerca de las cuales resulta imprescindible tener ideas claras, como, por ejemplo, la división entre teoría política e instituciones políticas. O, la escisión en los campos de la Ciencia política que ha alcanzado metas muy lejanas entre sí respecto al análisis de las conductas políticas, pretendiendo que la política se desenvuelva separada de la problemática de la relación política o de las estructuras políticas que nutre la relación. En suma: tanta división ha originado importantes avances en el conocimiento de la materia.

Razón por la cual es, extraordinariamente difícil de precisar las nociones fundamentales de la materia que está cada vez más abierta a la opinión. Puede decirse que política, «sensu stricto», es organización de la convivencia de la sociedad. El objetivo del orden político es tan antiguo como la sociedad con la fijación y caracterización de fines colectivos, la elección de ideas para conseguirlos, la movilización del trabajo y, por último, conseguir la sustracción de una parte de la producción para financiarlo. El orden político, cuyo objetivo fundamental es conseguir la igualdad social, tiene una inevitable programación en sus planteamientos de igualdades que inevitablemente generan desigualdades en el campo de las pretensiones de los distintos partidos políticos que actúan en el campo político.

Desde la más remota antigüedad la política se manifiesta en tres niveles, íntimamente relacionados entre sí, aunque cada uno con su propia peculiaridad y personalidad de conjunto, y su grado combinatorio da sentido y carácter al «orden político». Porque el orden político es el campo propio de la justicia y del poder, por lo cual como en toda acción política, en segundo término, porque representa la fuerza y capacidad que aporta peculiaridad al conjunto y sus objetivos, pues resultan de la mayor importancia: representa, pues, el control específico de la capacidad reguladora; el equilibrio entre la tradición y la innovación, que debe haber siempre tanto en posiciones conservadoras como en las radicales. La sociedad política oscila siempre entre «coacción», independencia-responsabilidad de la persona que encarna la vigencia de orden y organización, pero sin que el ejercicio del poder implique una quiebra del ejercicio de las libertades asumidas en el orden político.

El desequilibrio de funciones ejerce una nefasta influencia sobre la sociedad y si se alían–como parece advertirse actualmente–el racionalismo técnico con la pasión política, se producirá la exclusión definitiva de la subjetividad, cobrando entonces validez la advertencia de Orwell: el individuo deja de existir como sujeto frente al sistema o los poderes anónimos.

¿Son conciliables los contenidos de estos dos conceptos, cuyos más relevantes han quedado esbozados? Con toda evidencia, sí. Pero, como ha demostrado Daniel Bell en «El advenimiento de la sociedad post-industrial (2006)», Cultura, Política y Economía ofrecen ritmos distintos, originando contradicciones en su respectivo desarrollo, que aumentan los conflictos ideológicos. Véase la consecuencia en la alteridad descrita por Tzvetan Todorov en «La vida en común. Ensayo de antropología general» (1995), con la implicación inevitable de los principios éticos sociales.