"De ésta salimos"

El Gobierno se expande, la libertad se contrae

“Más de un mes después de la entrada en vigor de la nueva tarifa eléctrica, los cambios en el consumo eléctrico son parecidos a los de quien es fiel a un tipo de fruta aunque le suban el precio”

Una mujer ante una lavadora en una terraza
Una mujer ante una lavadora en una terrazaDAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESSDAVID ZORRAKINO - EUROPA PRESS

Cuando todo lo demás permanece constante, los consumidores reaccionan a cambios en los precios. Con notables matices académicos, esta máxima resume lo que se espera que ocurra ante lo que ahora pomposamente se llama «señal de precio». No es otra cosa que la modificación de las decisiones de consumo cuando cambian la tablilla de precios en la frutería o en la APP de la tienda donde estamos haciendo una compra telemática. Sobre esa base formalizada matemáticamente hasta la saciedad desde finales del siglo XIX se ha diseñado la reforma de la tarifa eléctrica.

Una «señal de precio fuerte» no es otra cosa que un cambio notable en la tablilla de la frutería que te hace sustituir la fruta más cara por otra similar pero de menor precio, algo que siempre es posible salvo que tu dieta o tus gustos sean poco flexibles. Cuando eso ocurre los economistas te espetan el palabro de que tu demanda es poco elástica al precio lo que no es más que decirte que vas a seguir comprando lo mismo pero más caro porque tu cesta de la compra tiene «poca cintura».

Más de un mes después de la entrada en vigor de la nueva tarifa eléctrica, los cambios en el consumo eléctrico son parecidos a los de quien es fiel a un tipo de fruta aunque le suban el precio. Tan es así que en veinticinco días frente a sólo nueve de los que llevamos con la nueva tarifa, el pico de demanda (unos 34.000 megavatios en la península) se ha seguido produciendo antes de las 14:00, momento en el que la tarifa pasa del horario punta (el más caro) a horario llano. No ha habido trasvase sistemático de demanda desde el periodo caro al barato. Los datos sólo consideran el periodo de lunes a viernes y están tomados de la web de Red Eléctrica de España. La web de la multinacional española es muy rica en información y de muy fácil manejo.

Ronald Reagan decía que los estadounidenses revirtieron el curso de los gobiernos cuando acuñaron constitucionalmente tres palabras, «Nosotros, el Pueblo» («We, the people»). Se extendía Reagan en su argumentación sosteniendo que era el pueblo quien decía al Gobierno qué hacer y no el Gobierno quien definía el comportamiento de los ciudadanos. Frente a ese modelo, casi todas las constituciones del mundo decían a los ciudadanos cuáles eran sus privilegios. Más aún, agotado ese modelo ahora los gurús se inventan nuevos derechos a los que luego atribuyen una demanda social inducida para que, finalmente, el Gobierno otorgue magnánimamente el nuevo derecho hasta hace poco apenas demandado.

La reflexión anterior, que me viene de la mano del periodista Romualdo Maestre, ha tenido un prolijo desarrollo en la economía pública que, en definitiva, ha informado buena parte de las acciones de Gobierno. También las de transición energética de las que el cambio en la tarifa eléctrica es sólo un ejemplo. Efectivamente, si se asume que la ciudadanía no tiene información suficiente sobre los beneficios o perjuicios de determinadas acciones, incurre en problemas de infra o sobredemanda. Desconocer los beneficios de la educación llevaría a muchas familias a no escolarizar a sus hijos e ignorar los nocivos efectos del tabaco elevaría las muertes por cáncer de pulmón. Los gobiernos se amparan en esa falta de información para decir a los ciudadanos lo que hacer (hasta el punto de obligar a un determinado periodo escolar) o disuadir determinados consumos elevando con impuestos el precio del tabaco o con campañas de información agresivas.

Pero incluso las señales de mercado fuertes como dividir el precio de la electricidad en tres sencillos tramos de precio –valle, llano y punta– no parecen ser suficientes para compensar lo que es un hecho que nadie parece estar dispuesto a reconocer. Ese hecho es que la extendida concienciación por la protección medioambiental no mueve a cambios de hábitos voluntarios y rotundos. Ni dejamos de comprar ropa que rápidamente olvidamos –pese a lo que contamina el tintado de las prendas– ni cambiamos drásticamente las horas en las que ponemos el aire acondicionado. Probablemente porque seamos tan reacios al calor y amantes del confort como el que no está dispuesto a cambiar de fruta aunque suban el precio de la tablilla.

Reagan en el que fuese unos de sus discursos de despedida pasaba por alto los problemas de desinformación ciudadana que están en la base de muchas políticas públicas, pero acertaba de lleno cuando avisaba de que «a medida que el Gobierno se expande, la libertad se contrae».