
Espacio Misterio
Un cadáver sin identificar, un código indescifrable... El misterio del hombre que nunca existió
El llamado “misterio de Somerton” sigue siendo uno de los casos más desconcertantes de la crónica negra del siglo XX.

Setenta y siete años después, el llamado “misterio de Somerton” sigue siendo uno de los casos más desconcertantes de la crónica negra del siglo XX. Un cadáver sin nombre, un mensaje cifrado y un libro persa mutilado componen una trama que, por su mezcla de intriga y ambigüedad, continúa fascinando tanto a criminólogos como a historiadores.
El 1 de diciembre de 1948, una pareja que paseaba por la playa de Somerton, en Adelaida (Australia), descubrió el cuerpo de un hombre tendido sobre la arena. Vestía traje y corbata, estaba perfectamente aseado y mostraba una serenidad extraña: un brazo extendido, los pies cruzados y un cigarrillo apagado junto a la mejilla. No había signos de violencia ni heridas visibles. Más tarde se estimaría que llevaba muerto dos días.
Un hombre sin identidad
La investigación inicial solo profundizó el misterio. No portaba documentos ni objetos personales que permitieran identificarlo. Todas las etiquetas de su ropa habían sido cortadas y, de forma inexplicable, su pantalón marrón estaba remendado con hilo naranja, un detalle inusual que acabaría siendo clave.
La autopsia reveló una congestión generalizada del cerebro y el estómago, lo que apuntaba a un posible envenenamiento, aunque ningún tóxico fue detectado en su organismo. “Un cuadro tan limpio es excepcional”, explicó entonces el patólogo Sir John Burton Cleland, quien sugirió que el cuerpo pudo haber sido trasladado a la playa tras la muerte. Los zapatos, recién lustrados, reforzaban esa hipótesis.
Durante semanas, la policía australiana distribuyó fotografías y huellas del desconocido en varios países. Hubo ocho identificaciones erróneas, desde un marinero hasta un cuidador de caballos. Ninguna encajaba. Nadie reclamó el cuerpo.
La pista que cambió el rumbo del caso
El 14 de enero de 1949, más de un mes después, un portafolio abandonado en la estación de Adelaida reavivó el caso. En su interior había herramientas de reparación, etiquetas con el nombre “Keane” y un ovillo de hilo Barbour naranja idéntico al utilizado en la ropa del difunto.
Poco después, los forenses encontraron un compartimento oculto en uno de los bolsillos del pantalón del cadáver. Dentro, un diminuto trozo de papel con dos palabras en persa: Tamán Shud, que significa “acabado” o “el fin”. La pista condujo a un libro de poesía: "El Rubaiyat" de Omar Khayyam. La policía inició una búsqueda nacional para localizar un ejemplar con la página arrancada, y lo halló en el asiento trasero de un coche cuyo propietario aseguró no saber cómo había llegado allí.
El libro contenía un número de teléfono y un texto codificado que nadie ha logrado descifrar. El número correspondía a una enfermera que vivía en la calle Moseley, a apenas 400 metros de la playa. Cuando los agentes le mostraron una fotografía del fallecido, la mujer se estremeció, aunque negó conocerlo. Posteriormente se descubrió que el ejemplar de "El Rubaiyat" había sido un obsequio del teniente Alfred Boxall, de la Marina Australiana, a esa misma enfermera. Pero Boxall estaba vivo y conservaba su copia intacta. Entonces, ¿quién era el muerto?

Somerton, Guerra Fría y el espionaje
El hallazgo coincidió con los primeros años de la Guerra Fría. La presencia del cadáver a pocos kilómetros del polígono militar de Woomera, base de ensayos con misiles británicos, alimentó las sospechas de que podría tratarse de un espía soviético. “El perfil encajaba: políglota, viajero, sin identificación y con un código cifrado. Era el tipo de agente que abundaba en aquella época”, recuerda el historiador australiano John Bryson, autor de uno de los estudios más completos sobre el caso.
Sin embargo, ninguna agencia de inteligencia -ni británica, ni estadounidense, ni soviética- reconoció vínculo alguno con el fallecido. La hipótesis del espionaje, aunque plausible, nunca se probó.
Un misterio que resiste al ADN
En los últimos años, los avances en genética forense han reabierto parcialmente la investigación. En 2022, científicos australianos identificaron al posible “hombre de Somerton” como Carl Webb, un ingeniero eléctrico de Melbourne desaparecido en 1947. No obstante, las pruebas no son concluyentes y muchas incógnitas persisten: ¿cómo llegó su cuerpo a Somerton?, ¿por qué se eliminaron las etiquetas de su ropa?, ¿qué significaba el mensaje cifrado?
Más de siete décadas después, la historia de Tamán Shud sigue siendo un rompecabezas sin resolver, un eco de la era del espionaje que ni la ciencia moderna ha logrado silenciar. En palabras del criminólogo australiano Derek Abbott, “es el caso perfecto: una muerte sin causa, una identidad sin dueño y un secreto que parece decidido a no tener fin”.
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