Cádiz
Miserias frente al moro
De vuelta de su faena, los tripulantes del Rúa Mar escuchaban ofertas: antes era el ladrillo, ahora era la de servir de muleros de la mafia
Si no fuera porque cuando escribo estas líneas todavía no han aparecido los cuerpos de todos los tripulantes del pesquero Rúa Mar, desaparecido frente a las costas del moro y que sus familias lloran su ausencia sin poder llevar flores a ningún sitio, diría que todo lo que se va conociendo de este caso forma parte del último guión que anda escribiendo Enrique Urbizu.
Hace ya casi 20 años, en la película La caja 507, el bilbaíno sacó petróleo de las dotes actorales de José Coronado para relatar los vínculos de la especulación urbanística, el tráfico de drogas, las mafias que operan en la Costa del Sol y las corruptelas instaladas de forma crónica en el Campo de Gibraltar, tierra al sur del Sur irremediablemente ligada al devenir del Peñón y a los designios de la diplomacia del rey de Marruecos. Poco o nada ha cambiado desde entonces. Así de tozuda es la realidad.
Cuando el pasado 23 de enero, el palangranero se hundió frente a las costas de Marruecos estaba siendo investigado por su presunta participación en una red de narcotráfico de hachís, como adelantaron los compañeros de Europa Sur. La investigación estaba siendo coordinada desde la Audiencia Nacional y desde hacía semanas –sino meses- se había ordenado seguimientos y pinchazos telefónicos a varias personas, entre ellas a los miembros del Rúa Mar. Ha trascendido que el barco, contra pronóstico, salió a faenar aquella fatídica noche mientras el resto de la flota quedó amarrada a puerto por el temporal Gloria. ¿Por qué salió de puerto el Rúa Mar?
Y es en este punto cuando la trama da un giro de guión y nos presenta a los pescadores de esta embarcación como el eslabón, acaso el más débil, de una cadena que dice mucho de la miseria que arrastra la pesca de bajura en este rincón gaditano desde hace décadas. Por mucho secreto de sumario que se haya decretado, la información se abre paso gracias al tesón de las investigaciones periodísticas y los comentarios en voz queda en el entorno del puerto de Algeciras. El esquema que reproducen es prácticamente idéntico: el pesquero salió a faenar y se paró a 28 millas del cabo Espartel, un caladero histórico frente a la costa de Tánger, supuestamente estaría esperando una lancha que salió de la costa marroquí cargada de hachís. Su función sería servir de correo marítimo, llevar escondidos los fardos entre las capturas del día y esperar a que lo vinieran a recoger más tarde otros peones de la cadena de trabajo del narcotráfico. Tal es la seguridad de las fuerzas del orden de que éste era el plan aquel 23 de enero que tenían previsto la detención de los tripulantes del Rúa Mar tan pronto tocaran tierra.
Sin embargo, este guion, quién sabe si varias veces repetido por parte de este pesquero y otras tantas expiado, saltó por los aires y, por con él, el destino de todo ellos para siempre. La narcolancha, al parecer, estuvo siendo perseguida muy de cerca por una fragata de la Marina Real Marroquí, que llegó a abrir fuego. A partir de aquí nada claro hay sobre el modo en que esta lancha llegó al encuentro del Rúa Mar ni qué pasó a bordo. Lo único cierto es que las mareas han escupido hasta la orilla dos cuerpos y varios fardos de droga.
Es tal la fuerza de estas imágenes que ni un thriller de Urbizu las ha filmado todavía y, sin embargo, esta película se lleva repitiendo con demasiada frecuencia. No llega nuestra memoria a fechar el año exacto en que la crisis de la pesca de bajura en la Bahía de Algeciras se cronificó pero convenimos todos en llamar héroes a los que seguían jugándose la vida cada noche en la mar para que usted y yo nos zampáramos una pijotas fritas a precio de risa mientras, cada mañana, de vuelta de faenar hacían oídos sordos de quienes le tanteaban en la barra de los bares que rodean la plaza de abastos que diseñó el ingeniero Torroja con jugosas ofertas. Hace años la tentación era colocar ladrillos en una obra, ahora las incitaciones llegaban de las mafias que buscan en los barquitos que salen a faenar el insospechado mulero que podría camuflar su droga.
En algún momento, parece que así nos están dando a entender las informaciones, los protagonistas de esta película cambiaron el guión de sus vidas, unas biografías en las que últimamente apretaban las deudas y el hambre. Fueron muchas las noches en las que cuando se levantaban las redes estaban vacías, cansados nuestros mares por la sobreexplotación de sus caladeros... y, ellos sólo lo saben, se dejaron llevar por los cantos de sirena de los mafiosos.
Me siento incapaz de justificar que nadie participe en el negocio de la droga, por ínfima que sea su función, pero me siento aún más incapacitado para alegrarme del destino de estos pobres hombres que no han aparecido aún mientras los que verdaderamente se enriquecen con este negocio juegan, desde sus castillos de oro, con el mando a distancia a detener vidas ajenas.
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