Semana Santa
Presos de la resignación
El Rico libera en Málaga a tres condenados durante una jornada con expectación en los templos
En esta Semana Santa tan atípica, en la que se siente el ambiente cofrade en las calles pero los pasos y tronos permanecen en los templos, somos presos de la resignación. Las hermandades que deberían procesionar cada día viven cierto trajín de preparativos, ilusión y nervios. Se suceden más rezos y plegarias y hay más espiritualidad en los cultos. Pero falta el pellizco de la calle y la protestación pública de fe, uno de los fines primordiales de las cofradías y que el coronavirus ha arrebatado de forma inmisericorde.
El Miércoles Santo siguió las pautas del resto de jornadas de la Semana Santa. Largas colas de fieles para acceder a los templos, altares extraordinarios que acercan las imágenes a los devotos y melancolía en los ojos que asoman sobre las mascarillas.
Fue en el año 1759 cuando el Rey Carlos III otorgó a la cofradía de El Rico de Málaga el privilegio de poner en libertad a un condenado. Ayer se recuperó esta tradición de una forma excepcional. Fue en la Catedral y se liberaron tres penados, la primera vez que se aprueba toda la terna presentada por la hermandad al Ministerio de Justicia. Uno de los condenados procede de la cárcel de Archidona y los otros dos de un Centro de Inserción Social. La imagen de Jesús Nazareno bendijo a los presentes, como hace cada Miércoles Santo en su recorrido.
Cuenta la leyenda que, a mediados del siglo XVIII, Málaga estaba asolada por una epidemia de peste. Al afectar también a la prisión, los condenados, sin despojarse de las cadenas, decidieron salir a la calle y llevar la imagen de Jesús El Rico, conservada en su capilla. La procesión pasó por los lugares más afectados por la epidemia y, una vez finalizada, devolvieron la talla a la iglesia y volvieron a la calle. Tras este episodio la peste desapareció. El monarca, al conocer el milagro, promulgó una pragmática concediendo la prerrogativa de liberar a un preso.
En Sevilla, dos hermandades, concretamente San Bernardo y los Panaderos, expusieron a sus titulares en altares idénticos a los de 1933, último año en el que ninguna cofradía hizo estación de penitencia a la Catedral. Las flores inundaron los templos y los hermanos se afanaron para que en las colas se respetara la distancia de seguridad. En la parroquia de la Concepción, de donde debió salir la Sed, fue más fácil el tránsito de los fieles debido a su amplitud, extremo más complicado en la pequeña capilla del Baratillo. Llamó la atención el espectacular altar del Buen Fin, con las imágenes secundarias del paso de cristo que ya no procesionan, y la composición de la Lanzada, con longinos a caballo.
Las Siete Palabras, el Cristo de Burgos y el Carmen Doloroso también dejaron escenas de mucha espiritualidad.
En Huelva, las dos grandes devociones marianas de la ciudad recibieron plegarias y suspiros en sus templos. La Victoria y la Esperanza estuvieron más cerca que nunca de los fieles, bajo sus palios como si fueran a recibir el aplauso de los onubenses en la calle.
En Córdoba, la cofradía más numerosa de la ciudad, la de la Paz, recibió a sus hermanos y cofrades en la nave anexa al convento de Capuchinos. Allí aguardaban Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia y la Virgen de Paz y Esperanza en sus pasos, como si fueran a salir. El Perdón, el Calvario, la Misericordia, Pasión y la Piedad, esta última del barrio de las Palmeras, completan la nómina con cultos en sus templos.
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