Sociedad

Abuelas coraje: Demasiado mayores para criar a su nieta

Tienen 61 y 68 años, pero según les dijo la Generalitat valenciana no tienen edad para cuidarla.«¿Qué culpa tengo yo de ser abuela mayor?», pregunta Julia. Los problemas con el alcohol de la madre de la pequeña le hizo perder la custodia y la Administración no se la quiere dar a sus abuelas

María Vicenta y Julia no ven a su nieta desde el mes de abril. Sólo conocen su estado de salud a través de una carta
María Vicenta y Julia no ven a su nieta desde el mes de abril. Sólo conocen su estado de salud a través de una cartalarazon

Tienen 61 y 68 años, pero según les dijo la Generalitat valenciana no tienen edad para cuidarla.«¿Qué culpa tengo yo de ser abuela mayor?», pregunta Julia. Los problemas con el alcohol de la madre de la pequeña le hizo perder la custodia y la Administración no se la quiere dar a sus abuelas.

María Vicenta y Julia nunca imaginaron que convertirse en abuelas les haría pasar por el peor momento de sus vidas. Hace más de dos meses que no pueden ver a su nieta, un bebé de cinco meses y que además sufrió una importante operación cuando tan solo tenía tres. Nació prematura, con 1.700 gramos, sin vesícula ni conductos biliares y con el hígado mal. Cuando iba a recibir el alta en el Hospital La Fe de Valencia un asistente social de la Generalitat valenciana se llevó el bebé alegando que la madre, con un problema de alcoholismo, no podía cuidarla. A la abuela materna, María Vicenta, que estaba con ella en el hospital, tampoco le confiaron su guarda porque temen que su hija le acabe quitando a la niña. El padre, que no está reconocido como tal, es ex alcohólico y no está completamente rehabilitado. La abuela paterna, Julia, tiene ya la prueba de paternidad que podría darle razones para conseguir su custodia, pero tampoco la ha conseguido.

Ninguna de las dos abuelas ha ocultado nunca la enfermedad que padecen sus hijos. Conscientes de que no son los mejores progenitores se han involucrado personalmente en el cuidado de la pequeña. María Vicenta se instaló en casa de su hija para vigilarla de cerca. Le explicó a la asistente social del Ayuntamiento de Oliva la situación, pero ésta le dijo que estaban tranquilas porque ella ya vivía con su hija. En más de una ocasión ha denunciado que su hija bebía para conseguir que le diesen a ella el cuidado de la pequeña mientras la madre ingresaba en un centro. Hasta llegó a denunciarla a la Guardia Civil un día que vio que su hija estaba muy nerviosa. «Siempre he querido proteger a la niña. Aquella noche durmió en el calabozo, se dio cuenta de que no había actuado bien y bebía menos, pero a la larga vuelve...». La abuela paterna, Julia, también acudió en diferentes ocasiones a los servicios sociales de Oliva para advertir de que la madre bebía. «Quiero a esa niña con locura. Siempre supe que era mi nieta».

Así, sobreponiéndose a las situaciones más difíciles, las dos abuelas se involucraron totalmente en el cuidado de su nieta. Precisamente fue su dedicación y atención lo que les llevó a ver que algo no estaba bien. «Estaba muy amarilla, no ganaba peso. La llevamos al pediatra y nos dijeron que no tenía vesícula, que había que operarla». La intervención salió bien, aunque también le hicieron una biopsia, de la cual a día de hoy, aún no saben los resultados. «El médico nos dijo que en el futuro podría necesitar un trasplante de hígado».

Con la intervención comenzó el calvario. El pasado 12 de abril Servicios Sociales «se llevó en un taxi con los cristales tintados a la pequeña. Nos dijeron que tendríamos un régimen de visitas, pensamos que sería algo temporal, pero no ha sido así. Nos sentimos engañadas», explica María Vicenta. A principios de abril se encontraba en el hospital cuidando de su nieta a la que acababan de operar. «Llegó mi hija y discutimos. Nos oyeron las enfermeras, llamaron al asistente social del centro y no sé qué informes pedirían para llegar a esto». A partir de ese momento se puso en marcha un protocolo de actuación que cortó de raíz la relación del bebé con su familia biológica. «Dijeron que la niña estaba muy malita, que no podía estar con mi hija, yo me ofrecí a cuidarla, a cambiarme de ciudad para que mi hija no pudiese venir a por ella... pero no me dejaron. Tenían miedo de que me quitara a la niña como había hecho otras veces». Eso sí, nunca llegó a pensar que le acabarían quitando de esta manera a su nieta. «De haberlo sabido, habría acudido antes a un abogado para saber qué derechos tenía. Me pillaron ofuscada, nerviosa, no sabía nada de esto».

María Vicenta explica que a su hija le hicieron firmar un papel en el que aceptaba entregarla de manera temporal, pero en la que también se reconocía que tendrían derecho a ser informadas sobre la evolución de la pequeña y en el que se recogía un régimen de visitas. «No ha sido así, desde aquel día no la hemos vuelto a ver».

De acuerdo con las dos abuelas, la información ha sido escasa. En todo este tiempo han recibido dos llamadas y una carta, con fecha 24 de mayo, de la Generalitat. La angustia que genera una situación de estas características es todavía mayor si se tiene en cuenta que esperan desde hace meses el resultado de la biopsia del hígado. En la misiva les comunicaron que su nieta pesa 3,425 kilos y que va aumentado diez gramos al día. Finaliza diciendo: «Va respondiendo bien a los estímulos sociales y es muy sonriente». Ninguna de las dos puede acabar de decir esta frase, que han aprendido de memoria, sin echarse a llorar. «Es un bebé muy alegre aun estando tan enfermita... Es horrible. No se duerme ni se vive», dice Julia.

Desde la Generalitat explican a LA RAZÓN que «declara a la niña en situación de desamparo y asume su tutela después de que los servicios sociales del hospital en el que se encontraba ingresada alerten sobre una posible situación de desprotección de la misma. La tutela de la niña es asumida por la Generalitat, de lo que se informa a la madre, y es trasladada a una familia de urgencia diagnóstico, siguiendo las recomendaciones del informe de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Oliva, que apuntaban la conveniencia de que la niña fuera acogida por una familia educadora (con la que la niña no tiene vínculos de sangre)».

Julia no puede explicar la angustia que le genera esta incertidumbre: « Llevo más de dos meses sin dormir. Estoy abatida. Tengo una enorme falta de fe en las instituciones». Aseguran que han agotado todas las vías posibles para al menos, conseguir visitarla. « ¿Por qué no nos la dejan ver? Nosotras somos más que madres porque para ser abuelas, primero hemos sido madres». «A mí me crió mi abuela, ¿por qué no puedo hacer yo lo mismo?». Julia ya no confía en nadie, «sólo creo en la ayuda que pueda darme el Papa, sé que tendrá cosas más importantes..., pero por favor, incluye esto en el artículo a ver si le llega».

Pendientes del teléfono, en un constante sinvivir y buscando a alguien que les eche una mano. Así llevan dos meses en los que, por supuesto, se han ofrecido a hacer cualquier cosa para recuperar a la pequeña. A vivir juntas, a trasladarse a otra localidad para que el bebé esté alejado de su madre. «Ahora mi hija dice que quiere ingresar en un centro de desintoxicación, pero primero quiere ver a su hija».

Nadie les asegura que puedan recuperarla. Ellas afirman que en los servicios territoriales de la Consejería de Igualdad y Políticas Inclusivas les dijeron que su nieta tenía «la mitad de la vida» por su enfermedad, que no tenía sentido la visita porque nunca les darían la custodia, ya que eran muy mayores. «Tengo 68 años, qué culpa tengo yo de ser abuela mayor». «Creíamos que las instituciones estarían para ayudar al pueblo. ¿Qué daño podemos hacerle a nuestra nieta?», insiste Julia. «Mande quien mande, da igual. Se apoltrona en el sillón y en el y tú más».

Pero no es el único fallo en el sistema que está marcando sus vidas. Denuncian que han pedido muchas veces ayuda para que sus hijos inicien un tratamiento. «No nos la han dado. No van a la raíz del problema. Si las adicciones son una enfermedad, ¿a qué abuela privan de cuidar a sus nietos mientras sus hijos están enfermos?».