"De ésta salimos"

El hachazo a la tríada de Jarcha

“Que el sistema de pensiones colapsaría al llegar a la jubilación el «baby boom» era una mera cuestión aritmética y de proyección trivial”

Una mujer participa en una manifestación en defensa del sistema público de pensiones
Una mujer participa en una manifestación en defensa del sistema público de pensionesEduardo Sanz / Europa PressEuropa Press

E n las alcobas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado había amor, optimismo y hambre de familia. Afuera del camastro abundaban los tajos, los polígonos industriales y los bikinis. La España que se había sacudido el polvo de las alpargatas y quitado el hambre emigrando del campo a la ciudad y del terruño a centro Europa, ahora engendraba a la generación del «baby boom». La profesora del IESE Pilar Lombardía la califica como una generación optimista ante el futuro, volcada en su desempeño profesional, emocional en las relaciones de autoridad (amor u odio a los supervisores), dispuesta a asumir los liderazgos por consenso y, finalmente, como una generación con espíritu de automotivación.

Al final de la explosión demográfica del desarrollismo español parece que aguardaba la guadaña del recorte en las pensiones. Es el pago a la generación del «libertad sin ira»; la traca final para los que corearon que les bastaba con el pan, la hembra y la fiesta en paz.

Andando el tiempo resulta que se les va a racanear la ración del pan de la pensión en una España en la que Jarcha ya no podría ni cantar esa letra, ni componer la ópera rock «líder» dedicada a José Antonio Primo de Rivera ni, si me apuran, servir de banda sonora a la campaña electoral de la UCD; tres de los hitos musicales que inauguraron Rafael Baladés, Pablo Herrero y José Luis Armenteros.

Esa tríada de Jarcha –pan, hembra y fiesta en paz– era el «salario emocional» de la España que decidió ni morirse ni matarse. La reconciliación ya había ido fraguando antes. Basta reparar en las familias que se habían formado entre los hijos de vencedores y vencidos. Lo que la generación del «baby boom» hacía era dar color a una España donde el plomo no se cruzaba entre bandos sino entre las pistolas de la ETA y las nucas de los asesinados.

Ese «salario emocional» de la reconciliación y del que ahora tanto hablamos en las Escuelas de Negocio como clave para «retener el talento» o evitar la fuga a la competencia de quienes lo valoran mucho más que su salario, ese salario emocional de la convivencia en paz es el que está en la base de la prosperidad de naciones como Alemania o Rusia. Ambas con verdaderos «paréntesis morales» pero que asumieron resueltamente tirar adelante con toda su mochila histórica.

La España de la tríada de Jarcha se vino abajo cuando el presidente Rodríguez Zapatero promulgó la Ley de Memoria Histórica; una ley que daba la posibilidad de sentirse antifranquista a quienes nacieron mucho después de la muerte de Franco. Ahora se puede ser antifranquista luchando contra los nombres de calles y los azulejos de las fachadas, desde los dedicados al «líder» de Jarcha, al ingeniero Juan de la Cierva pasando por Pemán, Mercedes Formica o, Avant la lêttre, el Premio Nobel, Camilo José Cela. Pero, sobre todo, lo que hizo fue alumbrar una cotidianidad maniquea en la que pululan bueno y malos.

Aunque las palabras son tan férreas que aguantan todo tipo de invocaciones espurias –Dios, amor, libertad, respeto– no deja de chirriar el uso de la palabra «concordia» en los labios del presidente Sánchez para servirse de ella como coartada para bendecir el indulto procesista en una España en la que la política se nutre de la «contraconcordia» que instaló Rodríguez Zapatero.

Que el sistema de pensiones colapsaría al llegar a la jubilación el «baby boom» era una mera cuestión aritmética y de proyección trivial. Las crisis de 2008 y del SARS-CoV-2 sólo aceleraron su llegada. Las denominadas «reformas paramétricas» en las que se había atrincherado el Pacto de Toledo no eran más que apósitos en un tajo abierto en la arteria femoral de un sistema de reparto que, por definición, sólo es financieramente sostenible si lo que meten en la caja los más jóvenes cubre los requerimientos de los jubilados.

La única alternativa frente a la deslealtad generacional de dejar sin pensión a los compatriotas de la tríada de Jarcha es enjugar el déficit en los presupuestos generales; poco más. Pero es la misma propuesta de los que quieren abaratar el recibo de la luz sacando el pago de las primas a las energías renovables por la misma vía de evacuación de la caja común del presupuesto.

Seamos sinceros. Con la Unión Europea pensando en el camino al equilibrio presupuesto una vez se supere la crisis económica que nos dejó la Covid, la opción más realista para recuperar el «salario emocional» de una sociedad próspera y en paz es enterrar el guerracivilismo legal y adelgazar la administración pública que sólo sirve a quienes medran en el presupuesto.