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Bruselas deja en evidencia las mentiras separatistas

La Razón
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No hay peor sordo que el que no quiere oír. Los separatistas han sido contumaces en no atender ni darse por aludidos con aquellos mensajes que les incomodaban o que sencillamente desactivaban su discurso oficial. En este sentido, la integración de una supuesta Cataluña independiente en la Unión Europea ha sido paradigmática. Ayer, la Generalitat y los partidos que forman el frente secesionista tuvieron que escuchar de nuevo lo que no desean. La Comisión Europea refrendó que una Cataluña fuera de España quedaría automáticamente excluida de la Unión y pasaría a ser considerada un tercer país al margen del club comunitario, al que, por supuesto, no se le aplicarían los tratados. Artur Mas, Oriol Junqueras y el resto de independentistas conocen perfectamente la posición oficial de las autoridades comunitarias. De hecho, se ha preservado inalterable desde 2004, cuando se pronunció sobre el fondo del asunto el entonces presidente de la Comisión, Romano Prodi. El propio Jean-Claude Juncker, actual máximo responsable de la institución europea, se expresó en términos idénticos durante la campaña de las elecciones europeas de mayo de 2014. Por tanto, no hay más dudas que las que los separatistas generan para no tener que admitir lo que es un secreto a voces. Su ridícula actitud llegó ayer al súmmum cuando el candidato de Juntos por el Sí, Raül Romeva, replicó a Bruselas que lo que es indiscutible es que la Cataluña segregrada seguirá en la UE porque, según explicó, «los tratados permiten perfectamente que una parte de un Estado convertida en Estado forme parte de la Unión». Las palabras de Romeva tras el pronunciamiento de la Comisión prueban que el separatismo negará la mayor tantas veces como sean necesarias porque, entienden que el coste electoral de reconocer la verdad sería terminal para sus intereses y, en consecuencia, hay que aferrarse a la versión edulcorada hasta el final. Lo más grave de esa contumacia en la mentira es la decisión política que hay detrás, la determinación de mantener un engaño colectivo a sabiendas de las consecuencias sin ningún tipo de reparo moral. Hay una falta de respeto por el votante que resultaría intolerable en cualquier comunidad democrática mínimamente crítica. Los responsables de una gran mentira global serían merecedores de una reproche público y ciudadano, que en Cataluña está aún por llegar. Los separatistas saltan en este vacío europeo con la red que supone saber que nunca llegará el momento en que Cataluña se independice y de que, por tanto, sus falacias sean puestas a prueba. El mensaje de Bruselas representa el enorme aislamiento de los separatistas en el concierto internacional. Además de Bruselas, Barack Obama, Angela Merkel y David Cameron se pronunciaron antes a favor de la unidad de España y advirtieron de los riesgos del proceso y de atropellar la legalidad europea. Un informe de la Fundación Alternativas abundó ayer en que una Cataluña independiente estaría fuera también de la ONU, la OTAN, el FMI, entre otros organismos. Se quedaría sola, marginada. Pese a todo, conviene no olvidar que evaluar las consecuencias de una hipotética secesión es, sobre todo, política ficción, pero ayuda a comprender y a calibrar el rigor y la responsabilidad, mejor dicho, la falta de ellos, de quienes están dispuestos a cualquier cosa –engañar a millones de personas– para que el tenderete separatista no se les venga abajo y sepulte sus ambiciones.