Tornaviaje

Equilibrista

"Diestro en el juego político del equilibrio. Experto en avanzar sobre el aire. Se juega la vida en el hilo que lo sostiene. Un personaje de cine negro, solo visto en Hollywood"

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un mitin del PSC, a 2 de mayo, en Sant Boi de Llobregat, Barcelona
El presidente del Gobierno, Pedro SánchezKike Rincón Europa Press

En este primer ministro, avezado en la sobrevivencia del equilibrio, tenemos a un político inédito en Europa. Solo con sus dos pies y la ayuda del balancín, se permite alargar su vida en las alturas. Es el rey del equilibrio en el Gran Circo España. Quien espera expectante que resbale y caiga se muerde los labios en cada avance, donde arriesga el tipo en sus elevaciones, pero no cae.

Es un alambrista que arriesga su vida política sin miramientos. Especialista en abrir frentes triunfa en su arriesgado equilibrio. Empezó con Podemos; le advirtió su padre putativo y antecesor en el alambre: «Ten cuidado, pueden quitarte el sitio en el alambrado». «No podrán, caerán antes que yo, aunque copiaré su técnica», le contestó. Sucedió.

Siguió, apostando por el vértigo del riesgo, invitando a Sumar, una aprendiz del equilibrio de origen celta. La deja avanzar mirando cómo resbalaba a cada paso. «Caerá pronto», asegura. Sabe que es una funambulista torpe, de técnica poco depurada. La ha dejado suelta para que resbale sola. En su cable sobre Cataluña y vascos hace equilibrios nunca vistos. Allí, no tiene rivales tan capaces de mantenerse sobre su fino hilo.

El equilibrista sigue. Abrió frente contra Israel. Deja que el público grite a favor de los palestinos de Hamas. El furor le hace levitar hacia delante. Sin temblar, tildó de nazi a un alto político alemán. Mientras avanza insulta, acusa, vilipendia a sus opositores, hombre y mujeres. El público entregado aplaude y el Gran Circo España le rinde pleitesía.

En un arriesgado envite sin balancín, se atrevió a desafiar al Rey del Gran Circo España intentado suplantar su lugar del protocolo o saludarlo, con una pose displicente, con manos en sus bolsillos insolentes. Sigue sin resbalar, con la seguridad de que no caerá al vacío que le espera allí abajo.

Su más depurado equilibrio sucede en su residencia. Salva a su esposa como un frío funambulista. En su Gabinete, este alambrista supremo, equilibra a propios y socios sin temblarle el pulso.