"El bloc"

Bonaparte de guardarropía

“Ningún informe, ni serio ni fake, avala el estrafalario pensamiento de que un bar es más peligroso que una zapatería si ambos cumplen con idéntico escrúpulo las normas de higiene”

Un hostelero recoge el mobiliario de la terraza de un bar en Sevilla
Un hostelero recoge el mobiliario de la terraza de un bar en SevillaMaría José LópezEuropa Press

La aritmética electoral, como la ruleta o el bacará, es un adictivo juego de azar mediante el que una tirada de dados puede convertir a un cogecosas de cuarta fila en Luis XIV, monarca absoluto, soberano de las vidas y las haciendas de diez millones de súbditos. Del «comité de expertos» juntero sabemos con certeza una sola cosa, a falta de que se nos informe si devengan dietas por reuniones a deshora como la que mantuvieron el jueves: están seleccionados entre los colocados a dedo de varias consejerías, por tanto, con un nivel requerido de capacitación académica similar al que acreditaba Juanma Moreno Bonilla en sus tiempos de alto cargo del Ministerio de Sanidad (¡!) de Ana Mato (¡¡¡!!!). Con estos bueyes, disculparán la analogía bovina, aramos en la política autonómica. A expensas de la prometida tercera modernización de Andalucía, o con suerte de la primera, el sector hostelero llena el frigorífico de media región y vuelve a ser el más castigado con la relajación en dos tiempos de las restricciones covidianas con la que nos agracia el Rey Sol para conmemorar, no la Navidad cristiana ni el pagano solsticio invernal, sino el Año II del Advenimiento del Cambio; que, si lo fue de nombres, cada día está más claro que hay continuismo en las prácticas. Ningún informe, ni serio ni fake, avala el estrafalario pensamiento de que un bar es más peligroso que una zapatería si ambos cumplen con idéntico escrúpulo las normas de higiene. Entonces, ¿por qué clausurar preventivamente los unos y no los otros? El ejercicio del poder requiere contención permanente contra la pulsión autoritaria que ha de redoblarse cuando los poderes son excepcionales, como dimana del estado de alarma. Pero en San Telmo pesa más el tic napoleónico que la lectura, siquiera la solapa, de Tocqueville.