Coronavirus
El soplón en su paraíso
Apenas dos meses después de la llegada de Podemos al Gobierno, España ya saborea las tres más dulces mieles que manan de los árboles en los paraísos comunistas: el miedo a todo en general y especialmente a una autoridad con querencia a la arbitrariedad tras dotarse a sí misma de poderes extraordinarios, las colas para adquirir bienes de consumo básicos y, sobre todo, las delaciones.
Apenas dos meses después de la llegada de Podemos al Gobierno, España ya saborea las tres más dulces mieles que manan de los árboles en los paraísos comunistas: el miedo a todo en general y especialmente a una autoridad con querencia a la arbitrariedad tras dotarse a sí misma de poderes extraordinarios, las colas para adquirir bienes de consumo básicos y, sobre todo, las delaciones. No es necesario detenerse en los dos primeros ítems, basta con asomarse al balcón para comprender a qué nos referimos, pero sí conviene dedicar un artículo a lamentar el celo de esos probos granadinos que denunciaron a unos jóvenes reunidos para tomar copas en un piso la antepasada madrugada. ¡Ah, el incomparable placer que experimenta el chivato convencido de que hace lo correcto! El señalamiento del vecino es una acendrada tradición hispánica que la Inquisición refinó con la añadidura del anonimato y que los regímenes totalitarios han perfeccionado hasta llevarlo a magnitudes industriales, como ocurría en aquella Alemania Oriental (ojo, el ministro de Consumo que posa con camisetas de la DDR: muy gracioso) donde uno de cada cinco súbditos era informante de la Stasi, la policía política. Decretado el estado de alarma, todos los acusicas –esa raza despreciable– han extremado la vigilancia para, a costa del bolsillo de cualquier conciudadano, autoproclamarse héroe de la pomposamente llamada batalla contra el coronavirus. En alguna comunidad ya miran mal al habitante que se abstiene de participar en ese vomitivo festival de cursilería que son los aplausos desde las ventanas. ¡Qué pereza dan tantas buenas personas aburridas! «No hago daño a nadie por seguir mi camino de hombre corriente», ése al que Georges Brassens loaba por «quedarse en la cama blandita el 14 de julio». Pero requiere mucho más heroísmo soportar a esas «braves gens» enfadadas porque alguien «siga un camino distinto al suyo» que enfrentarse a una carga de los mamelucos.
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