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Vida ejemplar

"Luis Rubiales no engaña a nadie: es exactamente lo que parece y sus desafueros de aquel día no están ni entre los cien peores"

Luis Rubiales, en la Asamblea de la RFEF
Luis Rubiales, en la Asamblea de la RFEFRFEFAgencia EFE

Van a entender los lectores septembrinos, uno o ninguno, que la temporada empiece con un modesto homenaje al andaluz del verano, Luis Rubiales. Motrileño egregio en trance de que el Ayuntamiento de su ciudad, que rigió su padre y perceptor de fondos federativos –según ha denunciado su tío–, le retire todas las distinciones, su hégira en la Real Federación Española de Fútbol habrá durado un lustro. Para entender cómo gobernó este central leñero y con escamante notoriedad en las vísperas de partidos que terminaban con resultados extraños, baste decir que es un conspicuo hijo del PSOE-A de cuando entonces… que se comportó exactamente como se comportaban los socialistas meridionales durante la frenética rebatiña de la Junta. No hubo comisión para repartir ni lodazal ético en el que cochinear de los que Rubi se sustrajese, para escándalo incluso de propios, aunque todo intento de fiscalización chocase con el muro de su intimidad con Pedro Sánchez y su manga ancha con la podredumbre del FC Barcelona, dos seguros de vida. Su virtud, quizá la única, es que no engaña a nadie: es exactamente lo que parece. Un solo asunto encaró el tipo con redaños y lucidez: le aguantó el tirón a las quince chantajistas que pretendían por puro capricho la remoción del cuerpo técnico de la selección femenina, firmeza que derivó en el título mundial cuya celebración ha precipitado su caída. Tremenda paradoja. Su palpamiento de gónadas y posterior ósculo a una jugadora en el Australia Stadium lo inhabilitan para el cargo, más allá del rechazo que genera el aquelarre sulfuroso previo al auto de fe en el que arderá. Rubiales se comportó de forma repugnante, sí, pero no sorprendente. Sus desafueros de aquel día no están ni entre los cien peores que ha perpetrado y sobre los que nadie le pedirá cuentas.