Literatura

Jesús Fonseca

Arde el tiempo

El poeta Carlos Aganzo
El poeta Carlos Aganzolarazon

En la voz de Carlos Aganzo se escuchan todas las voces. Incluso las que callan:

«Negras voces distantes
que llaman desde lejos
y saben nuestros nombres
y aguardan en los claros de los bosques
a que andemos perdidos
para poder llevarnos a su reino
de misterio y de bruma».

Voces que claman desde dentro y nos hablan cuando menos lo esperamos. «Redoble de conciencia», las llama el poeta. Tal vez el eco de otras, que no se acaban de ir y nos persiguen con paciencia. Encendidas voces, ciertamente, que vienen de lo alto. Arde el tiempo es el título del último libro de Carlos Aganzo, convertido en uno de los pilares más recios de las letras del mundo hispano. Nuestro poeta ha logrado vaciar su poesía de lugares comunes, de tópicos y banalidades: algo que pocos consiguen. Aganzo tiene esa capacidad para espigar en los adentros y desmenuzar lo que importa con palabras luminosas. Deja su alma abierta cuando escribe, frente al desasosiego y a «esa extraña conciencia / de no ver acomodo en ningún sitio». Desde la serenidad de un pensamiento profundo, como aquel «frailecillo de risa» —despreciado por los Calzados y de nombre Juan de la Cruz—, Aganzo camina también por ínsulas extrañas y «más adentro en la espesura» se pregunta si «¿acaso debe un hombre / fiel a la tradición de sus mayores, / desnudarse en silencio, / dejar su ropa y sus lamentaciones / dobladas en un banco / antes de entrar, solícito, en la cámara / de las dudas profundas (...)?». Que nadie espere de Arde el tiempo versos complacientes para pasar el rato. Son estas unas páginas dolorosas y hasta terribles. Escritas con su sangre, con todas las sangres. No comprende el poeta el silencio de Dios, ni por qué le hurta su perdón y su alivio. Y aún menos por qué le mantiene en la tiniebla, donde oculta a sus ángeles caídos:

«Dime dónde están ahora
aquellos que gritaban
mi nombre entre las palmas.
Dónde cuando el dolor
de la traición y el engaño
se fue llagando en mi frente
como corona de espinas».

En su noche oscura, «no hay sino esperar a las señales / de luz de las alcobas interiores; / allí donde canta el río / donde el aire desvela / con sus coplas de amor al prisionero». A nuestro poeta, no le importa confesar —frente al mar de las tinieblas— que hay momentos de desgarro en que la libertad le sabe a miedo. Le gustaría vivir sobre un puente de sueños que uniera las hazañas de los hombres con el sacrificio de los héroes. Nada es ajeno a su preocupación.

«Toda la noche se oyeron pasar pájaros
y un rechinar ahogado de cadenas
en el cuarto a media luz del almirante».

Desde la enredadera azul de las palabras, Carlos Aganzo ha escrito un libro de calidad que desnuda su noche más íntima, su voz más secreta.