José María Marco

Las dos Américas

Para desgracia suya, los norteamericanos de 2016 no tienen a mano una Angela Merkel o un Mariano Rajoy. Así que tienen que elegir entre candidatos que suscitan una virulenta reacción en contra. De hecho, esta animadversión es uno de los motivos por los que parte del electorado los apoya. Hasta esos extremos ha llegado la democracia en América.

Felix, un oso polar del zoo de Krasnoyarsk, en Siberia, elige la calaba de Hillary Clinto
Felix, un oso polar del zoo de Krasnoyarsk, en Siberia, elige la calaba de Hillary Clintolarazon

Por qué votar Republicano

Aunque pocos europeos lo imaginen, existen motivos moderados, consistentemente conservadores e incluso liberales para votar a Trump mañana martes. La más elitista es que el presidente de Estados Unidos va a nombrar a varios, probablemente tres, miembros del Tribunal Supremo. Esto determinará la vida política y social del país durante por lo menos dos generaciones. No basta por tanto con votar republicano para el Congreso. Hay que hacerlo para la Presidencia. Con una Cámara de representantes probablemente republicana, Trump desbloqueará la situación en Washington, que volverá a un funcionamiento fluido.

De Trump también es apreciable su promesa de bajada de impuestos y de desregulación, que impiden que la economía norteamericana crezca como podría hacerlo. Cuando Trump habla de recuperar la industria norteamericana, está hablando de la recuperación de un país con capacidad de hacer y exportar cosas, no sólo fantasías. Propone una vuelta a una realidad tangible, una economía sólida, no meramente especulativa y financiera. A Trump se le puede votar porque es un empresario, un empresario de éxito. Que haya salido de varias quiebras habla en favor de su capacidad de negociación. Tampoco sus ideas sobre la inmigración son descabelladas. Pocos dudan de que hay que establecer alguna clase de control. Trump, en esto, parece fiable. Y en realidad, si no sale elegido, las ideas que defiende se habrán abierto paso en el debate público.

También hay un voto surgido de la crisis de representación. Washington DC, que nunca ha tenido buena prensa, distorsiona y corrompe la realidad norteamericana. Por debajo, corre la cuestión primordial de la identidad. La sociedad ha cambiado mucho, y muy deprisa. Lo que era norteamericano hace apenas quince o veinte años empieza a ser visto ahora como antinorteamericano. ¿Cómo puede ser eso? Hay que reafirmar la identidad y los valores norteamericanos de individualismo, libertad y responsabilidad en trance de derribo y de censura. América debe ser grande de nuevo. Hemos de emanciparnos de la «casta» global europea y árabe, y plantar cara a China. Y si no puede hacerlo Trump, al menos se habrá dejado constancia de lo que sentimos, muchas veces en silencio y avergonzados.

Finalmente, está el voto de protesta más puro, aquel que se lanza contra Clinton por lo que es y lo que representa. Se vota contra el «establishment» cínico y parasitario, contra la arrogancia de unas elites convencidas de tener la Historia de su lado, contra la promiscuidad de dinero y política que Clinton encarna como nadie, contra esa seguridad, tan clintoniana, que permite saltarse las reglas a la torera. Los Clinton son de esos invitados por los que se dice en Estados Unidos que conviene contar los cubiertos antes de que se despidan.

Por qué votar Demócrata

Ni que decir tiene que uno de los grandes argumentos para votar a Hillary Clinton es justamente el de evitar que Trump llegue a la Casa Blanca. Nada bueno puede esperarse de un bocazas machista, ignorante, brutal y autoritario, con graves trastornos de personalidad. No se puede poner en manos de un personaje como este la responsabilidad de liderar el país más poderoso del mundo y su ejército, incluido el armamento nuclear. Trump, que en el fondo es un oportunista, se ha subido a la ola de populismo más salvaje de la historia de Estados Unidos y amenaza con destruir el equilibrio institucional de la República.

Frente a eso, Hillary Clinton es el candidato más experimentado para la Casa Blanca. Sabe de lo que está hablando, como demuestra su programa, y conoce por dentro la Administración, muy en particular los asuntos internacionales. También ha demostrado flexibilidad al incorporar algunas propuestas del programa populista de Bernie Sanders, su rival en las primarias demócratas, y adaptarse al legado de Obama, otro de sus antiguos rivales.

Clinton continuará el trabajo de estos ocho años en muchos de sus aspectos más importantes: en la reforma de la sanidad (que su rival se dispone a echar por tierra), en una mayor centralización (necesaria en un país tan descentralizado), en mayores inversiones en infraestructuras, en una renovada importancia de lo público.

Es la cara de los nuevos Estados Unidos, una sociedad en la que la tradicional hegemonía blanca (y masculina) está dejando paso a un panorama mucho más diverso de minorías y estilos de vida. Vamos a una identidad más abierta y menos enfrentada, con menos censuras y menos violencia. Los inmigrantes son bienvenidos. Ya están aquí y forman parte de América tanto como los nacidos en el país. Clinton continuará la tarea de «normalización» de Estados Unidos, que tiene que dejar de verse a sí mismo como un país «excepcional». Más control de armas, más curiosidad por lo de fuera, más cultura de lo social en línea con una sociedad más comunitaria, previa al salvaje individualismo de las grandes desregulaciones. Si eso requiere alguna concesión al proteccionismo, poco importa. Eso sí, América sigue siendo un país creado para el bien y Clinton una patriota.

Hay quien conoce la situación europea y española, y afirma que votará a Hillary Clinton como en Alemania votarían a Merkel y en España a Rajoy. Y no entienden que se pueda hacer otra cosa.