Coronavirus

Sin paella

Imagen del centro de Sevilla casi vacío, ayer por la mañana
Imagen del centro de Sevilla casi vacío, ayer por la mañanalarazon

La tragedia empezó a bosquejarse el jueves por la noche, cuando la primera comensal anunció su claudicación. El efecto dominó, imparable, terminaría con nuestra paella en Isla Cristina, una rutinaria tarde entre amigos que el pánico gregario había convertido en un emocionante acto de resistencia cívica. El viernes al mediodía, la derrota era un hecho. Sólo R., la indomable cocinera, espoleaba entre insultos a sus convidados a través del «guásap», llegando incluso al chantaje emocional: «Más de cien euros en compras vais dejar que se me pudran, cabrones». Esta última intentona propició la intervención de F., su habitualmente comprensivo concubino, quien levantó la veda varias horas antes que el Gobierno con autoridad patriarcal y sin apelación posible. Todas las mujeres del grupo guardaron su conciencia de género para mejor ocasión y acataron sin rechistar la imposición del macho a «su» hembra. De repente, las panteras de la igualdad devinieron sumisas gatitas del hagamos-lo-que-nos-dicen, seguramente porque es una pulsión muy humana, con independencia del sexo, el situarse junto a la mayoría aplastante y aplastadora. Así, el enorme atractivo de los movimientos de masas: ponen al alcance de cualquiera su alineación en el lado correcto de la historia, allí donde en nombre del bien (llámese patria, socialismo, Führer, salud) se combate, para destruirlo, al mal… encarnando, precisa y exactamente, por cuantos no estén dispuesto a cualquier sacrificio en el altar colectivo. Por ejemplo, quienes prefieran tomarse un plato de arroz y un botellín en lugar de esperar varias horas sentado delante de la tele a que el presidente del Gobierno y uno de sus vicepresidentes zanjen una estúpida pelea de parvulitos. Claro, claro, una gran catástrofe se hubiese cernido sobre la Humanidad si nos llegamos a comer la paella, hemos evitado de millones de muertes con nuestro acto heroico. Lo responsable (y lo guay) es tirar la comida a la basura.