Méritos e infamias
España pide la hora
El esperpento cala los poros húmedos, viendo exigir excelencias académicas desde un partido que colocó en sus altares a luminarias de la humanidad
Si la colocas al trasluz, a España se le ven las costillas en el maldito medio estío del 2025, cuyo curso político busca la orilla del mar ansiosamente con el mismo sentimiento que la gente espera sus vacaciones atrapada en los vagones de Óscar Puente. Tradicional aliado de los niños con suspensos, las olas calman la ansiedad de la vuelta a septiembre, ofrecen una esperanza anónima conforme rompen en la arena. «Si no es esta, será la otra». Si fuéramos médicos, veríamos los tumores bajo la bombilla, señalando con un boli las manchas que le salen junto a los órganos sanos, y sabríamos que a la vuelta del verano todo será ya peor e irreversible. Pocas cosas saben aceptables al mojar en esta salsa amarga que llamamos política, donde ni se tiene la dignidad de presentar un currículum cierto ante los ciudadanos, cuando se crean normas para no ejecutar las sentencias judiciales, mientras los ministros se boicotean, los unos a los otros, para no firmar una ley del Gobierno que comparten. Tremendos, Bolaños y Robles peleando.
El esperpento cala los poros húmedos, viendo exigir excelencias académicas desde un partido que colocó en sus altares, entre otros, otras y otres, a luminarias de la humanidad como Pepiño Blanco y Bibiana Aído. «Qué joyas». Levantando la manita, como si sufriera un atraco, el presidente se jacta de su progresismo en Iberoamérica, lejos del vacío que le otorgan en el Congreso de los Diputados. «Ni tan mal», responde si ve que le recuerdan que gobierna con respiración asistida. Ya ni eso, cuando el dinero europeo se agote a finales de año y sigamos sin presupuestos alcanzará la vía muerta, pero es probable que en Waterloo manipulen el cambio de agujas una vez más.
Dice el presidente que la crispación y el ruido, algunos incluso señalan al fascismo, impiden saborear los avances de su gestión, chiringuito eterno donde medrar y cobrar. República de mediocres en remojo. Encima hoy Santiago. Ay, España.