José María Marco

Neocomunistas: los nuevos podemitas

La Razón
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El objetivo estratégico de Podemos fue en su momento asaltar los cielos y los varios palacios de invierno o de verano que pueblan nuestro país. Eran los grandes tiempos de la retórica desbordada y de la construcción de los «pueblos» como nuevos sujetos políticos. Todo el mundo pensaba que detrás del cielo y los palacios había otro asalto, más sólido. Se trataba del asalto al PSOE, es decir de sustituir al socialismo en la representación hegemónica de la izquierda de nuestro país. Por ahora, sin embargo, hemos retrocedido un poco y el asalto ha quedado en la incorporación a Podemos de Izquierda Unida, es decir lo que queda del comunismo español: un escaño, una deuda de 11 millones y –eso sí– una posición privilegiada y una amenaza. A la izquierda del PSOE, ya sólo están los podemitas.

Éste es, por el momento, uno de los grandes logros del partido que encauzó el descontento de mayo del 2011, cuando, en plena crisis económica, las recetas socialistas no hicieron más que agravar la situación hasta lo insostenible y parecía inminente la intervención de las instituciones europeas y una nueva crisis nacional, a lo 1898. La retórica populista y antiélites (la misma que representa el Frente Nacional francés) inflamó entonces la imaginación de unos electores que creyeron que todo era posible. Contribuyeron al éxito el radicalismo ideológico del PSOE, que nutrió sus primeros balbuceos. También hay que tener en cuenta el silencio del centro derecha político, el apoyo masivo de los medios de comunicación y la financiación por Irán y Venezuela... En realidad, cabe preguntarse cómo es que con tantos apoyos, y tan generosos, Podemos no consiguió un éxito aún más rotundo.

Si dejamos al margen cualquier especulación sobre la consistencia de la sociedad española y la solidez de la Monarquía parlamentaria, incluidos los dos partidos que hace poco tiempo ya no representaban a nadie, destacan dos factores. Uno es la dificultad de construir un partido político a partir de un conjunto de movimientos asamblearios en un entorno tan descentralizado como el español: mareas, confluencias, regionalismos, nacionalismos, independentismos y movimientos identitarios no siempre resultan fáciles de... coordinar, por así decirlo. Falla, sobre todo, el gran aglutinante, que es el nacionalismo, el nacionalismo español. Los líderes de Podemos hablan mucho de «pueblo» y de «patria», pero no acaban nunca de definir a qué se refieren. ¿Qué pueblo y que patria son ésas? Nunca lo sabremos, porque esos mismos patriotas no pueden ni siquiera articular la palabra España, herederos como son de la aversión visceral a la nación propia de la izquierda española. Por eso recurren a eslóganes que parecen sacados de una canción de antes de la Movida: la «patria de la gente», etc. Al fallar la exaltación nacionalista, falla también la principal argamasa de un partido populista, aunque sea populismo 2, 3 o 4.0. De ahí que a Podemos le resulte más fácil ganar allí donde los nacionalistas llevan muchas décadas construyendo «su» pueblo –el catalán, el vasco o el gallego–. Y por eso un movimiento que debía exaltar el nacionalismo español acaba flirteando con los racistas antiespañoles y los náufragos del terrorismo nacionalista.

El repliegue a la unidad de la extrema izquierda, que desde otro punto de vista puede ser considerado un importante avance estratégico, puede por tanto ser considerado también una forma de paliar el fracaso del gran impulso primero. Los podemitas vuelven al punto de salida: a su comunismo primero, irrenunciable, al que aportan ahora parte de las ilusiones que han suscitado en el camino y los escaños que el cultivo de estas les ha proporcionado. Está por ver si el populismo antisistema se puede reconvertir en disciplina neocomunista.Tampoco está claro si todo el comunismo español, tan institucional y «comme il faut» desde la Transición, va a acatar a los nuevos amos, leninistas puros, es cierto, pero pasados por la cochambre del 68, que en nuestro país es incapaz de elevarse a las divinas alturas estéticas que alcanzan los pequeños (cada vez más pequeños y más pobres, bien es verdad) burgueses parisinos, todavía tan estilosos en sus «soirées» de la Plaza de la República.

En cualquier caso, lo más relevante va a ser comprobar hasta qué punto el neocomunismo que inaugura este neoPodemos va a resultar atractivo para las clases medias que han padecido la crisis, es decir el retroceso en las perspectivas económicas y vitales fruto de una destrucción de empleo de la que es directamente responsable la delirante situación del mercado de trabajo de nuestro país. La reforma laboral del PP ha racionalizado, modernizado y flexibilizado la situación. Y sin embargo, toda la izquierda, incluidos el PSOE y Ciudadanos, está en contra de esta reforma. La paradoja consiste en que para distinguirse del PP, apoyan medidas que volverán a incrementar las desigualdades que a su vez alimentan el respaldo a los neocomunistas de Podemos.

La unión de estos con IU plantea una interrogante seria acerca del famoso «sorpasso» del PSOE. Ante la posible amenaza, lo lógico sería que el PSOE se alejara del territorio neocomunista y se esforzara por traer el enfrentamiento a su propio terreno. Ahora bien, con un PSOE desnortado y amnésico, que no recuerda lo desastrosas que le han resultado siempre sus alianzas con los comunistas, cualquier cosa es posible.