Opinión
Vox se retrata
Rafael Belmonte Gómez reclama al partido de Abascal que se defina: "Ser un partido como SALF, sin ideología y que se define a partir del rechazo, o ser un partido con contenido político propio y respeto institucional"
La coalición de oposición entre el PSOE y Vox en el Ayuntamiento de Sevilla ha tenido al menos la virtud de dejar al descubierto las contradicciones y verdaderas intenciones de ambas formaciones. Los socialistas sevillanos, como los andaluces, han acabado plegándose a la estrategia de frentismo marcada desde Ferraz. El papel de Vox está siendo aún más lamentable y su comportamiento, en el fondo, es simétrico al de Pedro Sánchez. Como el gran ególatra, los dirigentes locales de esta formación parecen obsesionados por el poder y, con indiferencia absoluta por los intereses de la ciudad, no han dudado en coaligarse con la izquierda y la extrema izquierda votando en contra del alcalde elegido por los sevillanos.
Aunque los resultados de las elecciones europeas no admiten una traslación directa al ámbito municipal, no dejan de enviar algunos mensajes. Difícilmente puede ser casualidad que Vox baje en la capital mientras sube en la provincia. Quizás tenga algo que ver esa obcecación por formar parte del gobierno local, que, ya digo, iguala a sus dirigentes a quien en Moncloa ha sido capaz de todo por retener el poder: hasta ceder al chantaje de los independentistas aprobando una amnistía que dinamita las bases de nuestro Estado de Derecho. Cuando Sánchez caiga, que caerá más pronto que tarde, la pregunta que asomará en su conciencia, si para entonces la conserva, será la siguiente: ¿mereció la pena? Es probable que cuando en las próximas elecciones municipales, el electorado pase a Vox la factura por su chantaje político a Sanz, algunos en esa formación política se formulen la misma pregunta de si valió la pena.
Por otro lado, la irrupción de Alvise pone a Vox ante su espejo. SALF es Vox recién nacido y coloca a la formación de Abascal en la tesitura de definirse con claridad: jugar a ser un partido antisistema, como lo fue Podemos, incluso cuando se integró en el Gobierno, o comportarse como un partido con responsabilidad política y respeto por las instituciones y los ciudadanos a los que sirven. La crítica habitual de Vox al PP ha sido la de ser un partido descafeinado ideológicamente, demasiado templado como para defender firmemente sus principios. Sin embargo, si algo ha caracterizado a Vox desde sus inicios es la construcción de su discurso político por oposición, exactamente como el de SALF, tan amalgamado e inconexo, que no ha sido en absoluto extraño el deslizamiento del voto descontento del electorado de Podemos a Vox y viceversa.
El programa de Vox nunca ha sido de afirmación, sino de negación. Vox fija sus planteamientos políticos desde el antagonismo y eso es precisamente lo que lo lleva a posiciones de polarización. Cuando una fuerza política define lo que defiende y vota, no por convicciones propias, sino por rechazo a lo que sostiene el de enfrente, es natural que, para diferenciarse, acabe asumiendo opiniones cada vez más radicales. La gran paradoja es que esa radicalidad convierte a Vox en una nulidad perfectamente intercambiable con la extrema izquierda, tal y como se está demostrando en el Ayuntamiento de Sevilla. El PSOE ha votado más veces a favor del PP en el Consistorio municipal que Vox, y eso es algo que lo dice todo.
Al final de la pasada legislatura, Vox dio mucha caña cuando se hizo recuento y se vio que PP y PSOE habían coincidido en más votaciones en el Congreso de los Diputados que PP y Vox. Pero realmente no hay nada de lo que avergonzarse en ese dato. Vox lo ha usado para decir que en el fondo los dos partidos representamos lo mismo. Pero lo que realmente demuestra es que el PP vota por convicciones propias y no fija sus posiciones desde el antagonismo político, que es exactamente lo que hace Vox y lo que lo aboca a la radicalidad y a una posición en los márgenes del sistema, que es ahora la que le disputa Alvise.
Vox debe definirse. Ser un partido como SALF, sin ideología y que se define a partir del rechazo, o ser un partido con contenido político propio y respeto institucional. En el Ayuntamiento de Sevilla, la elección está siendo clara: inmadurez e irresponsabilidad. Pero la jugada le está saliendo francamente mal y ha merecido hasta la reprimenda de los empresarios, que han apremiado a los partidos a que saquen al Consistorio de la situación de bloqueo en el que lo han metido PSOE y Vox con su pinza. Abascal y Peláez deberían rectificar si no quieren que se les acabe la fiesta en Sevilla. Si de lo que se trata es de gamberrear en las instituciones, seguro que SALF encuentra perfiles más dotados. Los dirigentes de Vox se están retratando en nuestra ciudad y la imagen que escupe la cámara es la de unos «Alvise» envejecidos.
Rafael Belmonte Gómez es diputado nacional por la provincia de Sevilla
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