Boxeo
Diversidad Pugilística
Diversidad, palabra que significa diferencia, distinción o desemejanza entre personas, animales o cosas. Qué profundo diría yo, definiciones significativas que le dan aires barrocos a los verdaderos significados. Vamos, como acabo de plasmar yo en cuatro líneas, parafraseando el diccionario.
Dejémonos de tonterías retóricas, que realmente el tema no lo requiere, y abordemos la historia en cuestión.
En mi planeta metido en un garaje comúnmente conocido como “La Escuela”, entrenamos el arte de las dieciséis cuerdas todo tipo de gente, guapos, feos, altos, bajos, blancos, negros, homosexuales, heterosexuales, tímidos, introvertidos, graciosos, otros que no lo son tanto, empresarios, pobres, policías, ricos, posiblemente algún amigo de lo ajeno... Vamos, de todo un poco. Como dijo mi admirado Gistau, una “tribu”, mi tribu.
Nunca he diferenciado al gitano que entra por la puerta del Payo que sale por la otra. El boxeo une, no separa. Aunque ahora la palabra diversidad se relaciona más con la discapacitación (que conste que este sustantivo no lo reconoce la RAE), es en mi opinión, una forma inequívoca de una de las distorsiones lingüísticas más frecuentes en nuestro día a día, que desemboca irremediablemente en el arte del etiquetado.
Hace unos días, me invitaron a un evento. Uno de tantos, ya que gracias a mi nuevo título catódico, “The Big Brother”, últimamente me convidan a casi todos los saraos. Lógicamente a todos no puedo ir, solo a los que me permita mi oficio de pequeño aprendiz de entrenador de boxeo o compromisos de la cadena que me paga. Y aun así, intento elegirlos bien, pues en mi ADN tengo prohibido permanecer en sitio o lugar que no sea de mi gusto. Al pobre Alejandro, que lleva invitándome bastante tiempo a sus producciones, nunca tuve la suerte de poder aceptarle la propuesta, ya fuera por otros compromisos, por tiempo o porque el evento no fuera del todo de mi gusto... Hasta hace unos días. El espectáculo en cuestión conjugó varias cosas: una de ellas y principal, que era solidario para con unos chicos en alto riesgo de exclusión social, que yo tenía poco lío por las fechas y que tenía a mi hijo mediano a mi cargo y el concierto era adecuado para él. Todo unido me llevó a disfrutar de un buen rato de buena música paladeada con instrumentos reciclados de un vertedero. De un vertedero, como suena y ¡cómo suenan! Empezó todo con buena música y muchísima emoción, pero las palabras del representante de su orquesta gemela situada en Vallecas me provocó un arranque de aplausos antes si quiera de que pudiera terminar cuanto estaba diciendo. Víctor Gil, que así es su nombre, dibujó en un discurso claro lo que provoca la exclusión y la diversidad. Muy clarito, excesivamente claro y meridiano: provocan única y exclusivamente, las miradas. Sí, amigos míos, las miradas. Una persona será excluida si la miramos como tal y una persona será diversificada (mira que suena mal), si la observamos como tal.
Yo no entiendo mucho de mirar así a la gente, puede que sea porque desde muy pequeño me he tratado con diferentes etnias, para lo bueno y para lo malo, o porque desde mi tierna vida laboral la mezcla de razas y condiciones sociales, siempre ha brillado por su presencia. No lo sé, pero por mucho que esta puñetera sociedad quiera poner etiquetas a las personas o a los problemas, este pequeño aprendiz de entrenador de boxeo seguirá mirando igual a los tres chicos con síndrome de Asperger que me acompañan muchas tardes golpeando a los sacos, que a mi héroe Javito con su hemiparexia izquierda o comúnmente conocida como parálisis cerebral, o a mis chicos del Programa ASPA o incluso a los de Libertad Vigilada, o a algún demoniete de Hermano Mayor que me viene de visita de vez en cuando, que al estudiante brillante que viene a desperezarse de las horas frente a los libros un rato que a no sé... mi mujer (amor, a parte) que como muchos otro, entró un día por la puerta de La Escuela... A todos los miro igual. Igual que al príncipe Asier que acaba de ser Campeón de España infantil, igual que a Miriam Gutiérrez campeona de España en numerosas ocasiones, igual que a Ardy que revalidó su título en el Casino, igual que a Guinea que es el prospecto del año en el boxeo español, a todos... A todos igual, ni exclusión, ni diversidad ni que ocho cuartos.
Al que no miro de la misma manera es al chaval de once años que tengo becado en la Fundación por ser un daño colateral de una asquerosa violencia de género que impregna su núcleo familiar, ese mismo que el primer día que llegó uno de nuestro compañeros con síndrome de Asperger me dijo:
- Jero, ¿me dejas enseñar a saltar a la comba al nuevo compañero que acaba de venir? Es que, creo que tiene problemas con ella.
Esa es la imagen con la que me quedo de este año.
Ni títulos pugilísticos, ni programas de televisión, ni contraportadas de periódicos, ni nada de nada.
Con eso me quedo. Con las ganas de ayudar sin prejuicios, con su mirada sin etiqueta, con su gesto desinteresado: porque eso es lo que somos, una tribu, sin miradas, sin resentimientos, sin prejuicios, sin etiquetas.
Todos para uno y uno para todos.
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