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Los sangrientos «ángeles» de Charles Manson

La escritora Emma Cline recupera en «Las chicas» la historia de las jóvenes que, siguiendo las órdenes de Charles Manson, cometieron unos atroces crímenes en 1969.

Chales Manson pasa al lado de Susan Atkins
Chales Manson pasa al lado de Susan Atkinslarazon

La escritora Emma Cline recupera en «Las chicas» la historia de las jóvenes que, siguiendo las órdenes de Charles Manson, cometieron unos atroces crímenes en 1969.

El psicópata Charles Manson y sus novias asesinas se han convertido en iconos pop del mal. Una larga tradición inglesa avala la fijación por los crímenes en serie desde Jack el Destripador, iniciador involuntario de la fascinación por los asesinos múltiples, hoy tan de moda. Desde los años 20, es la sociedad de masas la que ha colocado a estos psicópatas en las cabeceras de los periódicos y radios y, convenientemente mistificados, convertidos en mitos populares del cine de Hollywood, como una «histeria cultural».

Ahí están Al Capone y el mundo gansteril elevados al estrellato durante los años de la depresión y sacralizados en el cine de mafiosos como infames antihéroes. De James Gagney en «Al rojo vivo» (1931) al Marlon Brando de «El padrino» (1971) se ha glorificado al asesino, el crimen y la violencia como elementos negativos, pero gracias a la estetización han acabado convirtiéndose en los nuevos y sofisticados mitos del horror criminal: «Bonnie & Clyde» (1967), con Warren Beatty encarnando al asesino por necesidad y al atracador generoso, marca el punto de inflexión en la aceptación del gángster como modelo contracultural digno de admiración. Los hechos reales estéticamente elaborados convirtieron a esos homicidas en fascinantes figuras del mal.

Dieciséis puñaladas

El año de su estreno, con el «flower power» y el célebre festival de Woodstock canonizando la mística ingenua de paz y amor por todo el mundo, los asesinatos de «La Familia Manson» ofrecieron la cara siniestra del hipismo. Frente a los ralentís y muertes estéticas a ritmo de metralleta y música de banjo de «Bonnie & Clyde», el delirio asesino de este grupo, perpetrado en la casa de la actriz Sharon Tate, inauguraba de forma siniestra la Era de Acuario, que, como cantaban en «Hair», «alborea cuando la Luna está en la séptima casa y Júpiter se alinea con Marte. Entonces la paz guía los planetas y el amor conduce a las estrellas».

Las dieciséis puñaladas en el cuerpo de Sharon Tate, embarazada de ocho meses, cuyo feto vivió veinte minutos después de su muerte, no impidieron que la actriz agonizante le suplicara a su asesina, Susan Atkins, enloquecida en aquella orgía de sangre y muerte, que salvara a su bebé. Atkins no tuvo piedad.

Más tarde, fue Susan quien se inculpó y denunció a «La Familia» como la responsable del múltiple asesinato del 10050 de Cielo Drive, en Benedict Canyon. Sus actos no tenían vuelta atrás porque estaba en manos del diablo, maniatada por un imperativo que la empujaba al crimen. Las razones que adujo le fueron dictadas por el odio visceral al otro: «Mientras acuchillaba a Sharon Tate me rogaba que no la matara. Harta de escucharla, la acuchillé». Aunque pidió salir con la provisional, la madre de Tate siempre se opuso. Murió a los 61 años de un tumor cerebral en 2009.

Varios aspectos coincidentes subrayan la trayectoria de los componentes de «La Familia», de Charles Manson: una religiosidad delirante, la falta de autoestima de las chicas de la comuna y el rechazo a una vida normal. No todos fueron asesinos, pero la obnubilación por el carismático líder y las carencias identitarias y emocionales condujeron a algunos de ellos, en perpetuo estado de alucinación colectiva, a obedecer al iluminado Manson, que los indujo a cometer aquellos espantosos asesinatos.

Las sectas proliferaron durante el hipismo y mostraron el delirio del gurú y la sumisión de sus adeptos. En 1978, 912 personas de la secta del «Templo del Pueblo» se suicidaron colectivamente en Jonestown (Guayana). El reverendo Jack Jones, que dirigía esta comuna agraria, regida por el autarquismo marxista, ordenó la inmolación masiva como un acto revolucionario. Es cierto que las drogas psicodélicas ayudaron a crear un clima de irrealidad, pero no justificaban el comportamiento de «las chicas de Charlie» ni del psicópata Tex Watson, «el loco Charlie», coautor de los crímenes de Cielo Drive. En aquellos años, la promiscuidad sexual, la idea de rebelión juvenil contra el sistema capitalista y las drogas psicoativas procuraban un estado de espiritualidad alternativa y conciencia superior altamente peligrosa. «Quería vivir más de lo que me ofrecía la vida normal –declaró la asesina Leslie Van Houten–. En la universidad oí hablar de Manson, decían que era como Cristo, que tenía las respuestas. Necesitaba conocerle. Al principio, pensé que había encontrado a un ser que me convertía en alguien mejor por estar con él».

Anarquía de comuna

Leslie no participó en los asesinatos de la casa de Sharon Tate. Fue condenada por los de Leno y Rosemary LeBianca cometidos al día siguiente. Esta chica tenía 20 años y soñaba con destruir el orden social dominante, subsumida en la anarquía psicodélica de la comuna y abducida por un gurú megalómano, mucho más exigente que el orden burgués que trataba de subvertir. Pero la fascinación por este monstruo no alcanzó por igual a todos los componentes de la comuna. Linda Kasabian acompañó a sus amigas hasta la puerta de la mansión de Cielo Drive, pero dudó y no llegó a entrar en la casa. Si bien es cierto que oyó los gritos y vio a las víctimas tratar de huir, permaneció impasible, como petrificada, mientras las remataban. Apesadumbrada, a los dos días huyó del rancho y testificó en contra de los asesinos a cambio de inmunidad judicial y su absolución. La popularidad de Charles Manson y sus chicas fue inmediata. El gurú comenzó a recibir cartas de admiradoras friquis desde que entró en la cárcel. En su delirio megalómano quería que Dennis Hooper protagonizara la versión cinematográfica de su vida. Cuenta el director y actor que fue a visitarlo a la cárcel del juzgado y se entrevistó con el asesino. A las puertas acampaban docena de chicas. Lo había elegido no por «Easy Rider» («En busca de mi destino)» (1969), sino por un programa de televisión en el que mataba a su padre. El filme nunca llegó a realizarse.

Si no el olvido, al menos la reprobación pública hubiera sido lo lógico y no la fascinación del director de cine basura John Waters, que dedicó su primer filme, «Pink Flamingos» (1972), a «Las chicas de Charlie», y mantuvo durante décadas amistad con Leslie Van Houten, desde que la entrevistó para la revista «Rolling Stone». Sus primeras películas estuvieron mediatizadas por su fascinación por los crímenes de «La Familia de Manson». El LSD, la rebelión contra el estatus de clase media de los jóvenes que abrazaron como una religión la contracultura y la transgresión de la moral dominante fueron los factores de la fascinación de John Waters por estos asesinos, y muy en especial por Leslie Van Houten, con quien mantuvo gran amistad y pidió su excarcelación. John Waters justifica su admiración en que ambos siguieron caminos similares en aquellos años. Tomaron drogas y compartieron idéntico espíritu antisocial, pero aterrizaron de forma distinta. John Waters no tuvo necesidad de pasar al acto, pues lo hizo mediante su cine, donde pudo manifestar sus filias y fobias contra una sociedad que ambos detestaban.

Marilyn Manson es otro tipo de mamarracho pop que tomó su apellido del asesino, adecuado para su imagen oscura de roquero gótico travestido. Desde los años 80, el nuevo brote de popularidad de «La Familia Manson» se debe a la serie televisiva «Aquarius», de la NBC, que este verano ha estrenado la segunda temporada con un aumento de audiencia considerable. El detective David Duchovny busca a Charles Manson. Y a la novela «Las chicas», de Emma Cline, libremente inspirada en dos de las asesinas de Sharon Tate, Patricia Krenwinkel y Susan Atkins, y protagonizada por una adolescente insegura, que, atraída por la libertad sexual de unas hipis, se va a vivir con ellas a un rancho dominado por un gurú carismático y manipulador llamado Russell.

LSd, the beatles y la venida de Jesucristo

Unas horas antes de que «La Familia Manson» iniciara la masacre que les haría célebres, Charles Manson les dijo: «Ha llegado el momento del “Helter Skelter”». Es decir, del descontrol. Este era el título de una canción de los Beatles en la que Manson escuchaba un mensaje cifrado que le anunciaba la llegada del Apocalipsis. El asesinato se cometió el 8 de agosto de 1969 y Manson eligió esa mansión de Beverly Hills porque quería asesinar al hijo de Doris Day, Terry Melcher, que le había prometido grabar un disco. Antes de la masacre y en pleno delirio paranoico de LSD, Manson comenzó a identificarse con Jesucristo y a aleccionar a su familia con discursos redentores, mientras sonaba el «disco blanco» de los Beatles. Debía construir un refugio subterráneo y esperar hasta que la comuna tuviera 144.000 justos. Mientras, hombres de raza negra atacarían Beverly Hills y Bel Air, violarían a sus mujeres, mutilarían sus cuerpos y dejarían escrito con su sangre las palabras «Cerdos» y «Guerra». A continuación, volvería Jesucristo a reinar, flanqueado por cinco ángeles: John Lennon, Ringo Starr, George Harrison, Paul McCartney y Charles M. Manson. En vista de que los negros no iniciaban el Apocalipsis, tomó la decisión de enviar a su familia a matar al profesor de música Hinman y luego asaltar la casa de Melcher. Drogados hasta la cejas, entraron en el 10050 de Cielo Drive e iniciaron la masacre, mientras Manson daba vueltas en la camioneta. Asestaron 16 puñaladas a Sharon Tate, la colgaron de una soga y escribieron con su sangre «Cerdo» en las paredes, mientras se desangraba viva. Tras la masacre, salieron cantando: «Qué será, será...», de Doris Day.